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Trump en Jerusalén

Por alguna extraña razón, parece encontrar un vínculo entre el cambio de embajada con el proceso de paz en Medio Oriente
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11 de diciembre de 2017 a las 05:00
Por Pablo Aragón

Por alguna extraña razón, el presidente de EEUU, Donald Trump, parece encontrar algún vínculo entre la decisión de su gobierno en el sentido de reconocer a la ciudad de Jerusalén como capital del estado de Israel así como ordenar la mudanza de su embajada desde Tel Aviv, con un supuesto impulso a lo que llama el "proceso de paz" en Medio Oriente.

Vayamos a este último: no existe.

El gobierno que encabeza el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ya ha consolidado una contundente posición respecto a los territorios conquistados por Israel en 1967: no habrá un estado palestino en Cisjordania; se podría llegar a admitir la existencia de una región palestina ampliamente autónoma, solo que localizada en territorios no contiguos, similares a los bantustanes sudafricanos; Israel continuará estableciendo allí colonias judías como forma de consagrar hechos en el terreno; no habrá una división de Jerusalén sino, a lo sumo, el reconocimiento de uno de sus suburbios, Abu Dis, como capital de la aún indefinida entidad palestina.

La contracara palestina es igualmente clara. El gobierno que encabeza en el margen occidental del Jordán Mahmud Abás continuará su campaña de presión internacional a fin de marginar de la legalidad la construcción de asentamientos y, con ella, a Israel; no admitirá otra solución que la que establezca un estado palestino en todo el territorio de Cisjordania, con su capital en la zona oriental de Jerusalén; no admitirá una solución que deje de lado el retorno a la zona disputada de los árabes palestinos desplazados a partir de 1948.

Hasta aquí, nada nuevo. Lo novedoso está en la idea, manejada por la administración Trump, de que estas posiciones pueden acercarse de la mano de una innovadora gestión diplomática, puesta en las manos del yerno del presidente, Jared Kushner, de 36 años.

Nada adorna intelectualmente a Kushner, un agente inmobiliario judío de Nueva Jersey. Fue la decisión de Trump la que puso nuestra atención en él. Y, hasta ese punto, su única experiencia en Medio Oriente era la de ser director de una fundación familiar que, precisamente, recaudaba fondos para la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania.

Es a través de Kushner, se sostiene, que Donald Trump accedió a la intimidad de AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), el influyente lobby proisraelí, así como a referentes de Netanyahu en EEUU como el billonario Sheldon Adelson, activo promotor de la causa israelí en su país, y a como propietario de medios de comunicación en Israel.

Fue Kushner, por cierto, quien canalizó los esfuerzos del equipo de campaña de Trump por intentar obtener el veto ruso a la resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU que, al terminar la administración Obama, insensatamente proscribiera de la legalidad internacional a Israel por el hecho de erigir asentamientos judíos en Cisjordania. La falta de visión de Obama en ese punto logró que Netanyahu reconcentrara su política, se sostuviera en momentos en que era cuestionado internamente por casos de supuesta corrupción, y dejara el escenario pronto para un giro de apoyo irrestricto al gobierno israelí como el que ahora viene a implementar Trump.

La decisión de EEUU respecto a Jerusalén aleja aún más a Washington de un imaginario papel de árbitro componedor. Es un secreto a voces que Kushner dirige la política exterior hacia Medio Oriente, aún a espaldas del secretario de Estado, Rex Tillerson, quien podría renunciar a causa de ello. El vicepresidente Mark Pence se apresta a iniciar una gira por Israel y es casi imposible que sea recibido por el presidente de la entidad palestina. Vaya árbitros...

Tanto Israel como EEUU se aprestan ahora a sufrir los embates de la llamada "calle árabe": la revuelta que, como pólvora, podría despertarse desde los territorios ocupados hasta los más lejanos confines del mundo árabe. Esa podría ser una consecuencia de la decisión de mudar la embajada, y la que más han temido otras administraciones estadounidenses, con buen sentido.

Pero aún suponiendo que ello finalmente no ocurra, la decisión tampoco luce muy encaminada en otra línea de trabajo de Kushner: la que busca acercar a Israel y Arabia Saudita en una confluencia de intereses que refuerce el golpe de Estado dado el 14 de noviembre pasado por el príncipe heredero del reino, Mohámed bin Salmán (MBS) y legitime a Israel en el mundo árabe de la mano del país que se conoce como el custodio de dos de los tres lugares santos del Islam.

MBS y Kushner están cocinando su propia tramoya. Hacer de Arabia Saudita una monarquía supuestamente "moderna" que, en realidad, se establezca como un poder regional fuerte, neutralizando la conexión que Catar mantiene con los grupos "democratizadores" del mundo árabe y norafricano, al tiempo que dé cuenta de la guerra que MBS iniciara en Yemen contra las milicias houtíes, y que tan mal resultado le está dando.

MBS y Kushner temen perder la guerra en Yemen, y encontrarse con un estado chiita en el estrecho de Ormuz, como temen que Líbano permanezca bajo control de Hezbollah, la guerrilla chiita que tanta influencia tuviera en el desenlace de la guerra en Siria. Es por ello que quieren sumar a Israel al redil, creando una conjunción de intereses que apunte contra la influencia chiita de Irán en la región.
MBS ha intentado, en este sentido, vender la idea de un "plan de paz" en territorios palestinos, basado en lo que Israel estaría dispuesto a aceptar. No ha tenido, claro, éxito. Ya Gamal A. Nasser se había tropezado con la piedra de crear una Organización de Liberación Palestina que pudiera manipular y sobre la que pronto perdiera el control, al emerger Yasser Arafat. A MBS y Kushner no les irá, por cierto, mejor.

La decisión de Trump, pues, podría tener una consecuencia inesperada. La de arrojar esa "calle árabe" en las manos del chiismo que ya ha denunciado la mudanza, e insiste en que solo la lucha armada reconquistará los territorios perdidos. Hamás en la franja de Gaza, Hezbollah en Líbano, los clérigos de Irak e Irán, ya están comunicando esta idea. Abás, en Cisjordania, tiene razones para sentirse amenazado.

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