Estilo de vida > ANÁLISIS/ RICARDO ESPINA

Política, poder y literatura

Es casi imposible escuchar a un mandatario hablar de poesía salvo excepciones; ¿por qué?
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16 de octubre de 2016 a las 05:00
Ricardo Espina, especial para El Observador

Por qué los periodistas le preguntan siempre a un poeta qué opina de este o de aquel político, por qué mejor no le preguntan a un político qué opina de tal o cual poeta?", comentó con visible molestia Juan Gelman una mañana de noviembre de 2006, después que un periodista lo entrevistara en la feria del libro de Los Mochis, Sinaloa, en la cual estábamos participando, y le preguntara cuál era su opinión sobre el presidente mexicano. En América Latina, que ha dado dos escritores notables que fueron además presidentes de sus países, Domingo Facundo Sarmiento y Rómulo Gallegos, es casi imposible escuchar a un mandatario hablar de poesía (y podemos eliminar el casi). La supina pobreza en este aspecto atañe tanto a la clase política como a los periodistas encargados de reportar sobre la misma. ¿Cuándo algún periodista ha intentado tener una inteligente conversación pública de una hora con Mujica o Tabaré Vázquez para hablar de literatura o cultura y preguntarles, por ejemplo, qué opinan sobre la poesía de Julio Herrera y Reissig, el escritor más original que ha dado nuestro país? ¿Lo habrán leído?

¿Se puede ser buen presidente sin ser buen lector? No lo creo.

Estados Unidos, donde hay programas periodísticos televisivos y radiales en los cuales los políticos pueden hablar de literatura, y también de política, ha tenido destacados presidentes que fueron excelentes lectores. En la época moderna destacan cinco: Franklin Delano Roosevelt, John F. Kennedy, Jimmy Carter, Bill Clinton, y Barack Obama. Así como los historiadores se preguntan cuál de ellos ha sido el mejor en política externa, en temas de educación, en política económica, etc., habría que preguntarse asimismo cuál de todos fue el lector más destacado. Daría para escribir un libro. Yo me arriesgaría a decir que fue Roosevelt. Era un intelectual en serio.

En diciembre de 1941, con la segunda guerra tornándose cada vez peor y con un futuro negro, no solo por el color negro de las prendas nazis, Winston Churchill lo visitó en la Casa Blanca, aceptando la invitación de su par estadounidense a pasar la Navidad juntos, para conocerse mejor y estrechar la relación personal, en vista del épico desafío que debían enfrentar. Años después, el sobrino del primer ministro británico contó que su tío le había dicho que durante los días de la visita de lo que más habían hablado era de literatura, de poesía sobre todo, y que después de varias discusiones Roosevelt lo había casi convencido al primer ministro de que Inglaterra en el siglo XIX no había tenido un poeta tan original como Walt Whitman. Roosevelt y Churchill (este ganó el premio Nobel de literatura), los dos estadistas de mayor relevancia en la época moderna, a quienes podemos considerar salvadores del mundo civilizado, tuvieron bibliotecas personales extraordinarias y cuando el mundo entró en la peor guerra de su historia buscaron respuestas –porque las da– en la gran literatura universal.

Kennedy tuvo un extraordinario oído para la poesía y varios de sus discursos políticos son literatura, como también lo son los de Roosevelt. Kennedy fue quien inició la tradición de invitar a la ceremonia de inauguración presidencial a un poeta, encargado de escribir un poema que inmortalice el momento. El primero fue Robert Frost, quien el 20 de enero de 1961, en un día helado, leyó The Gift Outright. En 1963, en una visita que hizo a la Biblioteca Frost en Amherst College, al poco tiempo de morir el poeta, Kennedy dio un discurso notable, quizá el mejor que ha dicho un mandatario sobre la relación entre literatura y gobierno, afirmando en uno de los pasajes: "Cuando el poder conduce al hombre a la arrogancia, la poesía le recuerda sus limitaciones". Siete años antes, en otro discurso había dicho: "Si más políticos supieran de poesía y más poetas conocieran la política, estoy convencido de que el mundo sería un lugar un poco mejor para vivir".

Admirador de Byron y Frost, y conocedor de decenas de poemas de memoria, Kennedy creía que nada representaba la diversa profundidad de la vida humana como la poesía, en la cual el ser humano encontraba el lugar más confiable para profundizar en el conocimiento de su existencia.

En 1977 Jimmy Carter, poeta él mismo (también Thomas Jefferson y Abraham Lincoln lo fueron), y que en 1994 publicó el libro Always a Reckoning and Other Poems (incluye 44 poemas excesivamente anecdóticos y descriptivos), invitó a James Dickey a escribir el segundo poema "inaugural". The Strength of Fields, es sin duda, por lejos, el mejor poema escrito a pedido de un presidente.

La creativa intelectualidad de Carter duró poco en la Casa Blanca, apenas cuatro años, y la vino a reemplazar la retórica grandilocuente de Ronald Reagan, conocido por muchas cosas, menos por ser un buen lector. Su vida está llena de cosas ocultas, pero pocas cultas. Por consiguiente, la buena literatura estuvo exiliada de la Casa Blanca por ocho años, hasta la llegada de Bill Clinton. En agosto de 1995, luego de una cena en el lujoso lugar vacacional Martha's Vineyard organizada por el escritor William Styron (autor de Esa visible oscuridad: memoria de la locura, el mejor libro literario que conozco sobre la depresión) y a la que asistieron Bill y Hillary Clinton, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, este último comentó que el entonces presidente era uno de los mejores lectores que había conocido, no solo por la cantidad de lecturas que tenía encima, sino sobre todo por su rigor para reconocer los grandes libros de la literatura. Tiempo después el novelista colombiano escribió El amante inconcluso, detallada crónica sobre el encuentro, lección sobre cómo ver con palabras la realidad del poder.

Aunque a la hora de elegir al poeta encargado de escribir el poema inaugural Barack Obama ha sido un desastre sin atenuantes, pues Praise Song of the Day y One Today son dos poemas horrendos escritos por dos poetas de talento muy menor, Elizabeth Alexander y Richard Blanco, respectivamente, como lector y comentarista de libros, en cambio, el presidente saliente tiene un registro impresionante. Prometo volver sobre el tema antes de que abandone la Casa Blanca.

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