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Plana Terra

Hay quienes niegan la redondez del planeta. Son los suspicaces por excelencia
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17 de febrero de 2018 a las 05:00
Hay gente que no se conforma con la versión que da la prensa, ni la que da la historia, ni la que da la ciencia sobre cómo son las cosas. Creen que las verdades que conocemos como tales son el discurso que le conviene a un puñado de poderosos que controla las economías y los gobiernos del mundo, seres cuya sed de mal solo rivaliza con su inmenso poder de hacer el mal.

Son adeptos a otra forma de ver el mundo y tienen teorías sorprendentes acerca de cómo funcionan ciertas cosas. Al conjunto de esas teorías que desafían la verdad dominante e incluso el sentido común y el mínimo de tino, se las llama "teorías conspirativas".

La fragmentación moderna de la información de la que dispone cada persona, a través de redes sociales virtuales, fomenta el surgimiento y fortalecimiento de estos grupos. Hay gente que habita universos virtuales donde todos saben que la teoría de la evolución es una estafa; otros se relacionan entre pares que están seguros de que el holocausto judío es una gran mentira; otros saben que las Torres Gemelas fueron destruidas por el propio gobierno de Estados Unidos.

Yo suelo creer que lo que afirma el consenso de la comunidad científica es un modelo fiable de la realidad. Sé que es más difícil cuando se trata de la prensa, porque no tiene la perspectiva del tiempo y entonces sus contenidos pueden incluir inexactitudes que contaminen la veracidad del tema, pero creo en la probidad de los medios que elijo para informarme y entiendo que me preparan para formar mis ideas sobre el mundo.

Desde mi punto de vista, entonces, estos suspicaces son los estafados y no puedo evitar cierto desdén al analizar sus puntos de vista. De todas maneras, hay que tener en cuenta que hay matices dentro de los conspirativistas. Hasta cierto punto, se puede pensar que no es descabellado que haya habido alguna conexión interna en el derrumbe de las Torres Gemelas, pero hay gente –que ha formado movimientos y grupos de estudio– que cree que la Tierra es plana.

¡Qué sentimiento de furia y de impotencia deben sentir los que creen que todas las representaciones del planeta que se hacen desde hace siglos son una gran mentira! El engaño empezó en la Grecia antigua, varios siglos antes de Cristo, como una conspiración de filósofos y científicos, que se confabularon para que la gente creyera que la Tierra era esférica.
Hay gente que habita universos virtuales donde todos saben que la teoría de la evolución es una estafa; otros se relacionan entre pares que están seguros de que el holocausto judío es una gran mentira; otros saben que las Torres Gemelas fueron destruidas por el propio gobierno de Estados Unidos.

La divulgación científica no estaba muy avanzada. Los sabios que sostenían esa patraña eran una élite minúscula, pero su influencia se cimentó con los siglos, hasta que en el siglo XX de nuestra era, la mentira se masificó con las fotografías falsas que muestran al planeta como si fuera una papa.

Si me obligaran a afiliarme a al menos una teoría conspirativa, elegiría sin dudarlo a la de la Tierra plana. El propio Aristóteles fue engañado –o fue uno de los conspiradores– y solo desde hace algunas décadas la verdad se empieza a vislumbrar.

¿Cómo nos pudieron tener aterrados durante tanto tiempo, creyendo que girábamos a 1.600 kilómetros por hora sobre el propio eje del planeta y a un promedio de 108.000 kilómetros por hora alrededor del Sol? ¿Cómo pudieron vender tantos "globos terráqueos" a las escuelas del mundo? ¿Cómo nos convencieron de una cosa tan absurda como la "fuerza de la gravedad"?

Lo cierto es que hay un grupo minúsculo pero firme en sus convicciones que sabe que la Tierra es plana como un panqueque –con ciertos grumos– y que el Polo Norte está en el centro y la Antártida en la circunferencia y que no nos caemos al espacio porque estamos arriba. Aunque deploran la ceguera de la mayoría, la satisfacción de saber algo tan esencial los hace dormir en paz.

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