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Una historia de vida en puntas

La primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre se retira luego de dos décadas dedicadas a la compañía; su legado artístico ya es patrimonio de los uruguayos
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22 de octubre de 2016 a las 05:00
La primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre repitió un año la escuela de danza porque no estaba preparada para seguir avanzando. La primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre se quedaba dormida sobre sus apuntes del liceo cuando el sueño la vencía a altas horas de la madrugada, que era cuando podía sentarse a estudiar luego de los ensayos y las clases; también puede contar con los dedos de las manos las veces que salió a bailar con sus amigos adolescentes. El día en que fue a sacar el pasaporte, a la primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre le preguntaron en la Dirección Nacional de Identificación Civil si era válido calificar "bailarina" como una profesión. A su vez, la compañía no pudo pagarle el sueldo en varias oportunidades porque no había recursos económicos para solventar su trabajo.

La primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre se retira el próximo mes con 35 años, porque siente la "necesidad de hacer algo nuevo"; trabajó 20 años para la compañía y todavía hoy para muchos uruguayos es una completa desconocida. La primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre se llama Giovanna Martinatto y toda su historia y su cuerpo hablan de la cultura uruguaya; del éxito y del fracaso, del esfuerzo y –más que nada– de la danza.

La infancia inquieta

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La infancia de Giovanna Martinatto fue, en sus propias palabras, divina. Creció en un hogar tradicional compuesto por sus padres y dos hermanos, uno seis años mayor que ella y otro 12. Vivía en un gran condominio en la zona de Bella Vista, en Montevideo. Allí se juntaban todos los niños del barrio a jugar hasta entrada la noche, algo que preocupaba mucho a su madre que, cuando la niña tenía 6 años, decidió anotarla en una academia de ballet que quedaba a la vuelta para que gastara sus energías en una lugar más contenido. "La verdad es que me mandaron ahí porque era lo más cerca que teníamos en el barrio", contó Martinatto.

Fue entonces que comenzó su proceso de formación. Lo que se inició como una distracción para una niña inquieta, pronto se transformó en algo serio cuando, dos años después de haber comenzado los cursos en la academia de barrio, la novia de uno de sus hermanos, que era bailarina, le sugirió a su madre que la anotara en la Escuela Nacional de Danza (END). Aprovechando el incentivo la inscribió junto a otras 800 niñas que en 1989 se postularon para entrar. Luego de tres pruebas, quedó entre las 50 seleccionadas para cursar los estudios allí.

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"Fue tremendo compatibilizar la END con la escuela y después con el liceo", recordó la bailarina. Cada año que cursaba en el Sodre se iban sumando más materias y la exigencia aumentaba. Lo mismo sucedía con el liceo. "Me acuerdo que salía a las ocho o nueve de la noche de danza, me tomaba el ómnibus, llegaba a mi casa y allí me esperaba mi madre en un escritorio con todo organizado para que me sentara a estudiar". En las noches más agotadoras, Martinatto se dormía sobre los apuntes y su madre la trasladaba a la cama.

La vida social también fue difícil de conjugar: "No salía a ningún lado; como mucho lo hacía con el grupo de ballet, porque amistades por fuera tenía muy pocas por esto de andar continuamente de un lado al otro", recordó.

El camino se truncó cuando, mientras cursaba tercero dentro de la END, sus maestros sugirieron que repitiera un año porque no estaba preparada para seguir avanzando. "Fue una gran decepción. Me acuerdo que llamaron a mis padres para contarles y yo me encerré en un baño y, en medio de una rabieta, pateé todo lo que encontré. Mi madre me dejó y cuando vio que no estaba haciendo más ruido me tocó la puerta, le abrí, y me dijo que había dos opciones: dejar o seguir dentro de la escuela, pero que con esa actitud no podía ser. '¿Qué querés hacer?', me preguntó". Ese momento fue clave en la cabeza de Martinatto y la ayudó a reconocer que bailar era lo que quería hacer por el resto de su vida. "Seguí dentro de la END y desde entonces fui la mejor de la clase", dijo.

La compañía invisible

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Cuando Martinatto tenía 15 años, en 1996, fue contratada para realizar una suplencia dentro del Ballet Nacional del Sodre (BNS) en el espectáculo La Bayadera. Fue elegida por, en aquel entonces, parte del equipo directivo de la compañía durante la visita a una clase.

"No pensaba que eso podría llegar a suceder. Pensé que, para entrar, iba a tener que audicionar como el resto". En aquel entonces, Martinatto estaba cursando sexto año en la escuela y, por lo general, los bailarines comenzaban con las suplencias en el BNS en séptimo u octavo grado.

En su primera mañana, la bailarina llegó al ensayo y la pusieron en primera fila por su altura. "Me acuerdo que el coreógrafo me miró y me dijo que me fuera para atrás porque estaba muy verde".
Luego de esa suplencia, Martinatto fue contratada con un puesto fijo dentro del cuerpo de baile. Con su sueldo, colaboraba con los gastos de la casa y se guardaba algo para alguna compra personal.

Con el ingreso al mundo profesional, también llegó el aterrizaje a la situación que atravesaban entonces los bailarines en Uruguay. "Me pasaba mucho que decía que era bailarina y me preguntaban si me pagaban por eso", recordó Martinatto como solo uno de los indicadores que demostraban una falta de reconocimiento a la profesión por parte de la sociedad uruguaya. La situación era "muy fea" y, según ella, eso provocó que el BNS se perdiera de muchas generaciones de buenos bailarines que viajaron al exterior en busca de estabilidad y éxito. Incluso recuerda que los bailarines del Sodre tuvieron que salir a manifestarse a las calles porque el Estado no les estaba pagando el salario.

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En el medio, Martinatto quedó embarazada de su hijo Marcos (12). Ese mismo año se casó con Javier Bremermann, su actual esposo y padre de su hijo. "Giovanna es una madre fantástica", dijo Bremermann a El Observador. Y agregó que, como pareja, fue clave el apoyo mutuo y constante para poder sobrellevar algunos períodos de trabajo muy intenso.

"Hay muchas exigencias y rivalidad porque todos quieren estar en ese lugar. Tenés que tener poder mental", explicó.

A pesar de las dificultades, Martinatto nunca pensó en renunciar ni irse a trabajar al exterior (estudió en Francia un semestre) porque tenía la esperanza de que en algún momento la situación mejoraría. Y así fue.

La calidad del artista

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En 2010, Julio Bocca asumió como director del Ballet Nacional del Sodre y esto, sumado a la apertura del Auditorio Adela Reta, dio el puntapié para el meteórico ascenso de la compañía en popularidad. Una fama que no sería gratuita, sino que implicaría un aumento en la exigencia del trabajo para los bailarines.

Martinatto, que hasta entonces venía cumpliendo roles de primera bailarina en los espectáculos de ballet pero no cobraba de acuerdo a su posición, fue nombrada por el director oficialmente en esa categoría.

"Decidí asignarle ese lugar porque tiene mucho carisma y fue una forma de darle un reconocimiento a lo que ella venía haciendo hace muchos años", explicó Bocca a El Observador.

Ser primera bailarina implica, para Martinatto, un trabajo extra que va mucho más allá del baile. Le gusta estudiar cada uno de sus personajes a fondo e investigar lo que se haya escrito sobre él. "Es lo que hace la diferencia de alguien con carrera y que tiene peso sobre el escenario. Esa es la calidad del artista". La bailarina confesó que tiene una cábala según la cual antes de salir a escena repite muchas veces el personaje que va a interpretar.

Martinatto tomó la decisión de retirarse de la compañía luego de varios meses de meditación y charlas con un terapeuta. "No sé si decir 'me cansé'. Pero (el puesto) es muy demandante y en estos 20 años nunca tuve una pausa", explicó.

A la pregunta de si existió alguna situación o momento detonador que la motivara a programar su retiro, la bailarina contestó con un largo silencio. Luego agregó: "Capaz que varios y no todos relacionados con la compañía. A veces te pasa que vas dejando un poco de lado a tu familia". La profesional considera que ya ha llegado al máximo dentro de una carrera tradicional en la danza. "¿Cuál es el paso siguiente?", se preguntó. La inquietud la incomoda demasiado.

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Bremermann, su esposo, dijo que Martinatto está físicamente apta para seguir bailando, pero que "por salud mental decidió dar un paso al costado".

El exdirector del BNS, Eduardo Ramírez, uno de los mentores más respetados por Martinatto, expresó a El Observador que no está de acuerdo con la decisión de la bailarina de dar un paso al costado.

"A Giovanna le faltó un guía dentro de la compañía que la hiciera rendir más, por eso está triste", dijo. Ramírez manifestó que hoy el BNS trabaja de una forma "muy comercial" y que eso atenta contra la "sensibilidad" de artistas como Martinatto. "Si yo fuera director, ella no se va, te lo puedo asegurar".

Bocca no quiso comentar sobre el retiro de Martinatto. También rechazó la pregunta sobre qué aporte cree que la bailarina le brindó al BNS a lo largo de estos años, aunque sí expresó su deseo de que siga ligada a la compañía de alguna forma.

Como sea, algo es seguro: nada ni nadie podrá quitarle a Martinatto lo bailado.

Las posibilidades

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El futuro para Martinatto parece prometedor. Su última función como bailarina del BNS será el próximo 11 de noviembre, cuando la compañía presente la última función de la temporada 2016. Luego de eso, se está gestionando un pase a la Escuela Nacional de Danza como profesora. "Se tiene que concretar más que nada vía papeles", explicó. A su vez, su deseo es seguir bailando en contrataciones y funciones puntuales, en el exterior y el interior del país.

"Me gustaría que en un futuro próximo, quizá el año que viene, Giovanna diera clases en la compañía y que formara parte del equipo artístico del BNS, porque la experiencia que tiene podría aportar mucho. Además de mantener el legado de los bailarines uruguayos", dijo Bocca a El Observador.

Martinatto explicó que se va tranquila y feliz del BNS. Y que ahora, disfruta de la adrenalina que le provoca "lanzarse a lo nuevo y a lo desconocido".

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