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Una sociedad que perdió el rumbo (III)

La autoridad institucional como valor, especialmente de la escuela, viene en declive
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25 de enero de 2018 a las 05:00
Por Daniel Corbo
En anteriores artículos revisamos los factores que denuncian un desfondamiento de valores de convivencia en la sociedad uruguaya: violencia cotidiana, elevadas tasas de homicidios, incremento de los femicidios, preocupante número de suicidios, concentración de la pobreza en los niños, entre otros. En nota anterior consideramos la explosiva relación entre grupos sociales con carencias básicas y su segregación territorial, lo que refuerza su exclusión y determina procesos crecientes de desafiliación de las instituciones de integración, encaminándolos a la marginalidad. Esta segregación territorial de los excluidos genera condiciones favorables para que florezca el delito y una cultura de violencia. Hoy abordaremos el debilitamiento de la autoridad institucional.

Pongamos el caso de la comunidad de Casavalle, que reúne tasas elevadas de Necesidades Básicas Insatisfechas, un deterioro de los espacios ambientales donde la basura es omnipresente y se impone como geografía, la concentración en esa zona de homicidios por ajustes de cuentas entre bandas (el fiscal general declaró que en cinco manzanas se producen más homicidios que en el resto del país), la ostentación cotidiana de armas (como metralletas) en los espacios públicos por grupos que, desplazándose en motos, amenazan a los vecinos y riegan balas en patios de escuelas, en canchas de deportes y en plazas públicas, obligando a niños, madres y abuelas a huir despavoridos a resguardarse en sus casas. En esta zona se ha detectado una situación de gravedad inusitada: la expulsión de unas 200 familias de su hogar mediante amenazas a punta de pistola por bandas delictivas que luego las ocupan para uso propio.

Estos gravísimos hechos en apariencia no eran conocidos, lo que es preocupante porque una afectación de derechos tan grave como la pérdida del hogar por un número significativo de familias bajo amenaza de matar a los hijos si denuncian el hecho, no pudo pasar desapercibido a la autoridad. De igual modo es difícil explicarse como la policía no sabe de ese estado permanente de exhibición y uso de armas de alto calibre por parte de bandas que asolan el barrio y siembran pánico en sus habitantes. Ello habla de una defección del Estado del monopolio de la violencia legítima, que es una cuestión fundamental a su propia esencia. Supone un "Estado fallido" que resigna en un poder fáctico de carácter delictivo, atribuciones que son irrescindibles en el cumplimiento de deberes esenciales. Claro que la autoridad policial no es responsable del fracaso escolar en el barrio, de las flaquezas de los servicios de salud que empiezan a manipular las bandas de narcos, ni del fracaso de la política social para quebrar los núcleos de pobreza dura y exclusión. Pero ello no justifica la resignación del Estado a asegurar el estado de derecho y garantías básicas a la población de esas zonas.

La fragilización de la institución y de su autoridad es más complejo y tiene que ver con procesos civilizatorios propios de la modernidad tardía y de mutaciones de largo alcance que afectan la sacralización de ciertas instituciones, como la escuela. En ella centraremos el análisis, basándonos en la relevante obra "El declive de la Institución" del sociólogo francés Francois Dubet. Durante la modernidad el programa institucional se caracterizó por cuatro notas: 1) la fundación de la escuela como "una institución fuera del mundo". Su modelo cultural era ser una "ciudad ideal", conformada en torno a los principios sagrados de la nación republicana y laica, para formar ciudadanos en base a la ciencia y la razón; 2) la definición de los profesionales de la educación por su vocación. Estos encarnan la mediación entre los alumnos y los valores de la cultura, de modo que el alumno accede a los valores de la escuela al identificarse con los maestros que los encarnan. Los maestros asumen una autoridad carismática, cuya legitimidad es provista por esos valores sagrados de la ciencia y la razón; 3) La escuela oficia como una especie de "santuario" que debe protegerse de los desórdenes y pasiones del mundo real. Por eso los programas escolares son, ante todo, escolares, donde se valoran los conocimientos más teóricos y académicos y no los más inmediatos y socialmente útiles que se proveen a los menos dotados y socialmente desfavorecidos. Los padres son invitados a confiar los hijos a la escuela sin entrometerse en sus labores para preservar la igualdad de los alumnos. De este modo, la escuela se dirigía a alumnos como sujetos de saber y de razón y no a niños y adolescentes con sus particularismos sociales. 4) El programa institucional se basó en la creencia de que la socialización, que sometía al alumno a una disciplina escolar racional, era una subjetivación que engendraba libertad y autonomía, al interiorizar una cultura universal.

Este programa al fundar la autoridad de los docentes en principios y valores indiscutibles proveía al maestro de la autoridad que derivaba de la misma institución escuela. El hecho de comprenderse la escuela como un santuario le permite externalizar los problemas como provenientes del "afuera" y no se dirige a la escuela en sí.

Varios fenómenos afectaron este programa institucional y operan su declinación. La masificación escolar hace explotar ese modelo de santuario que solo se dirigía a los "herederos" y los buenos alumnos, pero los nuevos sectores traen con ellos los problemas sociales, el desempleo, los conflictos juveniles, desestabilizando la vida de las aulas. La institución reposaba en la fabricación trascendente de sentido con vocación de socializar, pero hoy choca con valores relativos y contradictorios donde no se admite un universo de sentido común. Si los valores son apreciados como inciertos y contradictorios no puede ya la escuela fundar su autoridad en ellos. La cultura de masas debilita el monopolio cultural de la escuela. Ofrece a los usuarios un modo de entrada alternativo a un mundo ampliado, en base al zapping, la satisfacción inmediata y la seducción, que contradicen el rigor de las tareas escolares. La masificación no ha cumplido sus promesas de igualdad y la inflación de las certificaciones jaquea la utilidad de los estudios, por ende los roles escolares ya no son suficientes para sostener la institución.

Todo esto genera un sentimiento de crisis, que viven principalmente los docentes, porque la legitimidad de la escuela se ha derrumbado, al perder su carácter sagrado para ser un servicio cuya utilidad se discute en detalle. Los maestros se sienten como empleados a quienes la sociedad les va quitando el apoyo. La escuela no es ya un santuario protegido de las pasiones y los intereses sociales, sino víctima de fuerzas hostiles y debe arrostrar la propia agresión de los padres, que reaccionan con su cultura ambiente hecha de violencia ante la frustración del fracaso generalizado de sus hijos. Es evidente que ya no es posible defender la escuela tal como es y silenciar las formidables desigualdades que produce, sus dificultades para acoger con éxito a los nuevos alumnos cuyas conductas y desempeños no corresponden a las expectativas de la institución. Se requiere refundar un proyecto escolar que supere el debilitado programa institucional, proponer una alternativa más justa e idónea.

De este modo se enlazan comunidades socialmente excluidas, con carencias básicas y segregadas territorialmente, que enfrentan un deterioro de su hábitat y una violencia cotidiana, donde se ha debilitado la presencia del Estado y la vigencia del estado de derecho y donde la autoridad institucional como valor, especialmente de la escuela, viene en declive.

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