US President Donald Trump speaks during a meeting at the Customs and Border Protection National Targeting Center in Sterling, Virginia on February 2, 2018. / AFP

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Trump se defiende

¿Qué podíamos esperar, se preguntan todos, de un elefante en un bazar? Si uno apenas pasea la vista se encuentra con sorpresas.
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05 de febrero de 2018 a las 05:00
Por Pablo Aragón
Desde que asumiera su presidencia un año atrás, Donald Trump se encuentra bajo la sombra de una acusación que el mundo entero hace bien en considerar una zoncera, pero que en el mundillo político de Washington es una tormenta de gigantesca consideración: que ya en su condición de candidato, él y su equipo estaban en colusión con sombríos intereses rusos, que habrían influenciado la campaña electoral.

Trump apenas había jurado como presidente, y ya sus adversarios hablaban en tonalidades de Watergate: de hecho, un fiscal independiente, Robert Mueller, está a cargo de una investigación que la prensa opositora al presidente asegura terminará en un momento nixoniano, cuando tal vez se dicte el procesamiento del asesor presidencial Hope Hicks, el hijo del presidente, así como de su yerno, Jared Kushner.

Lea la prensa estadounidense y verá como este castillo crece con los días: si bien se duda que el presidente en funciones pueda ser, como se insinúa, procesado por obstrucción a la Justicia, ya se habla que su círculo íntimo podría ser acusado de eso, además de "colusión" con una potencia extranjera, lavado de dinero, fraude y, claro, falso testimonio.

Y no habría nada que Trump pudiera hacer al respecto: si se atreviera siquiera a despedir a Mueller, se habría reencarnado en Richard Nixon, replicando el fatal error de éste al despedir, en octubre de 1973, al fiscal especial de Watergate, provocando con ello las renuncias del fiscal general y su segundo y, por ende, la puesta en marcha del juicio político que pondría fin a su carrera.

El problema, en este caso, es que Trump no es de los que toma las cosas a la ligera, y el viernes pasado dio, por tanto, orden de hacer público un memorándum clasificado que fuera elaborado por instrucciones del presidente de la comisión de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Devin Nunes. El comité había precisamente tomado a su cargo investigar las acusaciones contra Trump, y su memo contiene fundados comentarios sobre el procedimiento seguido a la hora de rastrear los orígenes de la supuesta trama rusa.

Washington, el Departamento de Justicia, el FBI, la prensa, han reaccionado con furia ante la decisión presidencial: Trump, se nos dice ahora, ha decidido incendiar la institucionalidad, enlodar a los organismos de inteligencia, poner en duda los mecanismos de seguridad pública con tal de salvar su pellejo. Lo que habría hecho es de una gigantesca irresponsabilidad: levantar el velo del secreto, al punto que ahora obligará a los servicios de seguridad a profundizar la investigación en torno a su círculo íntimo.

¿Qué podíamos esperar, se preguntan todos, de un elefante en un bazar?
Solo que si uno apenas pasea la vista sobre el memorándum secreto se encuentra con algunas sorpresas.

Por ejemplo: que, en medio de la campaña electoral de 2016, la Corte de Investigaciones de Inteligencia Exterior (FISC) aprobó un requerimiento del Departamento de Justicia y el FBI a fin de espiar las actividades de Carter Page, un voluntario de la campaña de Trump, basado en acusaciones supuestamente aportadas por Christopher Steele, un espía británico a tiempo parcial que trabajaba para la empresa Fusion GPS.

Fusion, sin embargo, no es una empresa cualquiera: trabajaba para el Comité Nacional del Partido Demócrata... algo que no se le informó a la corte, pese a que el memorándum nos dice que tanto el director y subdirector del FBI, como los fiscales generales adjuntos de EEUU de la época, también lo sabían.

Hay más. La solicitud de espiar a Page también se fundaba en una noticia publicada por Yahoo News en setiembre de 2016 por parte del periodista estrella de esa publicación, Michael Isikoff: el memorándum ahora nos cuenta que Isikoff había recibido su información de la misma fuente: Christopher Steele, despedido como fuente del FBI. Y de ello nada se dijo a la corte.

Que hubiera sido despedido no es lo mismo que afirmar que Steele se hubiera alejado, ya que el texto también nos revela que continuó en contacto con fiscales generales, en especial el adjunto asociado Bruce Ohr, cuya esposa también trabajaba en Fusion GPS, así como en la campaña de Hillary Clinton. Nada de lo cual se le informó a la corte.

Lo cierto es que el entonces subdirector del FBI declaró, apenas en diciembre de 2017 y ante el comité, que, de no haber sido por los informes de Steele, la corte no habría autorizado espionaje alguno.
A Steele no le fue mal con su reiterado informe: Fusion y la firma de abogados Perkins Coie (Partido Demócrata) le pagaron US$ 160.000, al igual que el FBI una cantidad aún no revelada.

El texto contiene más: la colusión, por ejemplo, entre un agente políticamente motivado del FBI y su amante, abogada de la misma organización, a efectos de filtrar noticias contrarias a Trump y vinculando a este con Rusia, así como fogonear el espionaje de su asesor, George Papadopoulos, y otras lindezas.
Nadie, claro, lee estos textos, y lo que ahora oiremos será más escándalo y acusaciones. Pero si usted se toma un rato y lo aborda sin prejuicios, no podrá llegar sino a una conclusión: aunque deteste, con buenas razones, a Donald Trump, tendrá que reconocer que, por torpeza o mala fe, el Departamento de Justicia y el FBI, bajo la administración Obama, fueron empleados como brazo ejecutor de la campaña de Hillary Clinton por parte del Comité Nacional del Partido Demócrata.
Ni más, ni menos.

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