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Qué difícil hacer periodismo sobre los antihéroes

El error de dejar que las fuentes anónimas opinen
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08 de septiembre de 2018 a las 15:15

Cualquier periodista profesional quisiera trabajar en el New York Times. Es una referencia mundial y marca estándares elevadísimos de calidad que lo han transformado en un espejo que miran miles de profesionales de los medios para hacer su trabajo.

Pero esta semana el diario norteamericano quedó en el medio de una polémica que a la larga puede dejarlo muy mal parado.

La historia que tenía para contar era muy buena. Un funcionario de alto nivel de la Casa Blanca escribió un texto en el que afirma que hay un grupo de jerarcas de la administración de Donald Trump que conspira contra algunas decisiones del presidente.

Es una noticia bomba que, si bien va en el camino de otras historias que se han contado, demuestra las enormes fisuras internas de la administración.

Sin embargo, ese posible golazo periodístico terminó en una decisión muy polémica desde el punto de vista ético: el New York Times, en vez de contarles a sus lectores esa realidad, prefirió darle al funcionario de la Casa Blanca un espacio de opinión para que publicara el texto de manera anónima.

Las fuentes anónimas no opinan. Si quieren opinar, deben dar la cara.

“Creemos que publicar este ensayo sin firma es la única manera de ofrecer una perspectiva importante a nuestros lectores”, dice el texto introductorio a la columna de opinión. ¿Era realmente la única manera? Tal vez no eran tan espectaculares, pero sí había otras formas de contar la historia. Publicar lo mismo –sin opinión– era muy valioso.Con esa decisión, el New York Times rompió una regla que para muchos periodistas es de oro: las fuentes anónimas no opinan.

Si un político, un empresario, un deportista o quien sea desea emitir una opinión sobre algún tema debe dar la cara. Los periodistas aceptamos (tal vez hasta demasiado) que una fuente no sea nombrada al dar información, para cuidarla de posibles represalias. Pero nunca para emitir una opinión.

Además, cuando los periodistas aceptan no identificar a una persona que pasa información ya están haciendo un sacrificio, en pos de conseguir datos que, de otra manera, no podrían acercar a los lectores. Pero debe ser información que luego pueda chequearse con otras fuentes. Nunca opinión.

La separación entre la información y la opinión es un pilar histórico de los medios profesionales. Cuando ambas se mezclan, el lector pierde.

Lea también: El enemigo interno y anónimo que desató la furia de Trump

Si los medios abren la puerta a publicar cualquier opinión de forma anónima, el enchastre sería catastrófico. Pertrechadas en el anonimato, las fuentes podrían decir cualquier cosa de sus rivales. Eso fue lo que pasó esta semana, en parte, con la columna anónima del New York Times.

Tal vez el impacto fue menor porque quien está enfrente es un “diablo” para muchos: Donald Trump. Pero las decisiones periodísticas no deben tomarse en función de quien esté enfrente. Aunque para las grandes mayorías sean héroes o antihéroes.

Esta discusión está presente en Estados Unidos desde la campaña electoral. Ante el temor de que ganara un personaje como Trump, muchos medios hicieron una cobertura un tanto sesgada a favor de Hilary Clinton.

Tanto es así que el New York Times, una vez pasada la elección, envió una carta a todos sus suscriptores en la que se disculpó por la cobertura. Las autoridades del medio escribieron que al reflexionar sobre lo ocurrido concluyeron que deberían “volver a dedicarse a la misión fundamental del periodismo del Times: informar a Estados Unidos y al mundo con sinceridad, sin temor ni favor, esforzándose siempre por comprender y reflejar todas las perspectivas políticas”. Y hacerlo “de manera imparcial e inquebrantable”.

En esa misma carta lo admiten: cubrir a una figura tan controversial como Trump era un desafío periodístico fundamental. Porque no es nada fácil hacerle seguimiento a estos “antihéroes”. Además, una decisión como la de publicar la carta anónima, también puede ser un búmeran en contra en momentos en que se aproxima una campaña electoral de mitad de período.

En un terreno muy diferente, en el panorama local, hacer una cobertura de otros actores es tan complejo como hacerlo con Trump. Sin ir más lejos, seguir la política del fútbol y los asuntos de la empresa Tenfield es muy complejo.

Para buena parte de la población y de los periodistas, esa empresa es mala palabra, al igual que pasa con Trump. Mucho más en los últimos años, desde que está enfrentada a los jugadores de la selección, vistos como héroes por muchos.

Por un lado hay periodistas que trabajan para Tenfield, que en muchos casos salen a defender la empresa. Del otro lado, los que están posicionados de manera directa en contra de Francisco Casal y que todo lo que informan lo mezclan con su opinión personal sobre esa figura. Así, queda poco lugar para el periodismo.

El rol de los periodistas no es posicionarse de ningún lado y cuando se trata de información se debería procurar dar el mismo tratamiento al que les parece el más "diablo" de todos que al resto. De lo contrario, estaremos haciendo mal nuestro trabajo y a la larga o a la corta pagaremos caro la pérdida de credibilidad.

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