Estilo de vida > Columna/Luis Roux

Preferiría no hacerlo

Me cuesta decidir, cada sendero que se abre en el camino es un abismo de posibilidades; estoy dispuesto a aceptar el desafío de lo fácil pero siempre es engañoso
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25 de noviembre de 2017 a las 05:00
ecuerdo haber sido habitué de un bar en el pueblo de Móstoles, al sur de Madrid. Se especializaban en cervezas y tenían cientos de marcas europeas. Yo pedía una alemana, que estaba en la gama "rubia, achampañada, baja graduación alcohólica". Fui una media docena de veces y siempre pedía la misma. Hasta que el dueño, que era quien atendía las mesas, me dijo: "Tengo 300 cervezas distintas. Hay unas 80 en el rango de precio de la tuya. ¿Por qué no pides otra?"

Yo le sugerí que él me trajera la que él quisiera en ese entorno de precio. Y entonces empecé a aprender algo de cerveza. Pero me mantuve firme en mi empeño de no decidir: "o pido siempre lo mismo o tú me traes lo que tú quieras, pero yo no te voy a decir qué cerveza prefiero".

El problema es que el destino está empedrado de decisiones. No se puede sobrevivir sin tomarlas. Tal vez un día, o dos. Una semana, a lo sumo, pero no una vida. "Eres tus decisiones", se dice por ahí con acierto. Son la arcilla de tu destino.

Lo que se puede intentar es dejar de tomar las más triviales. El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, intentaba explicarle su rutina a un periodista a bordo del Air Force One. Decía que tenía que tomar tantas decisiones que debía prescindir de las más insignificantes para concentrarse en las importantes. Vale decir: nunca elegía un traje ni una corbata ni lo que quería desayunar o almorzar. Tenía que hacerse un espacio porque cada día tenía que decidir un mundo.

A mi escala yo intento, también, prescindir de ciertas decisiones, o las tomo de forma apresurada, para apurar el trago y pasar a otra cosa, pero de una manera distinta a la de Obama, en el sentido de que en mi caso no se trata de que tengo que tomar decisiones importantísimas a cada rato sino de dejar que el universo decida por sí mismo.

Hay corrientes filosóficas que me amparan, sobre todo desde el lado de Oriente. En Occidente se valora la capacidad de decidir a cada instante. Se anima a las gentes a "hacerse cargo de su destino". Se toma la incapacidad de decidir como un gran síntoma de debilidad, la ausencia de un carácter necesario para... acá no sé muy bien. ¿Para qué? ¿Para ser feliz? ¿Para poder sentir, en el último aliento, "estuve a la altura de las circunstancias"? ¿Fui pleno? ¿Fui valiente? ¿Fui justo? ¿Cumplí mi plan?"

Mi propio gurú intelectual, Jorge Luis Borges, parecía coincidir con el pensamiento occidental. Decía: "No sabemos cuáles son los designios del universo pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios, que no nos serán revelados". Vale decir que Borges entendía que había que decidir bien o, de lo contrario, ibas a entorpecer el cumplimiento de tu propio destino.

"Razonar con lucidez y obrar con justicia" se dice fácil pero quién me asegura que eso está sucediendo. Quiero decir: quién determina si mi proceso de toma de decisiones es lúcido y si mis obras son justas. Yo supongo que Borges se refiere a la intención de pensar y obrar bien para estar en paz con tu destino, el cual, de forma notoria, actúa mediante fuerzas superiores a tu voluntad.

Pero más allá de los intentos racionales de enmarcarlo, el tema es que me cuesta decidir. Preferiría no hacerlo. Hace poco, en una reunión de amigos, propuse un hipotético lema partidario que dijera: "Nademos con la corriente". Llegamos a la conclusión de que el problema se planteaba si el partido ganaba: había que poner pies en polvorosa.

Escribir es tomar decisiones en cada párrafo y para colmo tengo que hacerlo como si fuera fácil, como si las palabras aparecieran por su propia voluntad en la yema de mis dedos. Ojalá fuera como el soneto De repente, que Lope de Vega escribió como un juego de prestidigitación magnífico, simulando que respondía al desafío de improvisar un soneto: "Un soneto me manda hacer Violante/y en mi vida me he visto en tal aprieto/catorce versos dicen que es soneto/burla burlando van los tres delante./Yo pensé que no hallara consonante/y ya estoy en la mitad de otro cuarteto/mas si me veo en el primer terceto/no hay cosa en un cuarteto que me espante./En el primer terceto voy entrando/y parece que entré con pie derecho/pues fin con este verso le voy dando./Ya estoy en el segundo y aun sospecho/que voy los trece versos acabando./Contad si son catorce y está hecho".

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