Gabriel Pereyra

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Un hombre orinando frente a un grupo de niños

La construcción social del delito
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02 de junio de 2017 a las 05:00

Por urgencia, por ignorancia o por intencionalidad, los asuntos vinculados a la seguridad pública rara vez son abordados desde la profundidad teórica y conceptual que requieren si uno quiere comprenderlos, más allá de qué posición se adopte luego o de las medidas que vayan a tomar frente a ello quienes tienen potestades para tomar medidas.

Hay abundante e interesante bibliografía que nos puede ayudar a entender el impacto de algunos comportamientos en estas sociedades tan complejas en las que vivimos.

En estos días se están cumpliendo dos años de la muerte de Nils Christie, un criminólogo noruego que, entre otras obras, publicó un libro llamado Una sensata cantidad de delito (Editores del Puerto) que profundiza en el concepto de que el delito no es un comportamiento per se del humano sino que es una construcción social basada en determinados códigos, valores y hasta preconceptos que comparte una sociedad.

En un pasaje del libro cuenta una anécdota. En una plaza, al calor del sol de la tarde, decenas de niños jugaban cuando en determinado momento llegó al lugar un hombre, cargando unas bolsas y con una botella de cerveza. Hizo reír a los nenes con algunas payasadas y en determinado momento se dirigió hacia unos arbustos y delante de todos se bajó el cierre de la bragueta y comenzó a orinar.

Frente a la plaza había dos complejos de viviendas, parecidos pero con historias muy diferentes. En uno todo anduvo bien desde un comienzo, sin problemas en la construcción y los servicios y escasa necesidad de reuniones de copropietarios. Los vecinos casi no se conocían entre sí más que un saludo en el ascensor. Cuando algunos de ellos vieron la escena del hombre orinando frente a los niños llamaron a la policía, judicializaron el hecho y el hombre fue llevado a la comisaría.

En el otro complejo de viviendas vecino todo anduvo mal desde un comienzo. Problemas de construcción, de cañerías, en fin, situaciones que obligaban reuniones vecinales para quejarse y encontrar soluciones. De esta forma, los vecinos conocían los problemas que tenían quienes vivían en el apartamento de al lado o de arriba, sus dramas para pagar los gastos comunes, etcétera.

Cuando algunos vecinos de este complejo vieron al hombre orinando frente a los niños supieron enseguida que se trataba de Pedro, hijo de María, una vecina del lugar. Pedro había tenido un accidente y quedó un poco mal de la cabeza. Era un hombre bueno, con los niños y con los mayores, y su docilidad hacía que ante una situación así algún vecino lo agarrara del brazo y se lo llevara a doña María o le avisaban directamente a ella para que lo fuera a buscar y lo regañara un poco para que no volviera a cometer ese acto. Nada de policías, nada de juzgados, nada de potenciales delitos. La ignorancia sobre la vida de quien vive en la casa de al lado convirtió a Pedro en un delincuente. El vínculo social entre vecinos, en cambio, redujo el hecho de la plaza a un episodio incómodo de los tantos que ocurren en el barrio y que se solucionan con una conversación, sin necesidad de policías ni uso de los recursos del Estado.

El delito es una construcción social.

Una de las grandes batallas que la delincuencia le viene ganando a la ciudadanía no se mide tanto por los datos de los delitos sino por la capacidad de generar miedo. Una sociedad atemorizada es una sociedad jaqueada por la delincuencia que se impone sin siquiera actuar. Y una de las grandes renuncias que la sociedad ha hecho para beneficio de los delincuentes ha sido cederles a estos el espacio público.

Por eso, las llamadas plazas de convivencia que se instalaron en diversos barrios son, a mi juicio, de las medidas más profundas, duraderas y eficaces contra el delito. Recuperar el espacio público es un desafío de la sociedad integrada y honesta frente a los delincuentes. La esquina es nuestra, no de ellos. El apoderarnos de la calle y compartir espacios comunes con los vecinos es la diferencia entre que Pedro sea un delincuente o un pobre hombre que necesita ayuda. No parece una diferencia menor.

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