Trump en Rusia

No caben conflictos en cuanto a señalar que la conferencia de prensa brindada por el presidente Donald Trump en Helsinki tras su encuentro con el presidente ruso Vladímir Putin terminó por ser un desastre comunicacional para el estadounidense.

Pretendiendo despejar suspicacias en relación a las acusaciones levantadas en general por el fiscal especial Robert Mueller y, apenas tres días antes del encuentro de Helsinki, en particular por parte del fiscal Rob Rosenstein contra 12 ciudadanos rusos acusados de interferir tecnológicamente en la campaña presidencial estadounidense de 2016, el presidente Trump se puso a sí mismo en la posición de desautorizar a las agencias de inteligencia de su país, así como a las comisiones investigadoras de ambas ramas del Congreso. Su tardía corrección de lo expresado en público, y hacerlo por las redes sociales, no hizo sino empeorar las cosas.

El episodio sería tonto, de no involucrar algo tan delicado como lo son las relaciones entre Rusia y EEUU, dos estados que cuentan con 13 mil armas nucleares entre sí, el 90% del stock mundial, y discrepan en puntos tan sensibles como la soberanía de Ucrania, el sostén del gobierno en Siria o la asistencia al de Corea del Norte. Y que, para peor, encuentra al arco político estadounidense unánimemente alineado en una posición de buscada confrontación con Moscú.

Es en este sentido que la visita de Trump a Helsinki debería haber sido aplaudida por el resto del mundo: que no exista un diálogo estable entre Moscú y Washington es algo que a todos afecta, y mucho.

La histeria que, por momentos, gana a la feroz oposición al presidente Trump y se ceba con sus errores echa en peligroso olvido que su administración dista mucho de ser esa caricatura que han diseñado los medios, de una administración entregada a Moscú.

Muy por el contrario, la llegada de Trump a la Casa Blanca ha representado un respaldo militar más activo y cuestionable de EEUU al gobierno de Ucrania, así como a la oposición al gobierno de Bachar Al Asad en Siria. El presidente ha anunciado, en igual sentido, planes de actualización de sus programas nucleares por un monto trillonario en dólares, y claramente ha presionado la pasada semana en público a los aliados de la OTAN a fin de que aumenten su gasto en armamento: hasta su apoyo a que la irrelevante Montenegro se sume a la organización es un mensaje de fuerza, indisputablemente dirigido a Moscú.

En el frente económico, la administración Trump también ha representado un giro de dureza respecto a su predecesora: la oficina de control de activos de EEUU ha implementado sanciones económicas contra funcionarios rusos, y Moscú es hoy también blanco preferencial de la hostilidad arancelaria con la que Trump parece decidido a cambiar los términos del comercio internacional.

Proclamar, por tanto, a los cuatro vientos (como lo hacen sectores interesados de la burocracia y los medios en EEUU) que la administración Trump es una quinta columna de Moscú no solo es falso, sino profundamente peligroso, por cuanto alimenta un clima de hostilidad y desenfreno mediático que, por la vía de retratar a Rusia, su gobierno y su presidente en términos de caricatura y demonización, aventa toda posibilidad de cooperación constructiva entre EEUU y el otro protagonista indispensable en el juego de equilibrios internacionales que llamamos, por falta de mejor nombre, la paz.