Un paseo por el lado salvaje

Con La inocencia, su libro más vendido, demostró hace unos años que podía llegar a sectores frecuentemente renuentes a leerlo, y el boca a boca hizo el resto. En esa novela, que transmitía una mirada muy crítica sobre la burguesía que habita en suntuosos edificios revestidos de mármol, con vestíbulos selváticos y porteros despreciables, Polleri alteraba su escritura y se volvía un escritor “normal”, fácil de seguir, accesible para todas las sensibilidades. No había allí monstruos de siete patas. Fue un éxito.

Después vinieron otros textos donde el autor pareció volver a su habitual decir (Los sillones marchitos, por ejemplo), y ahora aparece este ¡Alemania, Alemania!, que contiene algunas de las mejores páginas que ha escrito el autor uruguayo hasta el momento.

Las 100 carillas iniciales son memorables. Polleri propone un juego intelectual que adquiere todo su valor con la complicidad de un lector que debe saber algo de lo ocurrido durante la segunda guerra mundial, algo del carácter inglés, y otro poco de la vida y obra de William Shakespeare y de Christopher Marlowe.

Con esa base se puede disfrutar plenamente del narrador fallecido que cuenta su particular historia, fantasma de doble personalidad que debate sobre quién es el verdadero autor de Hamlet, mientras las bombas caen sobre Londres y el terror nazi es una realidad absoluta.

Ese sanguinolento telón de fondo, ese momento repugnante de la humanidad, insólitamente no había sido tocado por Polleri hasta ahora. En sus manos la más oscura historia universal se subvierte y las batallas se trasladan de los campos de Europa a un plano mitológico, que por momentos logra ser cósmico, multidimensional.

La magia de Polleri está en lograr controlar el caos, en someter con su escritura minuciosa y pulida a los mil demonios que se arremolinan sobre sus personajes, y en hacer plausibles las situaciones más fantásticas o inverosímiles, que son comunes en su literatura, y que tampoco son la excepción en este caso.

De esa Inglaterra relatada por un genio muerto y anónimo a pesar de sus dos nombres, la novela se pasa al bando alemán, donde un niño hombre monstruo, Parsifal, tiene que cargar con la herencia de ser el hijo de Mengele, mientras se mueve en una silla de ruedas dentro de un hospital psiquiátrico dirigido por el Dr. Prinzhorn, alter ego de aquel médico real que publicó y difundió la obra de cientos de pacientes psiquiátricos, y que casi fundó las bases del surrealismo.

El tema del artista, perseguido, vapuleado, señalado y torturado por un mundo que se ensaña con el diferente, es tratado por Polleri con un amplio conocimiento de causa, lo que le permite expresar su desesperación con claridad meridiana.

“Resumiendo: si tengo que ejercer personalmente la violencia es porque soy pobre, no porque sea violento. Mi violencia es como la fogata de un náufrago, encendida con la única esperanza de que los que vuelan alto o navegan lejos sepan que estoy aquí, que alguien vagamente humano (por loco y tullido que sea) también debe ser, no digo rescatado, porque este mundo no da para tanto, pero sí visto y reconocido como una vida, aunque tal vida crea ser hijo de Napoleón (como August) o un superhéroe (como yo mismo) de historieta”, escribe.

Más que una vuelta de tuerca, ¡Alemania, Alemania!, supone el descubrimiento de un nuevo Polleri, más contenido, y al mismo tiempo, más audaz.