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Por qué hay que leer a Onetti, vigente a 110 años de su nacimiento

El aniversario es una buena fecha para repasar algunos de los motivos por los cuales su obra continúa destacándose en el patrimonio de la literatura en lengua española
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29 de junio de 2019 a las 05:01

“Díaz Grey debería tener los ojos cansados, con una pequeña llama inmóvil, fría, que rememoraba la desaparición de la fe en la sorpresa. Y tal como yo estaba mirando la noche de lento viento fresco, podía estar él apoyado en una ventana de su consultorio, frente a la plaza y las luces del muelle”. En este fragmento de La vida breve (1950) está condensada buena parte de la narrativa de Juan Carlos Onetti. Juan María Brausen, el narrador, recibe el encargo de escribir un guión de cine –“que interese a los idiotas y a los inteligentes”, le dice su socio– y lo primero que le viene a la mente es un médico, Díaz Grey, mirando hacia la plaza de una ciudad imaginaria de provincias llamada Santa María. Onetti ejecuta así una puesta en abismo –Onetti crea a Brausen; Brausen crea a Díaz Grey– por entonces inédita para la literatura latinoamericana, alterando el concepto mismo de novela realista, buscando ya no representar la lógica de la realidad exterior sino la de la propia ficción, y exponiendo así el artificio mismo de la escritura al escribir sobre un personaje que imagina a otro. Ni bien Brausen descubre a Díaz Grey, empieza a disolverse en esa fantasía hasta casi extinguirse en ella.  

En el acto, por otra parte, el escritor uruguayo funda Santa María, el espacio ficcional en el que transcurrirá parte importante de su obra, a un tiempo identificable e impreciso, descendiente directo del condado de Yoknapatawpha de William Faulkner y hermano mayor del Macondo de García Márquez. Pero mientras estos dos últimos se inspiran en regiones geográficas localizables en los mapas –Yoknapatawpha en el condado de Lafayette y Macondo en Aracataca–, Santa María es un lugar imposible a mitad de camino entre Buenos Aires y Montevideo que Onetti fantaseó durante la época en la que iba y venía de una ciudad a la otra. Cuando Juan Domingo Perón cortó las comunicaciones entre ambos puertos, el escritor uruguayo se encontró incómodo. “Yo quería estar en otro país, en otro lugar, que no era ni Buenos Aires ni Montevideo, pero que podría ser una mezcla de ambas cosas”, le dijo al entrevistador español Joaquín Soler Serrano en 1976, en el programa A fondo, intentando explicar el origen de su provincia imaginaria y a la vez echando luz sobre el movimiento de fuga que practican muchos de sus personajes.

Vida breve, obra infinita

A 110 años de su nacimiento (1º de julio de 1909, Montevideo) y 25 de su muerte (30 de mayo de 1994, Madrid), la obra de Onetti no hace otra cosa que expandirse, a la inversa de lo que parece ocurrir, pongamos, con la de Mario Benedetti, anclada para siempre en un zeitgeist muy determinado. El pozo (1939), su debut literario, es una novela modernista y ciudadana publicada en tiempos donde la literatura latinoamericana era esencialmente rural; existencialista, por otra parte, dos años antes de que Albert Camus irrumpiera con El extranjero. Aún hoy se lee con interés renovado incluso entre jóvenes. “Si existen, son pocos los textos de Onetti que no resistan el paso del tiempo”, dice el escritor Carlos María Domínguez, autor de Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti (1993). “No hay forma más rápida de envejecer que seguir la actualidad. Onetti escribió una literatura personal, centrada en el valor de la obra y, como se sabe, al margen de las modas. Para ser entendido, exige cierta madurez. El precio que debió pagar es ser más apreciado y leído por escritores y críticos que por lectores”.

En estas complejidades radica, en parte, la clave de la perdurabilidad de su obra, según la escritora y crítica literaria Alicia Migdal: “Onetti ofrece una escritura de la dificultad, afortunadamente. Obliga al lector a estar atento y concentrado, a veces furioso por el decurso de una frase que parece perderse en un arabesco hasta ceder su sentido. La suya es la poesía de la prosa sin renunciar al relato. Onetti es hipnótico en sus cuentos, no solo por el enigma que hay en cada uno sino porque la forma es la que nos arrastra y nos hace volver sobre su sabor. Sus cuentos se releen como se relee la verdadera poesía. Volvemos a ellos para reencontrar la felicidad de una expresión, de una frase, de un adjetivo”.

Onetti fue un escritor de múltiples influencias –Faulkner, Celine, Proust, por mencionar las más evidentes– que fue a su vez muy influyente: Juan José Saer le dedicó un par de ensayos críticos en la prensa, Mario Vargas Llosa escribió un libro sobre su vida y obra titulado El viaje a la ficción (Alfaguara) y Ricardo Piglia dictó un seminario que acaba de editarse con el título Teoría de la prosa (Eterna Cadencia).

La relación de Onetti con los grandes movimientos literarios de su tiempo, el boom latinoamericano y la Generación del 45, resulta, sin embargo, bastante compleja. “Fue un autor al margen, adorado por unos y por otros”, asegura Migdal. “Un poco mayor, si atendemos a las cronologías, y un poco demasiado echado en la cama, si atendemos a la actitud vital que caracterizó tanto al 45 como al boom. A pesar de que yo siempre reivindico que ese estar echado en la cama, propio del soñador, empezó alrededor de los años 60. Antes fue y vino entre Montevideo y Buenos Aires, trabajó en Reuters, se casó, tuvo sus hijos, vivió en las ciudades que después reinventó y en ellas tuvo sus amores, para lo que se necesitaba cierta movilidad de actitud y de riesgo antes de llegar a la cama. Pero su marginalidad es interior. Como Juan Rulfo. Por algo los dos son previos al boom y amados por el boom y amados entre ellos mismos”. Domínguez, por su parte, explica que existía en Onetti un divorcio entre la pertenencia y la creencia con respecto a estos movimientos: “No creyó en ninguno de los dos, pero formó parte de ambos. Del boom, de modo tardío y lateral, desde que Carmen Balcells lo rescató de su modesto destino montevideano. Del 45, con mayor legitimidad y pertenencia. No creía en su mística o su propaganda, claro, como no cree el pájaro en las clasificaciones de su plumaje”.

Los imprescindibles

La obra de Onetti se extiende a lo largo de más de cinco décadas entre cuentos, nouvelles y novelas, además de su ensayística, condensada en el libro Obras completas III. Cuentos, artículos y miscelánea (2009). Es posible mencionar Tierra de nadie (1941), La vida breve (1950), Juntacadáveres (1964) y Dejemos hablar al viento (1979), entre otras, dentro del grupo de novelas de mediano o largo aliento; El pozo (1939), Los adioses (1954), Para una tumba sin nombre (1959) y La muerte y la niña (1973), entre las novelas breves o nouvelles; y Un sueño realizado, El infierno tan temido, Bienvenido, Bob y Jacob y el otro, por enumerar cuatro de casi medio centenar de cuentos publicados. La obra de Onetti, sin embargo, es más grande por dentro que por fuera y desborda a los libros en sí mismos: existe una simultaneidad que lo conecta todo, como si los títulos fueran puertas de entrada, acercamientos microscópicos para descubrir partes de un mapa en realidad mucho más grande. Los temas y los personajes se repiten –la creación, la inocencia perdida, el fracaso, la compasión, el amor; Díaz Grey, Brausen, Larsen, Malabia– al tiempo que su formulación cambia de un libro a otro, y de esa monomanía surge su encanto.

“Se diría que dio al realismo una dimensión onírica”, opina Domínguez. En lo estrictamente formal, el autor de El idioma de la fragilidad (2017) destaca “el tono bajo, rítmico, denso, de su prosa, consustanciado con el espíritu del idioma del Río de la Plata, cargado de elisiones, ángulos, complicidades y sobrentendidos”, así como también “la aventura de crear una ciudad imaginaria que no repara, ni salva ni compensa las duras experiencias de la realidad, y en definitiva, convertir en polvo las diferencias entre lo vivido y el relato de lo vivido”.

Para Migdal, la narrativa breve de Onetti es la parte más rica de su obra y en la que mejor se aprecian sus virtudes: “Los cuentos tienen la perfección propia de él, es decir, son morosos, conjeturales, no buscan ser la flecha lanzada hacia adelante que pedía Quiroga. Son los cuentos de la forma contemporánea: hechos de escritura antes que de hechos, y de hechos evanescentes antes que de argumentos, de sensaciones y de reflexión sobre las sensaciones, de finales que parecen abiertos pero cierran con la completa emoción de una frase que resignifica todo. Onetti cumplió como nadie aquello de que lo que importa no son los hechos sino el alma de los hechos. Son música y sentido”.

Tiempo de reconocimientos

Cuando Juan María Brausen, el narrador de La vida breve, crea Santa María, empieza un proceso de transformación: en Historia del caballero de la rosa y la virgen encinta que vino de Liliput (1956) la plaza central del pueblo lleva su nombre, mientras que en Jacob y el otro (1961) ya se ha levantado un monumento en su honor. La metamorfosis se completa en La novia robada (1968), cuando el pueblo se refiere a él directamente como una divinidad: Diosbrausen. Cuando Juan Carlos Onetti, el escritor de La vida breve, creador de Santa María y de Brausen y de todo lo demás, ganó el premio Cervantes de Literatura, en 1980, algo que nuestro país volvió a presenciar 38 años más tarde con la consagración de Ida Vitale, en 2018, llevaba algunos años en Madrid, ciudad en la que permanecería hasta su muerte. Mientras tanto, en Montevideo, la ciudad que lo vio nacer, tenemos un Museo del Carnaval, un Museo del Cannabis, la Plaza Seregni y hasta una esquina en la que se cruzan dos calles llamadas Libertad y Trabajo; a Onetti, sin embargo, apenas le dedicamos una plaza en Nuevo París a la que el propio Ministerio de Vivienda denomina Plaza del Huevo.

La literatura, por suerte, está más allá de los premios y los monumentos. “El mundo de Onetti es el de la intimidad”, opina Domínguez. “Por el tono con que narra, por la proximidad de sus retratos y descripciones, y por los temas de sus historias. No son pocas las que tienen origen en su experiencia biográfica, ni los personajes nacidos de personas, como es el caso de Larsen, Stein, Mami o Bob”. Migdal, en tanto, define la obra en términos musicales: “Escepticismo, derrota, observación desencantada de las relaciones humanas: Onetti puede ser un tango pero también un rock. Los personajes de Onetti están todos en estado de excepción y casi de locura, desencadenada o solapada. Han sobrepasado un límite”.

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