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Una sociedad que perdió el rumbo

La sociedad uruguaya no parece querer entender qué le está pasando
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07 de diciembre de 2017 a las 05:00
Por Daniel Corbo
En los últimos tiempos hemos asistido como sociedad a eventos trágicos que nos cuesta digerir. Nos preguntamos, sin explicarnos, cómo hay personas capaces de emplear una violencia abyecta sobre pequeños y cómo es posible que eso ocurra reiteradamente en una sociedad como la uruguaya que se la supone moderna y civilizada. La gente conmocionada reclama la pena de muerte y otras medidas radicales. Aunque suene más a venganza que a justicia, esa reacción esperable es relativamente sana, porque indica que la sociedad no ha perdido del todo sus reflejos morales, que no ha naturalizado estos hechos y que los niños (de ambos sexos, no olvidemos a Felipe) le duelen. Esa bronca debe ser encauzada con racionalidad por líderes políticos y sociales, evitando respuestas emocionales primarias. No es admisible proponer la castración química por parte del Estado a los violadores. Eso es muy peligroso. Que el Estado pretenda legitimidad para mutilar el cuerpo o quitar la vida de una persona, aunque haya cometido delitos gravísimos, ¿a dónde nos llevaría? Sería un retroceso civilizatorio por el empleo de una violencia sobre el cuerpo del otro. Además es innecesario. Alcanza con tener preso (pero en serio, sin miramientos ni atenuaciones) al victimario todo el tiempo necesario para dar seguridad a la sociedad que que no podrá hacer daño

La vivencia de que en nuestra sociedad campea la violencia, se aprecia en la reiteración de actos de femicidio. Tras los mismos, las voces feministas del gobierno explican que no son resultado de una mayor violencia social, sino que ahora se hace visible una realidad antes soterrada. Pero el argumento no funciona, porque no puede ocultarse que un homicidio siempre es visible en la crónica policial de cualquier época. No se puede caer en el reduccionismo, explicando la violencia extrema únicamente como la expresión de un sistema patriarcal y una cultura machista. No es así en el caso de Brissa y de Valentina, se trata de sociópatas y no de violencia de género, por más que se las usara para esa propaganda. Esto ha llevado, entre otras derivaciones, a que cabalgando en una ideología de género, se haya gestado un contencioso muy fuerte con padres despojados del derecho a ver a sus hijos, en procesos judiciales que no han determinado todavía responsabilidades. Igual unilateralidad llevó a mujeres de varios partidos a presionar sobre la Suprema Corte para evitar que retornara a su país de origen (España) una madre con su hijo para someterse a un proceso judicial. Se amparó, de hecho, una situación de secuestro del niño por su madre, desconociendo los derechos eventuales del padre (si al final fuera inocente) y desautorizando al sistema judicial español, que es serio y severo con el abuso de niños. La misma ideología de género ha generado un conflicto que va engordando y puede generar un verdadero plebiscito sobre la Guía de Educación Sexual de Primaria. Esto está desarmando el papel tutelar de la escuela pública, como lugar de confianza y encuentro de las familias. Hay una reacción de miles de padres en todo el país, dispuestos a resistir la aplicación de la Guía a sus hijos. Unos se movilizan en la organización "No toquen a nuestros hijos", en rechazo a la imposición de un modelo de género y considerándose violentados por Primaria. A su vez en Montevideo, la semana pasada otra organización de padres presentó un recurso contra la Guía suscrito por 6 mil personas. La imposición de estas visiones sesgadas, vienen generando una disrupción social y una pérdida de la escuela pública en su papel integrador.

Ni las razones de género ni los resabios de una sociedad patriarcal agotan el por qué en nuestra sociedad se desarrollan variadas formas de violencia extrema. Se constata una desvalorización de la vida y de la noción de que toda criatura humana es sagrada. Casi todos los días se producen homicidios, generalmente de jóvenes, que la policía atribuye a un "ajuste de cuentas". La delincuencia se ha vuelto muy violenta. Muchos trabajadores y comerciantes han perdido la vida en asaltos y rapiñas, o estos se realizan con un empleo desmesurado de la agresión infringida. La tasa de homicidios es de 7,6 por cada 100 mil hab. El registro menor, es de 265 muertes violentas en 2016. La tasa casi duplica la de EEUU y más que cuatriplica la de los países de Europa occidental. Otras veces, la violencia copa las canchas de fútbol y de basquetbol, corriendo de ellas a la familia.

La multiplicidad y alcances de esta pérdida de convivencia nos está diciendo que hay algo enfermo en nuestra sociedad, que hay un desajuste severo, una insatisfacción creciente de sectores que explotan de este modo. Somos una sociedad fragmentada que ha perdido la cordialidad de nuestra forma de ser colectiva. Conviene hacer referencia a otros fenómenos bien indicadores de esto. El primero es la tasa de suicidios, la más alta de América del Sur, y junto a Cuba la más elevada de A.L. Desde 1989 las cifras han venido aumentando, con un ápice en el año de la crisis del 2002, donde se registró una tasa de suicidios de 20,62 por cada 100 mil hab. Después se moderó y últimamente volvió a crecer. Mientras en los años 2004-2009 se registró un promedio de 500 suicidios anuales, en 1916 esa cifra trepó a 709 casos, la más alta de la historia (20,37 cada 100 mil hab). Hay que considerar, además, que por cada suicidio consumado se registran 7 intentos fallidos. En la población de 14 a 29 años se registran más de 300 diagnósticos anuales de IAE, pero más de 9.300 casos de acciones equivalentes (intoxicaciones, adicciones, cortes y heridas, violencia doméstica, crisis de pánico y ansiedad, abuso de alcohol). También son preocupantes las elevadas cifras de embarazo adolescente. El 16,4% de los embarazos ocurre en adolescentes y su frecuencia es mayor en los sectores más vulnerables. En adolescentes de hogares con 2 o más NBI la tasa de embarazo es de 22,2% (1 de cada 5 son madres) mientras en sus pares de sectores de NBS el promedio es 3,6%. La visión se complementa si recordamos que hay 100 mil jóvenes entre 15 y 29 años que no estudian ni trabajan, habiendo quebrado las formas básicas de sociabilidad.
Frente a esta grave realidad la sociedad uruguaya no parece querer entender qué le está pasando, cómo fue que perdió aquello de ser "un país de cercanías", dónde fueron a parar los mitos de "como el Uruguay no hay". Es que no discutimos ninguno de nuestros problemas básicos seriamente, en profundidad. Faltan en el país liderazgos que encaucen. En un próximo artículo, indagaremos posibles explicaciones recorriendo al menos tres andariveles. Uno, los factores sociales de exclusión, desafiliación y segregación territorial que alimentan la estructura del delito y la violencia. Dos, el debilitamiento de la institución y de la autoridad. Tres, la acción de un paradigma cultural impulsado por la izquierda gobernante, que justifica desde una noción del alteridad del pobre una suerte de "cultura del pobrismo", que ha instalado parámetros que erosionan valores, conductas y normas, desvaloriza toda cima intelectual y moral, igualando para abajo y alienta un relativismo donde todo da lo mismo, tan bien sintetizada por Mujica en su "así como te digo una cosa te digo otra". Es un paradigma que termina por destruir el proyecto moderno de país, pero que también traiciona el proyecto histórico de la izquierda.

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