Treinta años sin Borges

Andres Ricciardulli
Especial para El Observador

Nada como morirse para alcanzar la gloria. Para que se silencien las críticas y comiencen a construirse altares. Para que caigan en el olvido las frases desafortunadas y se recuerden solo los aforismos geniales. Para que nazcan la leyenda y el mito. Para ser, al fin, unánime. Porque los muertos son de todos.

Pero también es un momento delicado cuando la obra queda sola, a la intemperie, sin la protección del autor. Flotando a la deriva en el tiempo, debe superar el fuego de las erratas, como decía Jorge Luis Borges, para llegar a convertirse, quizás, en un clásico.

Varios de los estudios que se presentan en Borges Esencial, una edición especial a 30 años de la muerte del escritor argentino, se esmeran en demostrar desde diversos ángulos más o menos novedosos las mil y una virtudes de una obra que por suerte no lo necesita, ya que se justifica sola de cabo a rabo.

La exégesis de la producción borgeana que se presenta en este libro es sumamente positiva. Vista en conjunto, tiene la fortaleza de ser muy exhaustiva y mayormente comprensible para el lector poco acostumbrado a la jerga académica. Nada comparable, sin embargo, a la capacidad de Borges para llevar a tierra los más elevados asuntos. En este sentido, es curioso que siempre se lo ha vendido como un escritor difícil, cuando es absolutamente lo contrario. En el árido terreno filosófico, por ejemplo, es un oasis de claridad, amenidad y sencillez.

Capaz de resumir dos mil años de historia en un párrafo apabullante, dueño de una erudición formidable, Borges es siempre ese profesor que todo alumno habría querido tener en el liceo o la universidad. Sin él, sin la magia de sus ensayos, nadie hubiera leído a Thomas de Quincey, a Swedenborg, a Carlyle, a León Bloy.

Y, quizás aún más importante, logró que las nuevas generaciones percibieran el resplandor de las grandes obras de la literatura. Después de leer sus Nueve ensayos dantescos, la Divina Comedia adquiere otro brillo. El espíritu de Don Quijote cabalga de nuevo cada vez que él lo nombra. Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, es una cosa con el prólogo de Borges y otra distinta sin él. El Evangelio, que tantas veces comentó con entusiasmo y otras tantas con perplejidad, adquiere a través de su interpretación un cariz sumamente humano y terrenal.

Esta edición especial selecciona libremente los textos. A veces de un libro se extraen solo un par de poemas y de otro la mitad de los ensayos o más. Pero sí se ofrecen completos Ficciones y El Aleph, libros de cuentos que reúnen lo mejor de su producción. El alma de Borges está en ese puñado de relatos indefinibles pero hermosos, que son ya casi un género en sí mismo.

Volver a leer Funes el memorioso, Los teólogos, El fin, Tres versiones de Judas, El inmortal o Las ruinas circulares es uno de los placeres de la vida. En el caso de Borges, además, la relectura es siempre mucho más que un simple acto repetitivo; es un pasaporte a la felicidad y al estupor cuando se comprueba que es posible maravillarse una y otra vez.

Hay un buen espacio también en este libro para la poesía, con piezas claves como Ajedrez, El Golem o Everness. Y también para dos conferencias magistrales: una sobre el filósofo y teólogo Emanuel Swedenborg y otra sobre el tiempo.

Borges Esencial es un libro ideal para quienes todavía no leyeron a Jorge Luis Borges o para quienes desean tener parte de la obra reunida en vez de separada en libros. Encierra, en sus páginas, literatura suficiente para una vida entera.