"Yo quiero vivir acá, no quiero estar encerrado en Montevideo", decía Gonzalo Abella a los ocho o nueve años cuando conoció el campo. Y ahí nació su vocación de maestro rural. “Ir a caballo a la escuelita rural, que en vacaciones estaba cerrada al lado de un arroyito y el sauce llorón y de una huerta, para mí era mágico”.
Además contó que él “era medio Gardel” porque tocaba la guitarra. “Me ensillaban una yegua que –la recuerdo como si fuera hoy, una tordilla mansa–, y me llevaban al almacén de ramos generales (...) me llevaban con la guitarra y se paralizaba todo en la pulpería. La gente dejaba de jugar a las cartas para oírme las dos milongas y el pericón que yo sabía tocar en la guitarra, y era un silencio y ese mundo mágico”.
Luego de que se recibió de maestro su primera experiencia la hizo en un suburbio de Las Piedras, Vista Linda. “Yo iba en tren, bajaba, cruzaba un puentecito, era un ranchito, dos maestros y veinte gurises”, hasta que luego se desencadenó “la violencia social” y los compañeros del sindicato de Montevideo le pidieron apoyo para la “lucha contra la dictadura" por lo que se trasladó primero a la ciudad de La Paz, después a Piedras Blancas que era Montevideo rural en ese momento. “Fui muy feliz ahí en la escuela, a pesar de que la situación se complicaba muchísimo”, afirmó.
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