Pintura que recuerda la batalla de Berlín, en el Museo la Gran Guerra Patriótica

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Rusia: entre fútbol e historia

Aunque la pelota tiene todo el protagonismo, cada esquina de Moscú guarda un tesoro para contar y que vale la pena conocer
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15 de julio de 2018 a las 05:00
La efervescencia por el Mundial de fútbol mostraba una cara inusualmente ruidosa de Moscú. Hinchas de los cinco continentes exhibían con orgullo sus banderas y entonaban sus canciones típicas, en medio de aplausos y sonrisas. Entre el cielito lindo mexicano y la marsellesa francesa, la capital rusa asomaba por momentos como el punto de encuentro de distantes civilizaciones.

La explanada que albergaba a esa multitud estaba ubicada a escasos metros de la Plaza Roja, debajo del monumento de un hombre que montaba su caballo con gesto victorioso. El protagonista era nada menos que el mariscal Zhukov, un condecorado militar soviético, clave en la Segunda Guerra Mundial. Sólo aquellos que destinaron algunos minutos en observar a Zhukov notaron que su caballo estaba pisando una esvástica nazi, como homenaje al hombre que llegó hasta Berlín para vengar la traición de Hitler a Stalin.

Así ha transcurrido el Mundial. La pelota parece taparlo todo, pero la fascinante historia rusa asoma en cada esquina, caprichosa y omnipresentemente. En el mismo día, a pocas cuadras de distancia, una veintena de veteranos realizaba una extraña manifestación. Debajo de la estatua de Karl Marx, mostraban viejos diarios de la época soviética, como una forma de exhibir su añoranza a los tiempos socialistas. Por su avanzada edad, tal vez alguno de ellos haya defendido a su país durante la invasión nazi, siendo apenas niños o adolescentes.

Moscú es una ciudad increíble, digna de ser visitada. Esa capital es el símbolo del legado de poderosos zares, de épicos triunfos militares sobre los más temibles ejércitos europeos y de sueños socialistas hechos trizas. Sus calles aún tienen muchísimo para contar sobre la historia contemporánea.

Las grandes ciudades europeas suelen recordar sus glorias militares en cada rincón, pero en Moscú ese exhibicionismo bélico es muy notorio. Dentro del Kremlin, hay decenas de cañones como trofeos de guerra del siglo XIX. Pertenecieron a un tal Napoleón Bonaparte, quien en 1812 debió asumir su derrota y emprender el camino de regreso a París junto a su prestigiosa Grande Armée.

Plaza roja-Rusia
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Más de un siglo después, quien atemorizaba a Europa era Adolf Hitler. Pero los soviéticos habían firmado un pacto de no agresión con él. Dos años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Hitler, en una de sus decisiones militares más torpes, rompió aquel acuerdo y decidió invadir a la Unión Soviética. A través de la voz de Molotov en los altoparlantes, los moscovitas escuchaban asombrados que la Wehrmacht avanzaba rumbo las ciudades soviéticas. Hay fotos que inmortalizaron sus caras de asombro y susto.

La potencia comunista debió planificar su defensa y hasta Stalin tuvo que renunciar a sus caprichos. Para conmemorar la victoria sobre Napoleón, Moscú había edificado la Catedral del Cristo Salvador donde, por ejemplo, eran coronados los zares. Pero debido a sus convicciones ateas, el líder soviético ordenó derribarla, con el objetivo de construir allí un gran edificio que oficiaría como sede de los congresos del Partido Comunista. La construcción estaba en marcha, pero cuando Hitler puso en marcha la Operación Barbarroja, en junio de 1941, Stalin apeló a su instinto de defensa y detuvo las obras. Necesitaba ese hierro para preparar la defensa de Moscú.

Repasar la historia es importante para entender por qué el orgullo ruso por haber ayudado a detener a aquel Tercer Reich que iba a durar mil años está a la vista en varias zonas de la capital. A las afueras del Kremlin, está la tumba del soldado desconocido, en homenaje a aquellos anónimos que murieron defendiendo a su país en la Segunda Guerra Mundial o, al decir de los rusos, en la Gran Guerra Patriótica. "Tu nombre es desconocido, tu hazaña es inmortal", reza un texto. Además, están escritos los nombres de las ciudades invadidas por Adolf Hitler. Cada día, unos jóvenes soldados rusos de elite custodian el monumento. Están allí en homenaje a sus abuelos caídos en el combate con los nazis.
Más alejado del centro de Moscú, hay un enorme museo en conmemoración a aquella victoria soviética.

Entre varios retratos de Stalin, ese espacio alberga trofeos de guerra robados a los nazis, como banderas, uniformes y medallas. Hay, a su vez, brillantes recreaciones de algunos de los sangrientos enfrentamientos que protagonizaron los nazis y los soviéticos.

Los monumentos bélicos de Moscú impresionan tanto como las ausencias. Tal vez las comparaciones (odiosas, a veces injustas, necesarias) ayuden a reflexionar este punto. Berlín es una ciudad que parece pedir perdón a cada paso. A pocos metros del Reichstag y de la Puerta de Brandemburgo, un gran espacio público homenajea a las víctimas del holocausto. En frente, en el Tiergarten, está el monumento a los homosexuales y a los gitanos, otros de las víctimas del Tercer Reich. Además, los berlineses ven a diario en su ciudad el monumento al soldado soviético erigido por el Ejército Rojo. En las calles, hasta el día de hoy las mujeres alemanas le llaman el monumento al violador soviético, como forma de tener memoria sobre las bestialidades que debieron soportar las jóvenes alemanas en aquel entonces. ¿En qué parte de Moscú están los homenajes a las víctimas de las atrocidades cometidas por los comunistas?

La historia muestra que a veces los aparentes salvadores terminan siendo los victimarios. En 1945, el Ejército Rojo avanzaba, liberando a los prisioneros del nazismo. En Terezin, un campo de concentración ubicado a 62 kilómetros de Praga, los soviéticos asistieron a judíos y presos políticos, pero dejaron recluidos a los homosexuales que estaban allí, muchos de los cuales murieron.

Guerra Fría

Berlín- Guerra Fría
Pintura que recuerda la batalla de Berlín, en el Museo la Gran Guerra Patriótica
Pintura que recuerda la batalla de Berlín, en el Museo la Gran Guerra Patriótica

Al este de la cortina de hierro, Moscú fue durante décadas el símbolo comunista de la Guerra Fría, y se transformó en una tierra de enemigos y espías. Incluso varios uruguayos viajaron hacia allí con mucha ideología en sus maletas y a su retorno intentaron transmitir una imagen idílica sobre lo que vieron. En la década de 1990 llegó el terremoto ideológico: el sistema que iba a poner fin a la explotación del hombre por el hombre se derrumbó y sus ecos aún suenan.

Las secuelas de aquel enfrentamiento son palpables en las calles. A fuerza de viajes e ideas renovadas, los más jóvenes hablan algo de inglés, pero las generaciones mayores contestan "no english" con cara de pocos amigos. La derrota ideológica aparece en cada esquina y, a riesgo de machacar sobre una imagen utilizada una y mil veces, la simbología comunista que aún queda en la ciudad convive con los McDonald´s.

La estrella dejó de formar parte de los edificios oficiales por razones obvias: Rusia ya no es un país comunista. Aun así, Moscú no reniega en absoluto de su pasado. La hoz y el martillo aparecen en decenas de estaciones del impresionante Metro de la capital. También hay retratos pintados de Lenin y murales comunistas a la vista de todos.

Viajar a Moscú es una invitación a intentar entender la historia desde un territorio que a lo largo de los siglos ha sido clave en el mundo. Y lo sigue siendo. Desde los zares hasta los líderes bolcheviques, pasando por la generación encargada de digerir el derrumbe socialista, Rusia ha sido un Estado protagonista de su tiempo, y de eso hablan muchas de sus esquinas. Los amantes de la historia del siglo XX disfrutarán muchísimo caminar por esas calles que, luego de ser el escenario de una revolución de sueños socialistas, aún emanan ideología.

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