Vladimir Putin, presidente de Rusia, y Donald Trump, presidente de EEUU.

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Un dolor de cabeza

La investigación del fiscal especial Robert Mueller sigue incomodando al presidente
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21 de enero de 2018 a las 05:00
Un dolor de cabeza. Esa puede ser una adecuada síntesis de lo que implica para el presidente y su equipo de gobierno la investigación sobre la denominada trama rusa acerca de los supuestos vínculos entre miembros de la campaña de Donald Trump y funcionarios de aquel país.

Es difícil encontrar un asunto de todos aquellos que han involucrado al presidente estadounidense durante su primer e intenso año de gestión en que no haya generado algún tipo de repercusión.

Pero es evidente que la investigación sobre los nexos con Rusia, sobre todo a partir de una supuesta intención de espionaje a su contricante demócrata, Hillary Clinton, como forma de interferir en el resultado de las elecciones realizadas en noviembre de 2016, es una piedra que todavía molesta, y bastante, en los zapatos de Trump.

El mandatario insiste en señalar que no hay indicios que permitan probar que la mentada colusión existió y se ve a sí mismo en el centro de una operación de "caza de brujas".

Pero a esta altura, nadie en su entorno puede ignorar su disgusto y preocupación por el curso que fue tomando la investigación dirigida por el fiscal especial y exdirector del FBI, Robert Mueller, especialmente designado para cumplir esa función.

El fiscal, cuya independencia nunca estuvo en tela de juicio, respira literalmente en la nuca de la Casa Blanca. Y eso le ha valido ser objeto de presiones, críticas, objeciones y cuestionamientos a su trabajo, sobre todo de parte de algunos connotados dirigentes del Partido Republicano.

Desde que asumió ese rol, Mueller consiguió decenas de miles de correos electrónicos del equipo de transición del presidente.

Además, armó cual si fuese un rompecabezas un esquema riguroso y detallado de cada paso dado por sus colaboradores, por ejemplo, desde que ganó las elecciones hasta que asumió dos meses después.

Asimismo, el fiscal logró la colaboración del exconsejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn –que fue cesado apenas pocos días después de asumir–, luego de ser procesado por omitir señalar sus asesorías a empresas rusas y sus contactos previos a la asunción de Trump con el entonces embajador ruso en Washington, Serguéi Kisliak.

Flynn habló en dos ocasiones con el diplomático ruso en plena transición del traspaso de poder.

El exasesor de seguridad nacional dijo que mantuvo esas conversaciones por orden del equipo del magnate republicano. Y también reconoció haber mentido al FBI sobre esos contactos secretos.

La madeja también comenzó a enredarse para Trump –quien incluso podría ser llevado a un proceso de impeachment en caso de probarse que estaba al tanto de esos vínculos para beneficiarlo– cuando solicitó al entonces jefe del FBI, James Comey, que detuviera una investigación federal sobre Flynn.

La destitución de Comey había caído como un balde de agua fría en el establishment político y reavivó las sospechas de que Trump pudiera saber algo que se encargó de negar hasta ahora.

De hecho, uno de los ejes de la investigación de Mueller es determinar si con sus acciones Trump buscó obstruir la investigación federal, primero al presionar con insistencia a Comey y después con su inesperado cese.

Pero el extitular del FBI, un funcionario con una dilatada y respetable trayectoria, no se calló nada cuando fue convocado al Congreso a dar su versión. Allí se despachó a gusto y dejó mal parado a Trump.

A partir de entonces, los nombres de otros pesos pesados del entorno presidencial comenzaron a verse involucrados en la investigación, pues de una u otra forma tuvieron algún tipo de contacto con funcionarios rusos.

Desde el exjefe de campaña, Paul Manafort –procesado por lavado de dinero en la misma causa–, hasta uno de sus hijos, Donald Jr o su yerno devenido en uno de sus más influyentes asesores, Jared Kushner.

En el caso específico de su yerno, trascendió en la investigación que había pedido a Kisliak –según informó The Washington Post– que gestionara la instalación de un canal de comunicación secreto entre el equipo de campaña de Trump y el Kremlin durante la transición para eludir los servicios de inteligencia estadounidenses.

La mirada de Mueller también se posó en Trump Jr, quien también durante la campaña se reunió con una abogada rusa vinculada al Kremlin luego de que se le prometiera supuestamente información que perjudicaba a Clinton.

Tanto Manafort como Kushner participaron del encuentro, había informado en aquel entonces el New York Times.

Ahora, la atención apunta al exasesor Steve Bannon, que en una entrevista acusó a Kushner y Trump Jr de "ilegalidades", sin dar más detalles. Si el que fue mano derecha de Trump se da vuelta, el escándalo puede empezar a concretarse.

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