Platos para la buena suerte
En un país tan grande como China es difícil tener a toda la familia reunida y, por eso, en Año Nuevo no hay excusas para faltar. El sonido de los cuchillos contra las tablas donde las mujeres pican la comida es lo que se escucha en una casa china en la víspera del año nuevo. Así lo recuerda Adi Yacong Wu, estudiante de español que vino a Uruguay de intercambio y decidió quedarse a vivir en el país. Hace tres años que no pasa Año Nuevo en su casa.
Cuando Adi le dijo a su abuela que se iba de intercambio a Uruguay, la mujer creyó que se trataba de un país africano. Adi siempre supo que como parte de la carrera implicaba distanciarse y las opciones eran Uruguay o España. Aunque apenas conocía a Luis Suárez y las amatistas, prefirió la lejanía de Latinoamérica. Lo que no estaba en su plan de estudios era conocer a Diego, su novio, o conseguir un trabajo en una agencia marítima y otro como profesora de chino mandarín.
Para seguir con la tradición, Adi invita a sus amigas a preparar las jiaozi. Juntas, pican zanahoria y cebolla y agregan la carne. Aderezan con salsa de soja con miel y condimentos que mandaron traer de China: un saborizante de pollo y polvo de cinco especias.
La masa es sencilla, solo agua y harina, pero el encanto viene con el amasado. A Adi se lo enseñó su abuela, que es la que siempre las prepara. Para dominar la técnica hay que combinar el movimiento de las manos para que la masa quede más gruesa en el medio que en los bordes, pero sin perder la redondez. Mientras cocina, Adi describe una celebración llena de significados, en la que cada plato aporta un sentido. Como las jiaozi se parecen a las monedas de la China antigua, se las asocia con la riqueza: cuantas más jiaozi se hagan, más plata traerá el nuevo año. Lechuga y plata se pronuncian similar en chino, entonces tampoco puede faltar en la mesa. Lo mismo sucede con el lechón que, según la tradición, ayuda a dejar atrás todo lo negativo del año anterior.
En las fiestas es cuando Adi más extraña su país. Mientras su novio prepara una milanesa napolitana, ella le da a probar las jiaozi a sus amigos uruguayos. Venir a Uruguay le impuso el desafío de comer con tenedor, que encuentra su reflejo inverso en un uruguayo intentando sostener una jiaozi con dos palitos chinos.
ADI WU YATSUNG
Adi Yacong Wu vive hace tres años en Uruguay y es profesora de chino mandarín en el centro Cicuch.
Adi Yacong Wu vive hace tres años en Uruguay y es profesora de chino mandarín en el centro Cicuch.
M. CASTIÑEIRAS
Cocina redentora
Ya en su casa, Cheng elige representar la comida de su país con un pollo con almendras, un plato fino de la gastronomía oriental. Cheng cuenta que en la mesa de Año Nuevo de una familia china suelen haber al menos doce platos calientes, sin contar las entradas y las sopas. "Lo primero es la comida", dice.
Aunque su acento lo delate, si se midiera por la cantidad de años que pasó en un país u otro, Cheng sería más uruguayo que chino. Pero su historia está tan entrecruzada con la del gigante asiático que lo más acertado sería convenir en un "oriental" que abarcara ambas tierras.
Llegó a Uruguay después de recibir una noticia que le cambió la vida. La versión resumida de su historia empieza cuando tenía doce años. Un día, la persona a quien llamaba papá le dijo que tenía pasajes prontos para mandarlo Uruguay y que, en la otra punta del mundo, lo esperaban sus verdaderos padres. "Fue como un balde de agua fría", recuerda.
El festejo de Año Nuevo chino dura 15 días; en 2018 comenzó el viernes 16 de febrero
La familia, que pertenecía a la clase política de aquel entonces, había quedado atrapada en medio del conflicto entre China y Taiwán y tuvo que huir. Cheng tenía dos días de nacido cuando eso pasó y lo mas seguro para sus padres fue encomendarle la crianza a su tío.
Le costó llamar mamá, papá y abuela a los que lo esperaban con los brazos abiertos en Uruguay. El primer recuerdo que tiene de su desembarco es en el restaurante de su padre. Salió a pasear pero se perdió y estuvo rato intentando encontrar una cara conocida. Las casas, las personas, todo le parecía igual.
Con el tiempo aprendió español, empezó a estudiar y conoció a su mujer. Juntos tienen tres hijos. Con ella, puso el restaurante Asia, que ofreció gastronomía china durante varias décadas, hasta que ambos se jubilaron. El punto de anclaje que mantuvo con su país fue la cocina y su decisión de no fusionarla con otras. Tuvo muchas oportunidades, pero considera que la especialidad de cada país no debería perderse. "Mantengo una linea y me concentro en ese oficio", agrega.
En los últimos años, a Cheng se le hizo más fácil visitar a sus parientes. Ya fue cinco veces a China, donde están sus hermanas, y a Taiwán, donde vive la familia que lo crió. Con ambos ha pasado Año Nuevo y sabe bien que en estas fechas no hay rencores ni peleas que valgan. Todos sonríen, se concentran en valorar la unidad de la familia y la comida es la mediadora.