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Slow fashion: moda con conciencia

El actual sistema de la industria textil tiene un costo social y ambiental que urge attender y el movimiento slow fashion pretende acercarse a la moda de una forma más sustentable
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15 de noviembre de 2017 a las 05:00

[Por Agustina Amorós]

Comprar mucho y sin pensar. Comprar, incluso, sin probar. Abandonar la tiránica idea de elegir, para abrazar entonces la posibilidad de llevarnos varias prendas. Comprobar la existencia de precios exorbitantemente bajos y sucumbir en probadores llenos de ropa accesible que siguen la última tendencia. Aquella idea, que para los amantes de la moda se asemejaba al paraíso, tuvo su auge —se hizo uso y abuso de sus privilegios— y ahora aparecen las consecuencias que reclaman que nos hagamos cargo. El razonamiento es bastante simple: para que una prenda pueda llegar a ser tan barata para el consumidor final y, a su vez, un buen negocio para la empresa que la vende, alguien más tiene que estar pagando el precio de ese sistema.

En esta dinámica de producción y consumo, denominada fast fashion, las marcas compiten ferozmente para producir la mayor cantidad de prendas al menor precio posible, sorteando en esa carrera el impacto ambiental y el costo social que implica. Para sostener el ritmo del mercado, y tener un mayor margen de ganancia, la industria de la moda apostó a producir en países en vías de desarrollo, donde el salario mínimo es más bajo y la disponibilidad para trabajar a cualquier precio es mayor. La situación llegó a su triste apogeo cuando, en abril del 2013 se derrumbó Rana Plaza, un edificio en Bangladés (al sur de Asia) que albergaba varias fábricas textiles y ocasionó la muerte de más de 1.100 trabajadores. A partir de la tragedia, comenzaron a tener mayor notoriedad los movimientos para generar conciencia sobre las consecuencias irreversibles e innegables de la vorágine que aborda la industria textil.

Slow fashion —traducido estrictamente como moda lenta—, lejos de hacer referencia a un concepto esnob, propone mirar a esta industria desde una perspectiva más ética y sustentable. Con esa idea en mente nos sentamos a charlar con Macarena Algorta, una joven diseñadora de vestuario que lleva adelante el primer blog uruguayo sobre moda sustentable, para consultarle cuáles son los pasos a seguir si se quiere cambiar de hábitos y consumir de forma más consciente, abogando por un estilo de vida slow.

¿Qué puedo hacer yo?

Frenar la dinámica frenética que atraviesa la industria de la moda y revertir su impacto negativo parece estar fuera de nuestro alcance. Sin embargo, el poder del consumidor al decidir en qué gastar su dinero y cómo vincularse con la industria puede ser determinante.

Para evitar extremos o frustraciones, nos planteamos encontrar propuestas prácticas para acercarnos a la moda de un modo más sustentable. Basados en los consejos de Macarena, les sugerimos una serie de prácticas a tener en cuenta para convertirnos, paulatinamente, en activistas de un mundo mejor.

• Primero lo primero: revisar el placar

El primer paso para adentrarnos en el universo slow fashion es organizar la ropa que tenemos en casa. "Una prenda (dependiendo de factores como el material del que está hecha, cómo se diseñó o cómo fue cuidada) puede tardar hasta cien años en desintegrarse. Es importante extender al máximo su vida útil para, en la medida de lo posible, evitar que se convierta en desecho textil", explica la bloguera. La propuesta es analizar aquellas que hace mucho no usamos para encontrar una forma de devolverlas al ruedo: si ya no calzan cómodamente, ajustarlas; si ya no resultan atractivas, customizarlas o reformularlas en una nueva prenda. "Es importante separar aquellas que se deseen descartar y hacerlo inteligentemente: donarlas, regalarlas o venderlas, pero evitar que se transformen en basura", advierte Macarena.

• Apaciguar el consumo: saber elegir

Comprar menos y de mejor calidad es la premisa que encabeza el movimiento slow. Las decisiones que tomamos al momento de la compra podrían considerarse como el punto de inflexión ya que, en cierta medida, desafían nuestro compromiso con la causa. Comprar de forma consciente y hacernos las preguntas pertinentes ayudará a tomar mejores decisiones. Tener un objetivo claro evita comprar impulsivamente. ¿Realmente lo necesito? ¿Cuántas veces voy a usarlo? ¿Con qué puedo combinarlo? Analizar nos ayudará a adquirir piezas duraderas, que traspasen la tendencia del momento.

Al adquirir una nueva prenda también debemos contemplar el proceso de creación y elaboración. "¿De qué material está hecha? ¿Quién la hizo y dónde? ¿Qué tiempo llevó hacerla?", cuestiona Macarena, con el objetivo de que nos aseguremos si se hizo con trabajo justo y cuestionemos cuánto viajó hasta llegar a nosotros. "Leer las etiquetas revela los datos necesarios: cuánto vale, de qué está hecha y de dónde viene. Con esta información, podemos sacar conjeturas y evaluar mejor la situación", dice la experta.

Consumir moda local es una estrategia inteligente: "Recomiendo siempre, en la medida de lo posible, optar por marcas uruguayas en vez de grifas internacionales. Esto incentiva la producción nacional y beneficia la economía del país", argumenta.

La calidad de la vestimenta es clave porque determina su durabilidad. Una prenda de buena calidad será más cara, pero tendrá mayor vida útil, y allí es donde radica el sentido de la inversión. Además, saber de qué está hecha nos permite estimar el impacto ambiental que supuso su elaboración. "Elegir fibras naturales y evitar las sintéticas hace la diferencia para el medioambiente".

• La vida útil: el cuidado de la prenda

El cuidado que le damos a nuestra ropa influirá en su durabilidad. Dedicarle tiempo y atención al cuidado de cada prenda alargará su ciclo de vida. Entre los cuidados pertinentes se recomienda lavar con criterio. La dinámica de llevar todo al lavarropas sin seleccionar implica un gran gasto energético y un enorme desperdicio de agua (un lavado puede llegar a consumir 150 litros de agua, dependiendo del tipo de máquina), por eso es importante preguntarnos cuántas veces utilizamos una prenda antes de lavarla.

La fibra sintética de poliéster —presente en la mayoría de la ropa que consumimos— se obtiene mediante una reacción química. Producirla consume gran cantidad de agua y su catalizador es tóxico y cancerígeno para los seres humanos. Al lavar esta fibra, se desprenden hilos de plástico muy pequeños (microfibras) que acaban en los ríos y mares: los peces consumen esas partículas tóxicas y los humanos, paradójicamente, comemos esos peces. Se recomienda reducir al máximo el lavado de poliéster ya que cuanto más vieja es la prenda, más microfibras desprende.

Es claro que no comprometernos con la causa nos afecta inmensamente. Conocer quién hace nuestra ropa y en qué condiciones, consumir menos y de mejor calidad, optar por fibras naturales, apostar por el diseño nacional, cuidar el agua y clasificar nuestros desechos son cosas que podemos empezar a hacer: el cambio es gratis y comienza en casa.

Por más información los invitamos a leer www.islowly.com.

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