Lucía Salinas, periodista y escritora argentina.

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Premian el documental “Fronteras”, que acompaña el nuevo libro de la periodista Lucía Salinas

Lo acaba de publicar la periodista argentina y al mismo tiempo, el documental recibió el premio de bronce en el Latitude Films Award en Gran Bretaña.
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29 de septiembre de 2023 a las 14:54

 

Lucía Salinas cuenta que para escribir Fronteras, su último libro (editorial Leamos), debió cambiar su plan inicial.

No porque no pudiera contar lo que fue a buscar cuando recorrió los límites con Bolivia, Brasil, y Paraguay. Fue porque su mirada se enriqueció, se desvanecieron sus prejuicios y comprendió parte de un país que se mezcla con otros.

La periodista, nacida en Santa Cruz, lo describe en el libro y también en un documental que acompañó la investigación.

Así se hizo Fronteras, que es a la vez un documental sobre la vida, el contrabando y el narcotráfico en el límite norte de la Argentina, que dirigió Lihueel Althabe. A días de su estreno, recibió el Bronce del Latitude Film Awards, un certamen de cine independiente basado en Londres, Inglaterra..

“Para pasar son cincuenta pesos” dice el hombre de unos treinta años. “Está allí desde temprano como si abriera las puertas de su comercio: lo que hace es abrir un portón que da a una calle en suelo argentino pero el patio de la propiedad se erige sobre Yacuiba o Pocitos boliviana, como la denominan los lugareños”.

Es apenas una de las escenas que cuenta la periodista en Fronteras, el libro que acaba de publicar.

En su obra, Salinas eligió mirar una región que pocos miran: la frontera norte de Argentina. Allí viajó varias veces, entrevistó a vecinos, lugareños, funcionarios, ex ministros de seguridad. Encontró embarcaciones improvisadas para el contrabando, botes con motores que muchas veces son robados, paseros que se tiran al río cuando la Prefectura argentina o la Armada paraguaya los detecta.

Vio un Paraná poblado por hombres y mujeres de brazos entrenados para remar rápido entre una costa y la otra y para nadar aún más rápido cuando el peligro y la corriente lo exigen. Piernas entrenadas para, justo después del río, escabullirse por la selva para, una vez más, escaparse de la justicia.

Salinas es redactora de la sección Política del diario Clarín, especializada en cobertura de noticias judiciales, y columnista del programa de TN “Sólo una vuelta más”. Es también autora de Quién es Lázaro Baez y co-autora de Prisioneros. Relatos de la vida carcelaria y Poderosos. Entre la justicia y la política.

“Fronteras” se puede leer en Bajalibros (https://www.bajalibros.com/AR/Fronteras-Lucia-Salinas-eBook-2276592) y el documental, premiado en Gran Bretaña, se puede ver a continuación en El Observador España.

 

 

 

Lo que sigue, es un capítulo de anticipo del libro recién publicado por Lucía Salinas.

 

Anticipo del libro “Fronteras” 

 

Una línea dibujada en un mapa. A veces es raya, punto, raya, punto. Pero, ¿cómo es la frontera en la realidad? Una frontera separa un estado de otro. ¿Puede una frontera separar un estado de otro? La periodista argentina Lucía Salinas recorre, en este libro, la frontera norte de Argentina. Enfocándose en la región que convive con Bolivia, Paraguay y Brasil, Fronteras explora el territorio y sus límites. ¿Qué nos separa? ¿Qué nos divide? ¿Qué actividades proliferan en esta región? ¿Cómo impedir que crezca y se consolide la actividad ilegal en la frontera? Guiada por estos interrogantes, Salinas camina el territorio, habla con las personas que viven y trabajan en esos bordes, recorre los pueblos, observa y conversa. Aparece así la frontera como una zona de conflicto, de tensión, donde el contrabando y el narcotráfico están a la vista de todos, donde funcionarios lo reconocen y se muestran, por momentos, sobrepasados por la situación. Donde a veces la falta de trabajo es la que hace las leyes y el ida y vuelta entre países es la vida misma.
Un alambrado volcado sobre la tierra árida separa un país de otro. Una frontera de agua diluye divisiones entre estados. Una frontera urbana donde es difícil dilucidar qué territorio se está pisando. Fronteras es una gran investigación periodística que nos acerca a esos límites del norte de Argentina y los rasgos que facilitan el crimen organizado. Territorios complejos, límites difusos y fronteras que lejos de separar reunen. ¿Cómo se interactúa con la frontera cuando está a tan solo unos pasos? ¿Cuál es la manera de vivirla? ¿Cómo rige el día a día de quienes están ahí? Salinas recorre el norte argentino para conocer, de primera mano, la realidad de las fronteras.
Una de las historias de Fronteras. Podés bajar el libro acá
Salvador Mazza, la puerta de acceso. La historia de un pueblo que se siente un barrio de Bolivia.
El ritmo de Salvador Mazza a las siete de la mañana es el propio de aquellas ciudades que no descansan. Las estrechas calles de la ciudad más septentrional de la Argentina son el escenario para un sin fin de cajas que conservan todo tipo de mercadería. En locales pequeños, en grandes galpones, desde muy temprano sin distinguir día de semana de un sábado o domingo, se van acumulando en las puertas de acceso.
Todo transcurre a pocos metros del paso fronterizo y esa yuxtaposición de cajas construye una suerte de laberinto sobre las veredas. Sortearlas es parte de la experiencia. Un bullicio permanente, el regateo de precios, la descarga apresurada de los paquetes, todo junto funciona como la melodía de fondo de este escenario.
Cajones de madera, cajas de cartón, bultos envueltos en bolsas negras, todo es conveniente a la hora de trasladar mercadería. Llegan en camiones, en vehículos de todo tamaño, en carros
 
 precarios que cargan con historia, con años de cumplir con la misma función. Trasladar, mover, llevar y traer cosas es lo que determina el pulso del lugar.
La localidad salteña convive con su ciudad espejo del lado boliviano, Pocitos. No se diferencian en el ritmo cotidiano y ambas se perciben como una extensión de la otra. La preponderancia de una sobre otra es determinada por la situación económica de cada país, pero se reconocen parte de un mismo territorio pese al límite fronterizo.
¿Cómo marcar la distinción cuando se vive a pocos pasos? La pregunta puede reiterarse hasta el cansancio pero allí, en Salvador Mazza, no se responde porque ese nunca fue un aspecto a cuestionar. El arroyo que debe oficiar de límite natural permanece seco. Quizás haya que remontarse aún más en la historia.
Cuando estaba en debate el tratado limítrofe entre Argentina y Bolivia, cuando aún la idea de los límites era muy incipiente, se fijó la frontera del territorio nacional a la altura del paralelo 22. En 1925 se cedió a la población boliviana de Yacuiba, que contaba con una superficie de 15 kilómetros en ángulo hacia el territorio argentino, resultando ser lindera la quebrada de Yacuiba hasta su confluencia con el arroyo Pocitos, ese que prevalece sin torrente y se convierte en una línea imaginaria.
Desde sus inicios aquella tierra tuvo límites difusos, al menos para quienes viven allí. En la actualidad los vecinos circulan a diario de manera incontrolable para las autoridades migratorias; el paso fronterizo Salvador Mazza del lado argentino, Yacuiba del lado boliviano permanece abierto las 24 horas. Pero a metros de allí se forjaron otros pasos, no habilitados, que son los que se utilizan mayoritariamente y que se volvieron parte de la geografía del lugar.
“Para pasar son cincuenta pesos” dice el hombre de unos treinta años. Está allí desde temprano como si abriera las puertas de su comercio: lo que hace es abrir un portón que da a una calle en suelo argentino pero el patio de la propiedad se erige sobre Yacuiba o Pocitos boliviana, como la denominan los lugareños.
El patio es amplio con suelo árido y, comprendiendo la lógica que rige al lugar, los vendedores ambulantes se ubican ofreciendo a las personas un abanico amplio de productos. Saben que no dejará de pasar gente hasta las ocho de la noche cuando el portón se cierre poniéndole un límite a esa suerte de dimensión desconocida.
Después de recibir los cincuenta pesos su mano derecha señala sin mayores explicaciones hacia dónde hay que dirigirse; es una pequeña quebrada que desemboca en el río Pocitos, que es inexistente pero su huella sobre la tierra conforma un surco separando lo que podrían ser dos veredas de una superficie color marrón, con árboles testigos del paso de hormiga que a diario transita por ahí.

 El camino se angosta para subir del otro lado de la quebrada y en esos pocos minutos no hay cabal dimensión de lo que ocurre: no se sabe si se pisa suelo argentino o boliviano. No es un limbo, es una confluencia de tierras que no pretenden ser distinguidas.
Unos pasos más y la primera imagen, unos toldos de color azul, dan certidumbre geográfica: es Yacuiba, es Bolivia.
Los puestos callejeros no conocen del espacio entre ellos, lindantes entre sí, sin límites, se ubican frente a otros puestos y en esa calle principal los techos de tela de unos y de otros se unifican otorgando un poco de cobertura frente a un sol que no da tregua.
Los colores prevalecen. Vestimentas de lo más variadas con marcas que develan sus pretensiones de sello original decoran el ambiente. El calzado que transita las mismas aspiraciones se amontona a la vista de los compradores y todo lo que se desee comprar se encuentra en la Feria de Yacuiba, que “está hecha para los argentinos mayoritariamente”, dice Mario mientras acomoda en su carro productos no perecederos de reconocidas marcas nacionales pero que se consiguen a mejor precio en Bolivia.
Sobre las veredas hay otros comercios, cuelgan en las extensiones de sus locales, donde la lona azul y verde abunda, camperas, ropa deportiva, zapatillas con diseños desconocidos pero marcas universales. Todos vociferan tener las mejores ofertas. La yuxtaposición de voces es posiblemente, la música del lugar.
Todo es acompañado por el ritmo de alguna cumbia como demostración de la calidad de audio de los equipos electrónicos, que también están a la venta. Todo se vende. Todo se compra. El comercio es la principal actividad de la zona y cuenta con sus particularidades, la principal posiblemente, su informalidad.
Un factor determina aquello que se comercializa con mayor volumen: la situación económica de Argentina. Como si se tratara de un efecto estacional, los vaivenes financieros del país van modificando el tipo de delito que se comete, es decir, qué productos conviene traficar y cuáles no.
Las estadísticas en los juzgados federales -en función de los operativos realizados por las Fuerzas policiales- indican que desde 2022 creció notablemente el contrabando de cubiertas. Hacia mediados de 2023 se conseguían entre 12.000 a 40.000 cada una en Yacuiba y son ingresadas por pasos no habilitados a la Argentina.
¿Cómo es ese contrabando? Una tarea de hormigas, como lo describen en el lugar. Por aquellos caminos exentos de todo tipo de control tanto aduanero como migratorio, diariamente circulan personas que mueven de dos a seis cubiertas en cada “pasada” como las denominan. El límite es la fuerza de quien las traslada, la resistencia al peso y lo que el calor característico de la zona posibilita.

 La actividad tiene su jerga y a estas personas se las conoce como “bagayeros”. La primera definición sobre el término sostiene: “persona que habitualmente lleva muchas cosas consigo, generalmente en un bolso o cartera”. La interpretación aplicada en esta zona de la frontera norte es otra pero no alejada de aquel concepto: “Vendedor ambulante de mercadería procedente del contrabando”. Otra, “persona que practica el contrabando a pequeña escala”.
Esta calificación para una tarea que inicia muy temprano por la mañana y no tiene mayores restricciones es acompañada de otro término. Por los pasos ilegales se mueven mercancías de lo más variadas. “Para la gente es normal. Todo el mundo sabe que está fuera de la ley, y de hecho tiene sus propios significados, como el término ‘agachada’ que para muchos responde al hacer el paso al otro lado. Cuando vos pasás por la quebrada te tenés que agachar para pasar, para que no te vean, hacer las cosas por decir de alguna manera ‘bajo poncho’, hacer las cosas ilegalmente”, cuenta el padre Marcelo Hermida, testigo de la cotidianidad de Salvador Mazza hace décadas.
Esa tarea del bagayero tiene un costo: 3.000 pesos por bulto, por pasada, por cargamento. Eso sí, las cubiertas de camión o camioneta que cuentan con otras dimensiones e indefectiblemente con otro peso, tiene un valor sensiblemente superior. Estos números son los que se manejaban a mediados del año 2023 y se van modificando todo el tiempo según la situación económica de la zona.
El camino recorrido es alguno de los 78 pasos inhabilitados que las autoridades municipales, los funcionarios responsables de paso migratorio y los integrantes de la Justicia Federal, tienen identificados. Claro, como estos pasos suelen abrirse a espalda de las instituciones y de los controles que las mismas deben garantizar, el número, aseguran todos, es superior.
Muchos de ellos inician en el patio de una casa y nadie irrumpe allí. Se convive con ellos, se aceptan y los vecinos los usan, y son ellos con ese transitar diario, constante, inagotable, quienes le otorgan la habilitación a múltiples senderos que se tornan incontrolables.
“Es una frontera distinta donde hay una quebrada seca que en casi todo el año no tiene agua, entonces eso permite que cualquiera, cualquier niño o cualquier persona de muy avanzada edad, pueda pueda transitar por ahí, que es lo que ocurre permanentemente”, describió el fiscal federal José Luis Bruno a cargo de Orán y Salvador Mazza.
No todo se limita al patio trasero de una vivienda ni al ritmo matutino.
Cuando la oscuridad se adueña de Salvador Mazza -producto del poco alumbrado público que hay-, el movimiento a pocas cuadras de la plaza central llama la atención. Pasada la medianoche un camión con un importante acoplado se detiene a una velocidad que no despertó ningún tipo de sospechas, si de algo saben esas calles es de camiones circulando sin restricción horaria, algo propio de una ciudad de frontera con su paso aduanero abierto las 24 horas.

 Aquel camión carente de referencia empresarial, percudido por la tierra de los caminos transitados, se estaciona frente a un galpón ubicado a cuatro cuadras de la Frontera Salvador Mazza-Yacuiba. La puerta del local de chapa se abre en pocos segundos e inesperadamente, unos veinte jóvenes salen de allí conformando una suerte de fila india y como una acción coreográfica, la compuerta del vehículo de grandes dimensiones se abre y comienzan a descender paquetes, bultos, bolsas negras, cajas.
Nadie preguntó nada, no había conversación alguna. Sólo cuerpos en movimiento en medio de la noche. El ritmo lo marcaba el descenso de la mercadería, el paso de quienes acomodaban todo dentro de aquel galpón apilando, colocando cajas una al lado de la otra. El silencio imperando, la acción incansable. Una fotografía más de aquella ciudad.
Los galpones son parte del código de construcción de aquel poblado. Consecutivos, siempre cercanos a la zona de aduana, se erigen como espacios por momentos insondables. Hay muchos que tienen su acceso principal sobre una calle de Salvador Mazza, pero su salida, que también oficia de ingreso, según la hora, en Yacuiba. La mercadería circula en el interior como si ingresara a un pasadizo secreto, pero carece de misterio: todos saben cómo funciona.
“Salvador Mazza tiene sus épocas, como las tiene el país. Hasta hace no mucho tiempo era un lugar de paso, de tour de compras, les convenía a los argentinos comprar en Bolivia y no había un comercio propio. Todos los locales que hoy vemos que están trabajando a full eran lugares de depósito de compras, valijas, bolsones. Ahora que cambió la realidad, cuando digo ahora estamos hablando de años, nosotros estamos vendiendo a Bolivia. Y eso le dio un impulso muy grande al pueblo. Tenemos un sistema de recaudación de pago anticipado de actividades varias que nos permite, a diferencia de otros municipios de Salta, una recaudación extra por toda la mercadería que se comercializa en Salvador Mazza”, plantea como una radiografía de la ciudad Adrián Zigarán, interventor de la Municipalidad.
¿Por qué la ciudad septentrional tiene interventor? Porque su intendente está acusado en un caso de corrupción: contrabando. Casi como una paradoja del sistema que marca el movimiento comercial de la zona y que estaba bajo su gobierno.
El municipio es uno de los edificios sobresalientes sobre la avenida principal, como si esa calle fuera una columna vertebral de la ciudad asentada alrededor del paso fronterizo. El tono de Zigarán es firme, por momentos extremadamente descontracturado. No busca eufemismos, el chorro “es chorro”, el que “jode a la gente” es el que se vale de la falta de trabajo de muchos lugareños, y no evita los insultos cuando repasa los análisis que se hacen a 3.000 kilómetros sobre aquella frontera con la que convive a diario.
La mirada de quien tiene la responsabilidad de administrar los destinos de Salvador Mazza, expone la problemática desde otra perspectiva. “Acá tenemos 78 pasos clandestinos, entonces Gendarmería necesita el triple de gente y el triple de recursos de todo tipo como para tener un control mínimo. La gente de Gendarmería que está hace lo que puede con los recursos que tiene. Es imposible querer tener una frontera completamente impermeable, algo que no pudo

 tener Estados Unidos, imagínense acá. Hay un solo paso legal y después tenes 20 kilómetros de frontera abiertos, hablando solo de Salvador Mazza, tenés otros lugares donde se puede sacar la mercadería de manera ilegal, hasta hay gente que puede pasar en moto por lugares más remotos”.
El de Salvador Mazza es el tercer paso fronterizo en orden de importancia. Las estadísticas oficiales de Migraciones exponen esto en números: en un año entre argentinos (que representan más del 50 por ciento del total) y extranjeros que por allí circulan, se contabilizan más de un millón de personas
Son los números registrados de todos aquellos que eligen realizar los trámites de ingreso y salida del país o viceversa si el paso inicial se hace desde Bolivia. El problema es que esas oficinas migratorias coexisten con los 78 pasos inhabilitados.
Allí surge otro interrogante: ¿los utilizan con el fin de evadir lo estipulado por la ley? ¿Son esos caminos de tierra un desafío a lo normado o construyen con ellos otro “sistema de leyes” alternativo?
En ese inagotable ritmo que marca el pulso de Salvador Mazza ¿qué representa la frontera que divide el territorio argentino con el de Bolivia?
La iglesia cerró sus puertas, los feligreses cumplieron la misa del domingo y dejaron el edificio ubicado sobre la avenida principal de la ciudad. No hay silencio imperando, la localidad parece desconocer la calma de los fines de semana, impugna la idea de cómo se transita los mismos en el interior. Las fronteras tienen un ritmo propio en todo.
Marcelo Hermida conoce la cotidianidad del lugar. Sabe quién asiste con frecuencia, quién lo hace de forma esporádica. Es un observador de la dinámica que se construye dentro de las paredes de esa histórica edificación. Su vida transcurrió en el norte del país, no sólo por haber nacido en Orán sino porque su formación como seminarista la realizó en diversos pueblos, parte de ellos de frontera. Pero hace una distinción con Salvador Mazza, a la que comprende como una ciudad “complicada” y explica a qué se refiere: “Cuando uno llega tiene que entender mucho sobre las formas de vida que tiene la gente. El tema de las fronteras, donde la ciudad no es una. Salvador Mazza en realidad es como si fueran tres ciudades distintas. La gente, más allá de que sean de Argentina o de Bolivia, vive como si fuera una sola ciudad”.
La cercanía construye otra idiosincrasia. Eso da la pauta de que la distancia que podría representar una marcada diferenciación, una separación, no existe como tal. La ciudad salteña en palabras de sus vecinos, vive “pegada a Pocitos boliviana, a Yacuiba” y eso impacta en la forma de vida de quienes están asentados allí. Hay otra construcción de la cotidianidad, con un pulso propio: el ir y venir por ese paso, por esa quebrada que geográficamente delimita pero que es desafiada a diario.

 La de esta ciudad septentrional es denominada “frontera seca". Desde la Fiscalía de Orán (a 184 kilómetros de distancia) explican el fenómeno de la zona. “Las casas se fueron construyendo, fueron avanzando y el fondo de las casas da directamente para el lado de la quebrada internacional y sale uno de la casa y pasa para Bolivia. Es muy fácil salir allá e incluso confundir que es Salvador Mazza y qué es el lado de Bolivia”, refiere Alejandra Morales funcionaria del Ministerio Público Fiscal, que hace una distinción sobre el contrabando de mayor preocupación en esa zona, “creció el movimiento de granos, de harina, de maíz”.
Camiones con doble fondo, declaraciones juradas que se modifican al llegar a Salta, rutas transitadas evadiendo controles y en algunos casos, comprándolos. Es la dinámica de estas maniobras frente a las cuales el Poder Judicial realiza una distinción: una cosa es el paso hormiga de quienes mueven bultos, mercadería en menor escala y que puede representar una infracción aduanera, y otra es el contrabando a gran escala.
Este punto no es menor,porque son movimientos que requieren otra logística y que por la cantidad de mercadería trasladada, implica otras cifras de dinero, Es un tipo de estructura que prescinde de los bagayeros y atiende a una demanda mayor.
El ingenio abunda cuando de contrabandear se trata. “Todos viven del comercio, de pasar harina, soja, pero no droga que es lo que nos debería importar. Si nos vamos a poner en finito, finito, son lugares donde la desocupación es muy grande, no hay industrias. Somos la colita del ratón de la línea eléctrica, no es que se genera en Bolivia y nos dan. Nos llega lo que nos llega. ¿Cómo vas a poner una industria de aceite para procesar la soja de este lado si no van a arrancar los motores? Es todo un proceso, que ya está el replanteo realizado, pero que tardará cinco o diez años”.
Granos, harina, soja, aceite, todo circula por ese extremo norte de la Argentina por caminos y circuitos alternativos. Funciona más o menos así: “Te mandan un camión de harina, te presentan el papel que es de exportación, pasa nuestros controles de Rentas de la provincia, de Rentas municipales. Anulan la exportación y ya queda la mercadería dentro del pueblo para contrabando o para consumo propio. Entonces permanentemente están buscando la manera de ver cómo pasar sin pagar, desde la base mínima es contrabandear. Es una lucha permanente, un ida y vuelta”, detalla el interventor de Salvador Mazza.
Reforzando esta explicación, el ex gobernador de Salta cuenta que hay una falta extrema de control en las Cartas de Porte de Granos que aparecen “con autorizaciones emitidas por el Ministerio de Agricultura, para llevar carga desde un lugar hasta Salvador Mazza, un montón, no sé cuántas toneladas. Te sentás a ver cuánto de eso se exportó, y el resultado es nada. El nivel de consumo de soja, de maíz, de trigo que hay en Salvador Mazza es gigantesco. Salió todo pero no tenés registro de exportación. ¿Qué hacen las fuerzas provinciales?”.
Hay números que reposan sobre los despachos de la justicia y del propio municipio: hay cien camiones de combustible diarios que pasan a Bolivia y regresan. “También tenemos

 camiones que traen bananas. Según los productores bananeros salteños, no les dan los costos para que esas bananas sean rentables. ¿Qué viene adentro de la banana, qué viene adentro del camión de combustible? Deberían tener una infraestructura más grande, con escaner para que permanentemente se esté escaneando”.
Los delitos confluyen, coexisten, pero su daño es muy disímil. “Tenemos reglas no escritas que nos permiten que esta gente pase solo mercadería pero si los pescamos con droga, que es el tema principal, saben que no van a trabajar durante quince días". Hay una orden no escrita pero que es completamente válida. De afuera es fácil decir "cerquemos todo, que no entre nadie". Mientras el parámetro no sea el paso de droga, porque lo que les debería preocupar es que la droga entra por acá y eso es lo que tienen que combatir”, enfatiza el interventor.
Una teoría sobre cómo podría llegar a ser exitoso el negocio de las organizaciones criminales supone lo siguiente: imaginemos -en una realidad paralela- que un narcotraficante quiere mover 1.000 de cocaína en un camión que tiene como destino final la provincia de Buenos Aires o Capital Federal. Son muchos kilómetros, más de cuatro provincias que tiene que cruzar para arribar a su objetivo de descarga. Sigamos imaginando. Los responsables del negocio envían un camión que nunca regresa. Lo mandan al chatarrero y abren el camión, y así ya se pagó solo. Ni siquiera lo vuelven a soldar para que retorne.
En este universo de tan sólo suposiciones, surgen algunas preguntas: ¿Quién controla las patentes, los chasis, si van, si vienen, si vuelven? Le sumamos un elemento, siempre desde la mera imaginación, en la crisis del gasoil que vivió Argentina esos camiones continuaron circulando normalmente. “¿Nadie se pregunta nada, a nadie le llama la atención, entonces el problema es mayor y hay un montón de aristas para trabajar, pero lo mío es alumbrado barrido y limpieza”, dice Adrián mientras cierra con llave la oficina municipal. Fin del cuento.
Para el fiscal federal José Luis Bruno debería levantarse el control aduanero migratorio que hay en Salvador Mazza y “que todo se concentre por el puente internacional porque al estar ese puesto puesto de control que se llama Puerto Chalana en Aguas Blancas, permite una aglomeración de gente que atento a las facilidades para traspasar la frontera no esperan ser atendido por migraciones o por aduana sino que directamente pasan caminando y evaden los controles”. La medida no tiene mayor factibilidad y aunque en diversas ocasiones se retoma la discusión, las dos localidades afrontan el mismo problema: factores geográficos que son sorteados por la generación de pasos inhabilitados.
“Hace treinta años hago esto, vendo acá mercadería, siempre fue así”, reitera como una especie de mantra José. Su tono de voz posee una cadencia que se asemeja a como puede sonar la resignación. Acomoda la mercadería meticulosamente sobre una lona que ubica sobre la vereda, a 150 metros del paso fronterizo. Es sábado, temprano por la mañana y Salvador Mazza despertó hace varias horas. Todo lo que vende proviene de Yacuiba y lo ingresa por uno de los 78 pasos que atraviesan la quebrada carente de su río.

 No le preocupa que lo intercepte algún funcionario de las fuerzas en esos caminos. No le inquieta a estas alturas que alguien le pregunte de dónde proviene su mercadería, hace tres décadas es su principal actividad y considera que ese es su certificado habilitante. Se sienta a esperar que alguien consulte un precio, a que le compren algo de todos aquellos objetos ordenados por categoría. Frente a su asiento coloca el carro, el mismo que utiliza para ir y venir con las compras que realiza en la feria de Yacuiba. Un vehículo oxidado, con kilómetros transitados y testigo de algo que forjó como un estilo de vida.
La discusión que se abre dentro de la Justicia Federal es cómo combatir algo que cuenta con una gran cuota de naturalidad, si tal concepto aplica a la situación. “Ya sabemos, es una frontera bastante permeable y vulnerable donde se da un sinnúmero de pasos no habilitados, pero no puedo seguir teniendo miles de expedientes sobre paseros, bagayeros, tenemos que lograr desmantelar a las cabezas de las organizaciones que manejan el contrabando y el narcotráfico”, reflexiona el fiscal Bruno.
Si a esa frontera que moldea la idiosincrasia de dos comunidades a punto tal de hacerlas sentir una extensión de la otra se le pudiera aplicar un color según su gravedad, la justicia le pondría el rojo. Es una de las puertas de ingreso del crimen organizado a nuestro país. Toma forma a través del contrabando, del narcotráfico, actividades que se extienden a otras provincias argentinas y que encuentran en las particularidades geográficas de esta frontera norte un terreno fértil para operar.
Para Juan Manuel Urtubey, ex gobernador de la provincia argentina de Salta, en Salvador Mazza se da "la clásica lógica de una población binacional y funciona con esa lógica. Muchas veces no se entiende cómo funciona eso y es muy complejo. En un país como la Argentina, el abordaje de la complejidad se agrava aún más porque el 100% de toda la temática vinculada a frontera es federal y no provincial. Con lo cual vos sos un convidado de piedra en una realidad que te impacta, a veces positiva muchas veces negativamente, y vos estás atado de pies y manos porque estás hablando de zona de frontera y cuando hablas del problema estás hablando de contrabando o narcotráfico, todas las competencias federales”.
Una ciudad impacta sobre la otra. Se constituyen mutuamente y eso determina la cotidianidad: los vínculos familiares, la lógica laboral del lugar, las discusiones tácitas respecto a lo que se hace y si esa actividad se ajusta a lo que la ley exige o no. No son debates, son acuerdos que ocurren de hecho, como si la geografía misma los condujera a un terreno difuso. La justicia entiende que frente al Código Penal no hay acciones que puedan encasillarse en análisis ambiguos. Pero la misma circunstancia los lleva a una discusión institucional que no se logra zanjar.
“Tenemos contrabando de hoja de coca, de droga. En enero, que justo estábamos de turno, hubo un secuestro de droga. Un día 30, al otro 60, veníamos así, que es mucha droga para una sola persona que la iba llevando, obviamente que hay gente detrás pero cuando se la agarró era una sola persona. Y la verdad es que están bastante organizados porque son familias

 enteras las que se dedican a este negocio. Porque pasó a ser una actividad económica de ellos”, explica la auxiliar de la fiscalía de Orán, Alejandra Morales.
Aparece, entonces, otro interrogante: ¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué algo que a la luz del código es un delito, el contrabando, se convierte en la principal actividad económica de una comunidad?
“Hay un tema a discutir en la Argentina respecto de cómo nosotros abordamos esta temática. Una cosa es la discusión académica, acá en Cancillería entre cóctel y cóctel, creen que las relaciones internacionales son un brunch, juntarnos a tomar el té con el embajador y no, hay que ir, meterse en la realidad y ver lo que es. Con mucha complejidad porque el comercio fronterizo es la forma de vida, sea delito o no. La tipificación de qué es delito y qué no es delito no siempre viene acompañada de la percepción de la ilegalidad”, explica el ex gobernador de Salta.
Urtubey hace una marcada distinción al respecto, “el narcotráfico no se discute, es ilegal. La pregunta es sobre los paseros, muchos de esos pibes entienden en eso una forma lícita de ganarse la vida. Viven así y la pregunta es ¿eso es legal o ilegal? Qué sé yo. Estiran un poco la interpretación.. Ahí se te va haciendo todo mucho más laxo”.
Desde la fiscalía, donde se acumulan los expedientes sobre los paseros, aportan otra mirada a la problemática: “Frente a una ausencia del Estado, cada vez se fue permitiendo más. Por la falta de trabajo, familias y generaciones enteras hicieron del contrabando su forma de vida”. ¿Esto quién lo dice, se puede poner el nombre de quién lo dice de la fiscalía?
A pocos kilómetros de Salvador Mazza se encuentra “El Chorro”, un paraje inhóspito, ajeno a cualquier GPS pero transitado y conocido por los bagayeros que en reiteradas ocasiones tocan la puerta del municipio donde, recordemos, su intendente no está por haber sido acusado de contrabando. Pero los recibe el interventor y el planteo es concreto: “Por favor pasen la máquina en el paraje para que podamos circular sin riesgos”. Es un paso inhabilitado, como todos los que recorren los bagayeros. “Todo el mundo lo insulta al interventor, porque cómo puede ser que no vea los pozos, pero si llego a pasar la máquina me denuncia Gendarmería porque estoy facilitando las áreas de contrabando. Todo es un problema. Aparte están todos informados con los teléfonos celulares para evadir los operativos de las fuerzas federales: ‘Están por allá, están por acá’ para pasar una goma. Imaginate para pasar droga”, cuenta Zigarán, el interventor de Salvador Mazza.

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