Sin remordimientos

De entrada hay que aclarar que este nuevo trabajo de Hugo Burel es la continuación de Montevideo noir, novela donde se presentaba al personaje de Gabriel Keller, un publicista que pierde a su mujer víctima de un cáncer, que queda absolutamente solo en el mundo cuando su hijo emigra a Australia y que, a raíz de todo eso y la lectura de una novelita policial, comienza un descenso a los infiernos del crimen y la locura.

Por suerte, esta segunda parte puede leerse de forma independiente, aunque es recomendable la lectura de la primera ya que, se intuye, se trata de una trilogía. Sorocabana blues arranca donde termina Montevideo noir, pero lo hace con un estilo narrativo diferente, signado por el dinamismo y por la creciente pulsión asesina de Keller, que no duda en matar cuando se le presenta algún obstáculo o sospecha que puede tener problemas con alguien.

A lo largo de la novela hay dos líneas argumentales que terminan fundiéndose en una sola, ya que por un lado Keller es extorsionado por un delincuente argentino que tiene una carta comprometedora y por otro comienza a asesinar a todos los que se interponen en su camino para conquistar a su joven vecina Beatriz, de la que está enamorado.

Ambientada en la década de 1960, la novela presenta un crisol de referencias de la época, desde locaciones de antaño muy reconocibles para el lector como el café Sorocabana, la confitería y hotel La Alhambra o la tienda La Ópera, hasta un sinfín de situaciones comunes como pedirle a la telefonista de turno una conexión internacional.

La prosa de Burel tiende a la brevedad en las oraciones, donde se muestra preciso y directo. Al principio parece limitarse a contar lo que sucede, pero a medida que la novela avanza y se complejiza el retrato psicológico de Keller, el autor va dejando caer frases contundentes como al pasar. Es fantástico cuando expresa que "el crimen le revelaba quién era", para luego explicar que se descubre a sí mismo como un hombre sin escrúpulos, que creía tenerlos.

Esa frialdad absoluta para matar contrasta de manera estupenda con las idas y vueltas sentimentales del personaje, que siente una abnegación absoluta por Beatriz y que se vuelve loco de amor ante cualquier gesto o palabra de ella. Esta situación se volverá desesperada cuando Beatriz se entera que la policía lo está investigando y se aleja.

En este sentido resulta esclarecedor el epígrafe con que arranca la novela, una cita del escritor Graham Greene: "Únicamente cuando el asesino es un hombre bueno, puede ser considerado un monstruo". Burel logra que el lector sienta empatía con Keller, pues lo presenta como un ser humano de carne y hueso, al que lo mueve el amor.

Pero también lo describe como un loco de remate cuando Keller comienza a oír una voz en su cabeza que dialoga con él, le advierte de posibles fallas en sus planes, y aprueba o desaprueba su conducta según la ocasión. Esa voz parece surgir de las páginas de la novela policial que lo obsesiona, Asesino a sueldo, más que de su propia cabeza, hipótesis fantástica que se desprende de la esencia misma de la novela.

Este punto tiene una vuelta de tuerca más cuando un vendedor de libros le recomienda la lectura de Crimen y Castigo, de Dostoievski, una novela más que significativa que entra en escena sobre el final del libro y que seguramente tendrá en una próxima entrega un papel fundamental, haya o no redención para Keller.

Sorocabana blues puede ser algo rebuscada cuando se empiezan a acumular las extorsiones y se explican los vínculos de todos los personajes, pero tiene los dos ingredientes fundamentales que debe tener una buena novela policial: está muy bien escrita y mantiene al lector en vilo hasta el final, que en este caso es conclusivo pero al mismo tiempo abierto. La tercera parte no debería demorar.