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Pendiendo de una red (social)

De cómo Facebook y Twitter ya son tan fuertes como para sacudir al mundo y alterar el curso de los movimientos globales. ¿Qué esperar de ellos en estos tiempos?
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29 de noviembre de 2016 a las 05:00

Farhad Manjoo, The New York Times

Conforme la industria tecnológica se enfrentó a la realidad de unas elecciones presidenciales que no salieron como quería, muchos en Silicon Valley aterrizaron la idea de que la desinformación diseminada en Internet fue un factor primordial para el resultado de la contienda.

Google y Facebook modificaron sus políticas de publicidad para prohibir explícitamente que sitios que trafiquen con noticias falsas ganen dinero con mentiras. Muy probablemente sea una solución valiosa, incluso si llega demasiado tarde. Internet relajó nuestra comprensión colectiva de la verdad.

No obstante, los peligros planteados por las falsas noticias son solo un síntoma de una verdad más profunda que está amaneciendo ante el mundo: con miles de millones de personas pegadas a Facebook, WhatsApp, WeChat, Instagram, Twitter, Weibo y otros servicios populares, las redes sociales se han convertido en una fuerza cultural y política cada vez más poderosa, y sus efectos ahora comienzan a alterar el curso de eventos globales.

La victoria de Donald Trump tal vez sea el ejemplo más crudo de que, por todo el planeta, las redes sociales han subsumido y eviscerado a los medios convencionales. Han deshecho ventajas políticas tradicionales como la recaudación de fondos y el acceso a publicidad. Y están desestabilizando y reemplazando instituciones de la vieja guardia y han establecido formas de hacer las cosas, incluyendo a los partidos políticos, organizaciones transnacionales y antiguas prohibiciones sociales tácitas contra expresiones evidentes de racismo y xenofobia.

Lo más importante es que dado que estos servicios permiten que la gente se comunique más libremente, están ayudando a crear organizaciones sociales sorprendentemente influyentes entre grupos otrora marginalizados. Estos movimientos ad hoc varían ampliamente en forma, desde supremacistas blancos de la "derecha alternativa" en Estados Unidos y partidarios del Brexit en Gran Bretaña hasta el Estado Islámico en Oriente Medio y las colectividades de piratas informáticos de Europa Oriental y Rusia.

"Ahora tenemos millones de personas en Internet, y la mayoría está descontenta con el statu quo", dice Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group, una firma de investigación que pronostica riesgos globales. "Piensan que su gobierno es autoritario. Piensan que están en el lado equivocado del establishment. Se sienten agraviados por políticas de identidad y por una clase media ahuecada", describe.

Muchos factores explicaron la victoria de Trump: la ansiedad económica de la clase media en la región industrial de la zona centro norte del país; el deseo rudimentario de cierto tipo de cambio en la dirección nacional y alguna mezcla de racismo latente, xenofobia y sexismo en todo el electorado. Pero como hasta el propio Trump admitió en una entrevista para el programa 60 Minutes, las redes sociales jugaron un papel determinante.

Anteriormente, señala Bremmer, las preocupaciones de los partidarios de Trump podrían haber sido ignoradas, y su candidatura casi por seguro habría naufragado. Después de todo, fue universalmente descartado por casi todos los eruditos convencionales y enfrentó desventajas con respecto a fondos, organización y acceso a experiencia política tradicional. No obstante, al exponer un mensaje que resonó en Internet con la gente, Trump fue tumbando a hachazos todo el orden político establecido.

Para la gente que gusta de un mundo ordenado y predecible, esto es lo que más miedo da de Facebook; que su alcance le confiere poder real para cambiar la historia en formas intrépidas, impredecibles.

Pero aquí estamos. Es hora de empezar a reconocer que las redes sociales de hecho se están convirtiendo en las fuerzas destructoras del mundo que sus partidarios prometieron hace mucho; y de sentirnos amilanados, en lugar de regocijados, con los enormes cambios sociales que podrían destrabar.

Este año, en Gran Bretaña, la organización en Facebook jugó un papel importante en el otrora impensable esfuerzo por lograr que el país se saliera de la Unión Europea. En Filipinas, Rodrigo Duterte, un apasionado alcalde que fue ampliamente superado en gastos por sus oponentes, se las ingenió para formar un enorme ejército de partidarios en Internet para ayudarlo a ganar la presidencia.
El Estado Islámico ha usado las redes sociales para reclutar yihadistas de todo el mundo para luchar en Irak y Siria, así como para inspirar ataques terroristas en el exterior.

Y en Estados Unidos, Bernie Sanders, un socialista que se postuló para presidente como demócrata, y Trump, que alguna vez fue vilipendiado por la mayoría de los miembros del partido que ahora dirige, se basaron en Internet para despedazar el statu quo político.

La "ventana Overton"

¿Por qué está pasando todo esto ahora? Clay Shirky, un profesor de la Universidad de Nueva York que ha estudiado los efectos de las redes, sugiere varios motivos.

Uno es la ubicuidad de Facebook, que ha alcanzado una escala épica. El mes pasado la compañía informó que aproximadamente 1,800 millones de personas entran al servicio por mes. Ahora que aproximadamente una cuarta parte del mundo entra a Facebook, las posibilidades son asombrosas.

"Cuando la tecnología se vuelve aburrida, ahí es cuando los alocados efectos sociales se ponen interesantes", señala Shirky.
Uno de esos efectos sociales es lo que Shirky llama el "movimiento de la ventana Overton", término acuñado por el investigador Joseph P. Overton para describir el rango de temas que los medios convencionales consideran públicamente aceptables para discutir.

Desde aproximadamente principios de la década de 1980 hasta el pasado reciente, normalmente se consideraba imprudente que los políticos tuvieran puntos de vista que la mayoría de la sociedad considerara fuera de lo convencional, cosas como llamados públicos a favor de sesgos raciales. Pero Internet movió esa ventana.

"El etno-nacionalismo blanco fue mantenido a raya por la ignorancia pluralista", explica Shirky. "Todas las personas que gritaban contra los inmigrantes frente a la TV del sótano de sus casas o que estaban dispuestas a decir que los cristianos blancos eran más estadounidenses que otros; no sabían cuántos más compartían su opinión", destaca.

Gracias a Internet, ahora toda persona con puntos de vista otrora demonizados puede ver que no está sola. Y cuando estas personas se encuentran entre sí, pueden hacer cosas; crear memes, publicaciones y mundos enteros de Internet que impulsen su visión, y después irrumpir en lo convencional. Los grupos también se vuelven blanco de personalidades políticas como Trump, quienes reconocen su energía y entusiasmo y la aprovechan para ganar en el mundo real.

"Vamos a ver más de estos candidatos insurgentes, y más efectos sociales alocados", agrega Shirky.

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