Estilo de vida > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Para saber cómo es la soledad

Uno de los grandes temas literarios, la soledad tiene ahora un ministerio
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28 de enero de 2018 a las 05:00
En lo que parece una escena de la maravillosa película Goto, la isla de amor (1968), en la que había un ministro encargado de cazar moscas, Theresa May, primera ministra británica, acaba de designar un ministro de Soledad en un intento por enfrentar el problema que padecen "nueve millones" de británicos. La situación sorprende, por el nombre y objetivo del ministerio creado y por el hecho de que hayan dado cifras oficiales respecto al número de personas que se sienten solas y enfrentan una de las realidades de la vida actual, como es la marginación por aislamiento. ¿Cómo llegaron a configurar esa cifra? Si pudieron establecerla respecto a gente que padece ese tipo de exclusión social, ¿podrían decir asimismo el número de británicos que se considera "feliz"? Claro está, la felicidad no lleva a buscar soluciones extremas, como el suicidio, siendo la soledad, según lo que se desprende de la decisión de la mandataria británica, dínamo de padecimientos y estados de ánimos negativos que marginan a millones de una participación normal en la sociedad. Como si fuera autora de sentencias a lo Marco Aurelio, May afirmó: "La soledad es la triste realidad de la vida moderna". Treinta años atrás, Morrissey había dicho algo al respecto en la canción Please Help the Cause Against Loneliness, cuyo estribillo dice: "Por favor ayuda a la causa contra la soledad / ¿Te gustaría saber mi domicilio? / Por favor ayuda a la causa contra la soledad".

La soledad ha estado presente en la vida humana desde que la vida existe. Llevado el tema a un extremo de interpretación, podría argumentarse que Adán y Eva se sentían solos en el paraíso, lo cual los llevó a entablar amistad con una serpiente. Con alguien necesitaban tener una conversación. Hay una obra teatral, El jardín, del chicano Carlos Morton, en la cual Adán quiere hablar con Dios, pero este no le responde y cuando lo hace, parece estar respondiendo a otra pregunta, no a la que le han hecho. No tener a nadie con quien hablar es una forma de soledad, aunque no la única. En la novela de Daniel Defoe, Robinson Crusoe, el personaje principal vivió solo por 28 años, pero no terminó de trágica manera, sino transformándose en el tema de su propia imaginación literaria. En literatura, cine, y música popular ningún otro tema es tan poderoso como la soledad. Resulta extensa la lista de grandes y pequeñas obras que son una reflexión inquisidora sobre los efectos anímicos, espirituales y somáticos de la soledad. Hasta la propia muerte –también el amor– es personaje secundario en comparación con la soledad. Romeo y Julieta es una obra con varios temas incluidos, pero lo que lleva a los personajes centrales a la determinación final es el rechazo a la separación, al no poder vivir el uno sin el otro, a no querer aceptar soledades individuales.

La gran novela de la literatura hispana, mundial me animaría a decir, es la historia de un "ingenioso hidalgo", andante y flaco, que a caballo en el siglo XVII llevaba su soledad de un lado a otro, porque escapar de uno mismo es también a veces una forma de dejar la soledad detrás, de hacer al menos el intento. Por esos tiempos, en 1613, se escribió el gran libro de la poesía en español, Soledades, de Luis de Góngora, con versos dictados por la "soledad confusa", los cuales han pasado de un siglo a otro ganando poderío, tal como pasa con la mayor parte de la literatura, quizá porque la soledad sigue siendo un misterio real, del que ni siquiera con las más bellas palabras resulta fácil escapar.

La soledad no es solo asunto de un individuo que no está acompañado de nadie. También se puede estar solo acompañado de alguien. Una de las historias más admirables al respecto es El coronel no tiene quien le escriba, la novela breve de Gabriel García Márquez, en la cual dos viejos viviendo en medio de la selva esperan la llegada de un cheque que les permita seguir comiendo, esto es, seguir sobreviviendo como sea. Soledad sienten aquellos que han sido olvidados por sus semejantes y aceptan esa condición debilitante, algunos a veces con desesperación, otros con resignación, como el coronel y su mujer. Y como el personaje de El infierno tan temido, de Juan Carlos Onetti, quien ante el acecho de la tremenda soledad se quita la vida para quitarse así de encima la idea de que todo ha sido en vano. La gran literatura hispanoamericana, americana diría, pues habría que incluir también a la estadounidense, está llena de cuentos y cantos de hombres solos. Los cuentos de Horacio Quiroga, cada vez más fenomenales, son una radiografía que permite ver cómo la soledad va tomando posesión del alma de seres a los cuales el tiempo se les acaba. La soledad de la agonía es también terrible. El cuento El hombre muerto es un buen ejemplo al respecto. Cien años de soledad se llama la gran novela americana, norte y sur incluidos. Quinientos años y pico de soledad podría llamarse la historia completa de la literatura hispanoamericana, empezando con el diario de Cristóbal Colón hasta llegar a la época actual.

Dos obras maestras que continúan enseñando incluso después de haber sido leídas varias veces, Los adioses, de Onetti, y El Sur, de Borges, tienen a la soledad como motivo de fondo, aunque presentan resoluciones diferentes ante al acuciante acecho de ese monstruo que se mete en la mente y al que no es fácil luego ahuyentar. En la primera, el final es trágico, pues el periplo del exbasquetbolista (que no tiene nombre porque puede ser cualquiera de nosotros) va de más a menos, de la cima al subsuelo, convirtiéndose en referente de tantas soledades modernas, producto de la gran decepción final ante la vida, que tanto prometió y tan poco cumplió. El devastador final, no exento de lirismo arrasador, es anticipado de magistral manera por la advertencia del narrador: "el aire olía a frío, y a seco, a ninguna planta". En El Sur, en cambio, el solitario Juan Dahlmann, alcanza la plenitud mediante la elección de lo único y último que le quedaba por elegir; la forma de su propio final: "Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado".

En el desierto, el coyote aúlla cuando está solo. En la soledad de la montaña, el águila de cabeza blanca chilla. En la soledad, el ser humano encuentra diferentes sonidos para expresar lo que siente. El silencio puede anticipar a la muerte, la palabra, a la resurrección; a la vida después de la soledad. Pablo Neruda escribió el libro de poesía de mayor popularidad de los tiempos modernos, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, cuando tenía apenas 19 años, desmarcando su soledad de las otras soledades. El poeta desconocía lo que era estar solo tras haber sido abandonado por la mujer que amaba. Esa puede ser una soledad terrible, una que además obliga a saber qué significa estar solo y qué es sentir soledad, pues no son lo mismo. Pero en vez de quedarse en la pena y en el hundimiento emocional, Neruda encontró en el ars amandi de las palabras el conjuro para la gran tristeza del momento. La ausencia solo puede ser reparada por una nueva presencia. Fue lo que las palabras vinieron a decirle.
Nunca está de más regresar al libro de Neruda, sobre todo en tiempos como los actuales, en que más que nunca "el corazón es un cazador solitario". Son multitud quienes no saben estar solos ni por un momento, de ahí que todo el tiempo necesitan compartir con los demás espacios personales antes reservados en forma exclusiva para la intimidad. En una sociedad de frases rotas impuestas por los usos de las redes sociales, en donde basta comunicar a medias para que el otro "crea" que ha entendido algo, proliferan los adictos a la comunicación inmediata, los que se quedan en la superficie a la hora de comunicar. De ahí que se ha hecho muy fácil sentirse solo, pues se desconoce qué hacer con la soledad, qué solución creativa darle, a qué libros hacerles las preguntas.

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