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Un cirio por los enfermeros, los árabes y los presuntos periodistas

El periodismo ante el peso de las palabras "técnicas" y las investigaciones judiciales que no llegan a nada. Análisis de Gabriel Pereyra
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26 de febrero de 2015 a las 16:46

La autocrítica en el periodismo. En la aldea, las voces son demasiado conocidas (el que habla bien de aquel nunca hablará mal de este otro y viceversa) y por tanto poco creíbles. Los periodistas, que vivimos de la credibilidad, tendemos en general a no creer en los colegas, sobre todo cuando nos critican algún comportamiento. Por eso, si tendemos a no creer en la crítica de los colegas (¿quién informa sobre los medios de información?), entonces en el periodismo local la autocrítica es clave para ser un poco mejores.

Y no se trata de andar dando explicaciones (que dos tipos que hace 20 años pasan data y no se equivocan nunca dijeron que eran camboyanos y en realidad eran vietnamitas), ni abundar en esos errores en los que retractarse es doctrina.

Hay situaciones en las que, sobre la base de una información verosímil, se desliza una patinada y no precisamente en el sentido (a veces) cristalino del “cierto o falso”.
Cada esquina tiene sus códigos, sus luces y sus sombras. En esta, el hecho de que varios miembros del gobierno reconozcan la existencia de casos de violencia entre los refugiados sirios, se considera una noticia. Y si el tema se trata entre los ministros y uno dice que monitoreaban desde hace tiempo el asunto, el tema merece alguna que otra portada.

Luego un juez toma el asunto, investiga, nadie está obligado a inculparse y el hecho se archiva, como se archivan tantos casos de un delito que es muy difícil de comprobar.
El medio no tiene arte ni parte en los mecanismos estatales que se pusieron a funcionar. Cuando esos mecanismos, con sus aciertos y sus errores, deciden que nada ha pasado, entonces le toca al medio informar que entre los recién llegados árabes no había ninguna historia que contar en relación a la violencia doméstica.

¿Le va a dedicar el mismo espacio que le dio cuando informó sobre las sospechas del gobierno? Basta un ejemplo para reconocer el absurdo de esa pretensión: seis tapas seguidas con el título “La Justicia archivó el caso de los sirios” o algo por el estilo.

Pero una cosa es esa y otra que el final de la historia que no fue, se publique solo en una página interior, casi como escondiéndolo, cuando no hay nada que ocultar.

Eso lo hizo El Observador esta semana con el caso de los sirios. Al margen de los ladridos que atribuyen eso a una campaña ¿anti árabe?, ese tipo de actos en general son fallas en las articulaciones de estos dinosaurios supérstites que son los diarios. Debimos destacarlo mucho más, no para mandarlos a cucha, sino porque son una pequeña herida al periodismo. Y el periodismo ya tiene bastantes hemorragias.

Ahora le llegó el turno a los “enfermeros presuntamente asesinos” o “enfermeros asesinos”. La maldita palabra procesar. Fueron procesados es el símil de: un juez decidió abrir una investigación para saber si son asesinos. Están acusados de asesinos. No se sabe si son asesinos. Entonces el “procesado” adquiere una carga que, en términos estrictamente legales, no tiene. ¿No tiene?

Los enfermeros no solo fueron procesados, o sea, a los enfermeros no solo se les abrió una investigación para saber si eran o no asesinos; en el país del Estado marsopa, mientras se averiguaba eso, los metieron a la cárcel. O sea, para mandarlos al infierno el juez debió tener demasiadas pruebas de que habían actuado como demonios.

La palabra procesado adquiere entonces un peso colosal. La máquina estatal los tuvo 781 días entre delincuentes de todo tipo. ¿Enfermeros presuntamente asesinos? Ahora los absolvieron. Hay unos 6.000 presos en la misma situación: en la cárcel sin saber si son culpables

¿Se terminó esta historia? No. El fiscal apeló. O sea que en un tribunal de alzada los dos ciudadanos se juegan casi que la vida. ¿De qué depende? A estar por más de un fallo judicial, puede depender de que le toque el tribunal en que está Pedro y no en el de Juan, porque pueden opinar distinto y entonces los enfermeros presuntamente (palabra que atenta contra el espacio en los diarios) asesinos, volverían a ser asesinos.

O sea, lo del Estado es vergonzoso. En la redacción debemos hacer un esfuerzo por no estar a tono con ese accionar, por nosotros y por quienes nos leen.



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