El cuadro de Blanes, Los dos caminos<br>
Miguel Arregui

Miguel Arregui

Milongas y Obsesiones > MILONGAS Y OBSESIONES/ M. ARREGUI

Un cuento de amor y de guerra y de la vieja lucha por la vida

El inglés que vio en Uruguay la república perfecta (II)
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10 de mayo de 2017 a las 05:00

La novela La tierra purpúrea, de William Henry Hudson, publicada por primera vez en Londres en 1885, habla del Uruguay de mediados del siglo XIX y de sus habitantes, los orientales. Describe una tierra sangrienta (purpúrea): ciudades pequeñas y una campaña semivacía y salvaje, poblada por hombres duros, mujeres agraciadas o sumisas y vacunos y yeguarizos cerriles, antes de la llegada del alambrado, la agricultura y la explotación ganadera moderna.

Entonces la población uruguaya sumaba apenas unas 250.000 almas, aunque ya la inmigración se tornaba masiva y comenzaban a llegar los bienes y servicios de la Revolución Industrial.

The Purple Land fue una novela original para los cánones ingleses del siglo XIX. Para ellos era una mezcla de bitácora de viaje con libro de aventuras, con ciertos visos románticos, que transcurría en el fin del mundo. Pero –para quien esto escribe– es todavía más interesante y valiosa como crónica de una cultura caída, aunque no del todo. Quien viva o haya vivido en la campaña oriental hallará en los personajes de Hudson ciertos rasgos de carácter conocidos, y un paisaje todavía visible, al menos en parte.

De Montevideo a Paysandú

El protagonista, un inglés acriollado llamado Richard Lamb, inicia su recorrida por Uruguay, que llama por su nombre histórico: Banda Oriental, como un observador ajeno e imparcial, más bien crítico y altanero.

Lamb atraviesa el país en diagonal, desde Montevideo hasta el departamento de Paysandú, y luego regresa por los interminables campos de Tacuarembó, Durazno, Florida, Lavalleja (entonces Minas) o Rocha. Corre diversas aventuras, e incluso se ve envuelto en una batalla entre blancos y colorados, y se va transformando en esos trances.

Describe un mundo de gauchos habituados a la violencia física, a la matanza de vacunos, yeguarizos y de seres humanos, que contaban sus experiencias durante la Guerra Grande (1839-1851) y el Sitio de Montevideo. Los muestra semi-bárbaros, de cuchillo rápido, prestos a derramar sangre, pero también amables, llanos, igualitarios, supersticiosos, indolentes, hospitalarios. Parecían satisfechos en medio de una pobreza material completa en la que, sin embargo, abundaban algunas cuestiones básicas: la tierra, los caballos, los alimentos y las pendencias. Consumían la mayor cantidad imaginable de carne vacuna y ovina: asada en cualquier sitio y a cualquier hora, o en forma de cocido de espinazo de oveja, zapallo, boñato y papa. La leche, los huevos u otras verduras eran alimentos despreciables, propios de excéntricos y afeminados.

En un pobrísimo rancho de Florida, un muchacho canta unas coplas referidas a las amplias libertades físicas de estos parajes:

Acorralado mi corazón

dentro de la ciudad

tiene ansias

de desierto y libertad.

...

Oh, llévame lejos, llévame lejos,

con tu andar raudo y firme, fiel corcel.

No quiero el cementerio; el sueño largo

lo haré en el llano entre los altos pastos

que ondulan verdes, y sobre mi sueño

ha de pastar el ganado sin dueño.

En los desolados campos entre los departamentos de Tacuarembó y Paysandú el viajero halló una decena de ingleses que habían inmigrado con intenciones de realizar explotaciones agrícolas y ganaderas modélicas. Pero, a poco de andar, los colonos con ideas progresistas comprobaron que no era preciso casi nada para acceder a la carne vacuna, a los caballos y a grandes extensiones de tierra. Por tanto pasaban sus días fumando y bebiendo caña con té, indolentes y borrachos, sin planes ni destino.

La propiedad de la tierra y de las bestias, de tan abundantes, era harto relativa.

En los pagos de Barriga Negra, al norte de Minas, los gauchos revolucionarios derrotados que acompañaban al viajero inglés cambiaron sus caballos cansados por otros frescos. El inglés les advirtió que aquello era robar.

–Un caballo robado siempre lo lleva bien a uno –le respondieron.

­–Si no puede robar un caballo sin afligirse, usted no ha sido educado como se debe –le dijo otro.

–En la Banda Oriental usted no es tenido por hombre honesto a menos que robe –enseñó un tercero.

En esa Arcadia tan natural y hospitalaria el viajero terminó por olvidar "toda la perversidad de los orientales" y sus guerras civiles. Lo que al principio fue desprecio se convierte en una idealista y romántica reivindicación.

La República perfecta

"La tierra purpúrea contiene una interpretación del país que para los uruguayos, descendientes de los orientales, es moralmente tonificante y debería estimular las reflexiones", escribió Ruben Cotelo en el prólogo a la primera edición local.

Era un país libre e igualitario, al menos para buena parte de los pobladores del medio rural (salvo la violencia perenne, en general el autor no refiere abusos, que seguramente había en gran número, y ni hablar con las mujeres, siempre escasas en esos parajes, que apenas describe en trazos idealizados). Aquellos hombres de la campaña, con su culto del cuchillo y del coraje, como escribió Jorge Luis Borges:

Eran sufridos, castos y pobres. La hospitalidad fue su fiesta.

...

No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación de un peligro.

Las páginas finales de La tierra purpúrea son una prosa poética y una apología del espíritu libertario de los orientales. No habla de un gaucho vejado, como el Martín Fierro, sino de uno orgulloso y dueño de su destino, al menos en parte. El viajero Richard Lamb cuestiona otras sociedades primitivas americanas, como el Imperio Inca, donde "el individuo tenía la misma relación con el Estado que un niño con sus padres" y llevaba una vida sin voluntad propia sino regulada por una fuerza todopoderosa. Admite que Uruguay es un país sangriento, pero aborrece "todos los sueños de paz perpetua". Cree ver en la campaña oriental un territorio "donde todos los hombres son absolutamente libres e iguales". Es "la perfecta república: el sentimiento de emancipación que en él experimenta el caminante del Viejo Mundo es indescriptiblemente fresco y novedoso".

Los bienes de la civilización y sus reglas podrían traerles a los orientales más abundancia material y más orden, pero seguramente menos libertad. Ellos pelearon desde 1801 hasta 1865 contra toda suerte de invasores, incluyendo a los ingleses, recuerda el viajero Richard Lamb. La Revolución Industrial estaba cambiando las cosas en las áreas centrales del mundo, e incluso en Montevideo, a un ritmo jamás visto. Pero si "el característico sabor (agreste de los orientales) no puede conciliarse con la prosperidad material que produce la energía anglosajona, deseo fervorosamente que esta tierra jamás conozca tal prosperidad", concluye el protagonista.

Hudson percibió en el campo uruguayo la misma hospitalidad extraordinaria que había notado el naturalista Charles Darwin casi cuatro décadas antes.

En su diario del viaje alrededor del mundo en el barco HMS Beagle, publicado en 1839, Darwin se mostró muy impresionado por el primitivismo y la violencia de la población oriental, en especial del interior, pero vaticinó una evolución afortunada. Y sostuvo que "es imposible albergar dudas que el liberalismo extremo de estos países (Argentina y Uruguay) tendrá que alcanzar finalmente buenos resultados".

Un libro peligroso y feliz

El escritor Ernest Hemingway, premio Nobel de Literatura en 1954, cuando joven leyó presumiblemente la versión estadounidense de The Purple Land (1918), con prologó del ex presidente Theodore Roosevelt. Hemingway publicó su primera novela, Fiesta, en 1926, cuando era un periodista medio muerto de hambre radicado en París. No olvidó a Hudson, porque, como él, deseaba contar "un cuento de amor y de guerra y de la vieja lucha por la vida". Uno de los protagonistas de Fiesta, que transcurre en los Sanfermines de Pamplona, España, "había leído y releído La tierra purpúrea, que es un libro bastante siniestro si se lee a una edad avanzada. Relata las imaginarias y espléndidas aventuras amorosas de un perfecto caballero inglés en un interesante país romántico cuyos paisajes están muy bien descritos. El que un hombre de treinta y cuatro años lo tome como guía del contenido de la vida es tan peligroso como, para un hombre de esa misma edad, entrar directamente en Wall Street procedente de un convento francés [...]".

Hemingway remarcó así la esplendidez del texto y, a la vez, su inocultable romanticismo. Esa visión idílica de una tierra a la vez bárbara, cubierta de sangre, llevó al argentino Jorge Luis Borges a decir que la novela era "de los muy pocos libros felices que hay sobre la tierra".

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