Messi, con su familia de vacaciones en Key Biscayne.
Fernando González

Fernando González

Director de El Observador España

Actualidad > De París a Miami

Messi, el crack que sólo quería ser feliz

El mejor jugador de la historia quería volver a Barcelona. Pero el club que amaba volvió a dejarlo escapar. Lionel prefirió Miami a los 400 millones de Arabia.
Tiempo de lectura: -'
11 de junio de 2023 a las 06:35

Apenas pasaron dos años. Ni siquiera, porque todavía falta un mes. Una semana después del 11 de julio de 2021, siete días después de ganarle la Copa América a Brasil en el Maracaná, Lionel Messi desembarcó con toda su familia en Miami.

Era otro Messi ese que llegó hasta Key Biscayne. Más relajado, más liberado de la presión de los triunfos. Como después de la final, sentado en una escalera del estadio, charlando como los mejores amigos con Neymar. Les faltaba un pucho a los dos. Nadie hubiera pensado que acababan de disputar un partido a muerte. Uno hasta se podía imaginar el diálogo mirándole las caras a los dos. “Che, boludo, que gol me perdí en el último minuto”. Ese en que De Paul le puso el pase exacto y Lionel se resbaló.

Ese mismo Messi relajado llegaba a esa casona de cuatro pisos en el barrio de los cayos, donde tienen casa Gabriela Sabattini y el colombiano Juanes. Se la había alquilado a Sergio Roitberg, un consultor argentino cuyos hijos no podían creer que el mejor de la historia estaba viviendo en su casa. “Es Messi papá, es Messi”. 

Todas las mañanas lo esperaban treinta o cuarenta chicos y él salía. El Messi relajado, el Messi diferente, los dejaba sacar fotos. Después se iba a la pileta, o caminaba descalzo por el jardín que terminaba en un brazo de mar. Desde el pasto, donde Lionel pateaba la pelota con Mateo, con Thiago y con Teo, a veces se veían los delfines. Los marlins, como los llaman en la Florida. Antonela no paraba de sacar fotos, y algunas las subía a las redes. El crack se reía. Tomaba mate a la mañana y algún trago por la tarde. Los que pasaban en las lanchas y en los yates le gritaban genio, o genius, o maestro, y él, el otro Messi, los saludaba con el pulgar extendido. Sonriendo sí, también.

El crack quería ser feliz. Se venía dando cuenta de eso a medida que maduraba. Estar más tranquilo, disfrutar de la vida ahora que ya había pasado los treinta. La Copa América le había devuelto el hambre de ganar cosas. Como si no fueran suficientes las cuatro Champions League ganadas con el Barcelona, o los cuatro mundiales de clubes, o las diez ligas de España y las siete copas del Rey. O tantos balones de oro. Pero ahora que había sido campeón del continente en el Maracaná quería ser campeón del mundo. Quería esa copa que se le había escapado por tan poco en Brasil. La que se había llevado Alemania. La que no tenía.

Lo habíamos hecho sufrir a Messi los argentinos. Por bajar el rendimiento a partir de los octavos de final. Por no hacer un gol en la final. Por no cantar el himno nacional. Por vomitar en el medio de un partido pero, básicamente, por no haber ganado el Mundial. Por haberse quedado tan cerca y habernos llevado hasta el borde del paraíso para dejarnos caer. Pecho frío, le dijimos. Que no sentía la camiseta. Que quizás era solo un jugador talentoso más. Pero, la peor ofensa, que no contaba con lo necesario para acercarse al Dios amado y odiado. A Maradona.

Messi casi deja la Selección para siempre cuando perdió la segunda Copa América con Chile en los Estados Unidos. “Quizás esto no es para mí”, dijo aquella vez, con lágrimas en los ojos. Pero al tiempo volvió, afortunadamente, y ya no le dijimos más nada los argentinos. Lo dejamos que jugara más tranquilo. Empezamos a disfrutarlo, sin tantas presiones. Y a él le hizo bien.

El problema es que, después del Maracaná, de Key Biscayne y de empezar a soñar con el Mundial de Qatar, vino aquella despedida dolorosa del Barcelona. Los catalanes lo dejaron ir como si no fuera el jugador más importante de su rica historia del fútbol. Como si nunca le hubieran hecho aquellos gestos de pleitesía con los brazos cantando Meeeessi, Meeeessi. Gente compleja los catalanes. No quieren ser españoles. No les importaba dejarlo ir a Messi. Los hinchas pasionales del fútbol, los que nos amargamos la vida cuando nuestro equipo pierde, nunca vamos a entender a aquellos que no quieren quedarse para siempre con el futbolista que los hizo felices. El que vivía en Barcelona, el que le hacía los goles al Real Madrid. ¿Cómo pudieron soportar verlo a Messi llorar, quebrado en la rueda de prensa de despedida?

Y encima lo de estos días. La oferta que no llegaba, la prensa catalana diciendo que ya estaba viejo, que les iba a arruinar las finanzas del club. Después de jugar incómodo y de sufrir los silbidos de los franceses del PSG, Messi quería volver a su Barcelona. A que Antonela volviera a sus viejas amigas, y que los chicos volvieron al colegio de antes. Le echaban la culpa de todo los parisinos. Como si hubiera sido él culpable de aquella derrota inexplicable en el Bernabeu para quedarse otra vez afuera de la Champions. Los franceses seguían dolidos y le cargaban la mochila de aquella final de taquicardia con Argentina en el Lusail. Jamás llegaron a entender el milagro que les había sucedido. Messi les había pasado por al lado, y ellos nunca lo advirtieron.

Por suerte lo comprendimos los argentinos a tiempo. Nos dejamos de pavadas después de la Copa América. Nos volvimos a ilusionar, como decía la canción en Qatar. Enterramos por un mes la grieta que nos hace tanto daño desde el fondo de la historia. Lo rescatamos a Maradona, nos envolvimos en la piel sagrada de los pibes de Malvinas y lo acompañamos a Lionel porque intuimos que era el momento. Mucho más cuando ganamos la Finalísima en Londres contra Italia. Y aunque nos asustamos en la derrota contra Arabia, recuperamos el alma cuando Messi le hizo el gol a México. Esta vez parecía que se podía. Y se pudo.

¿Es que no le vieron la cara a Messi con la Copa del Mundo? ¿No le vieron la capa negra y esa seña a Antonela para que bajara al césped de la final? “Ya está”, ya está”, decía Lionel. Y era feliz como nunca lo había sido. O como lo había sido de a ratos. Cuando ganaba con su Barsa o cuando hacía paredes y celebraba los goles con Lucho Suárez, su compadre uruguayo de vacaciones y de mates en familia. Era ese Messi feliz el que miraba a Buenos Aires desde el micro descapotable cuando la fiesta se desató en el país adolescente. Se quemaba sin protector solar, tomaba fernet en una botella de gaseosa y era feliz. Si hasta se dio el lujo de esquivar a los funcionarios del Gobierno que rasguñaban un pedazo de su felicidad para procesarla políticamente. Ni Cristina, ni Alberto, ni nadie. Solo él, sus amigos y la gente. Nadie más.

Por eso resultó tan increíble lo del Barcelona. Dejarlo ir por segunda vez, como a una novia con la que no se quiere segunda parte. Justo cuando tenían al crack lleno de felicidad por haber ganado el Mundial. Justo a punto caramelo para ir por otra Champions y cerrar el círculo ahora que tenía 35. Quizás sin tanta electricidad, pero con más sabiduría, como lo había demostrado en los siete partidos del torneo que tanto esperamos los argentinos. Los culés lo tenían ahí, regalado a Messi, y lo dejaron ir. ¿Porqué? Si hasta Taxto Benet, el monarca del poderoso Mediapro, decía que había que hacer el esfuerzo económico.

¿Cómo fue que no lo vieron? ¿En serio creyeron que se trataba de plata? Se hubiera ido a Arabia Saudita. Cuatrocientos millones de euros por año. ¿En serio creyeron que Messi había actuado cuando lloró desconsolado en el Nou Camp? El crack solo quería ser feliz y los ejecutivos del club al que más amaba no se dieron cuenta. O tal vez sí. Se dieron cuenta y prefirieron que el corazón se les volviera de piedra. Algún día, alguna noche fría de derrota en el estadio, comprenderán esa herida de amor por donde sangra el tango. Pero ya será tarde para entender la nostalgia de la que hablaba Gardel. Las olas que pasan ya no vuelven más.

Allí está Messi de nuevo. Vestido con una camiseta rosa del Inter de Miami. Rodeado por las palmeras y la publicidad de los alligators. Encantando a otras multitudes. Encareciendo los pasajes de Aerolíneas Argentinas, de American Airlines y hasta los de Iberia o Air Europa, con los nostálgicos que quieran ir a verlo desde Madrid o desde el corazón roto de Barcelona.

Messi sonríe frente a las cámaras de la tele. Sonríe en los posteos de Instagram y en los videos de TikTok. Se ríe Antonela, que no ve la hora de visitar los malls y de sentirse por algún tiempo un poco más tranquila. Se ríen los chicos, que tendrán escuelas al estilo americano y amigos nuevos que quizás no sepan quien es el padre. No sentirá el temblor de la Champions ni provocará de nuevo a los madridistas en el Bernabeu. Guardará en su corazón, claro, la llama encendida de poder jugar otro Mundial. El de 2026, allá en Estados Unidos. Cuando sea un hombre de cuarenta y los defensores acierten más seguido como frenarle la gambeta.

Messi es el crack que no quiso morir joven, y el que no soñó con ser estrella de rock. No necesitó de las drogas, de la polémica ni del halago permanente para extender la leyenda. Simplemente quería ser feliz, con su mujer, con sus hijos y con sus amigos. Y allí está, increíblemente en el declive elegante de su carrera mucho más cerca de David Beckam y de los manatíes de Key Biscayne que de Kilian M’Bappé o de Xavi Hernández. O del Fideo De María. La vida es eso que pasa mientras hacemos planes, decía John Lennon. Quizás Messi lo haya escuchado. Quizás no.

 

Messi quería ser feliz con los que quería. Y muchos de los que Lionel quería, no se dieron cuenta. Tan pendientes estaban de los millones en juego que no leyeron el mensaje apenas perceptible que el campeón de tantos años y de tanta gloria tenía dibujado en su sonrisa.

 

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...