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Uso, abuso e impacto: la tecnología que nos parió

No todo lo que brilla o es táctil es oro. No todo lo que tiene silicio por dentro resulta en maravilla por fuera. Lentamente, quizá demasiado tarde, algunas personas en Uruguay y en el mundo comienzan a ver más allá de lo entre
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20 de febrero de 2015 a las 19:44

Admitámoslo, estamos chochos con internet, las redes sociales, y los gadgets. Hoy somos todos niños y cada día puede ser un 6 de enero. Incluso nadie puede aventurarse a lo que el futuro tecnológico nos traerá. Pero, detrás y a partir de estos fenómenos de la industria, existen otros –de tipo social– que no muchos nos tomamos la molestia de analizar. Quizá, porque justo alguien nos dio un “me gusta” en Facebook y no podemos esperar a saber quién alimenta nuestro ego. Dentro de este torbellino, hay especialistas que lo están haciendo y hay profesionales que tienen sus propias conclusiones, muchas de ellas capaces de ponernos en guardia.

En la creencia popular de principios de siglo, cuánto más chico comience un niño a manipular tecnología, más posibilidades existen de que crezca perfectamente integrado con el futuro. Y quién sabe, quizá tengamos un pequeño Steve Jobs o Bill Gates en la familia. No obstante, son varios los motivos por los cuales muchos comienzan a dudar de la conveniencia de dotar a los más pequeños de artilugios tecnológicos. Basta con investigar un poco para notar ciertos aspectos oscuros de la realidad.

De chiquito nomás

Patricia Nicola tiene 20 años trabajando con niños de hasta 5 años y desde hace ocho, trabaja en el Liceo Francés. Además de su experiencia, posee un posgrado en dificultades de aprendizaje en la Universidad Católica. Nicola reconoce muchas bondades de la tecnología en los salones de clase. Apunta a que existen actividades cooperativas, a que muchos elementos tienen niveles de dificultad individuales que hacen que cada niño progrese a su propio ritmo, además subraya que se les pueden dar “trabajos” a los niños que vienen muy bien elaborados en forma de juegos.

No obstante, existe un lado negativo. Las nuevas tecnologías, en su concepto, “son adictivas”. La especialista cree que los niños, “pierden la parte social. El juego real hace que el niño se confronte con sus pares, entienda reglas sociales, respete turnos o a los demás”, algo en lo cual la tecnología se queda cortita. Subraya que “a veces los chicos pierden el sentido del valor de las cosas. Si algo se pierde o se rompe en la pantalla no importa porque se inicia el juego de nuevo y listo. Si eso pasa en la vida real, se está perdiendo el significado de las cosas, el respeto por la vida y por los demás”.

Basándose en su experiencia cree que, por ejemplo, “en 1995 la importancia del juego social era fundamental. Los niños que tuve en ese año tenían más calle, más campo, más club. Tenían mejor dominio de sus cuerpos, de sus destrezas y habilidades motoras. Hoy me encuentro cada vez más con niños ‘torpes’, pero con un conocimiento sorprendente acerca de cosas que se pueden hacer con aparatitos”.

La Academia Americana de Pediatría y la Sociedad Canadiense advierten que la exposición temprana a la tecnología puede acelerar el crecimiento del cerebro de los bebés entre 0 y 2 años, y eso puede desencadenar déficit de atención, retrasos cognitivos, problemas de aprendizaje, aumento de la impulsividad y de la falta de autocontrol (rabietas)

Ximena Montañés es maestra, licenciada en psicomotricidad y coordinadora pedagógica de Your Kinder by Elbio-Parque Rodó. Entrevistada por Seisgrados, dijo que “los padres cada vez más se apoyan para criar a sus hijos en los aparatos, desde los modernos baby call con pantalla, hasta las tabletas para ver dibujitos y con suerte algún Baby Einstein. En este sentido, rescata que “el niño durante las primeras etapas necesita del otro, de un vínculo de sostén y afecto. Necesita de un estímulo permanente, que va de la mano con el contacto con los adultos y con otros niños. La tecnología puede usarse como un estímulo sonoro o visual pero jamás como sustituto del contacto con otras personas. Para el chico es más importante que su madre o padre lo acune a que lo haga una tableta”.

Montañés ha optado en la institución que trabaja por tener solamente un equipo de sonido como tope de tecnología y subraya que “la mayoría de las veces los dispositivos tecnológicos individualizan y dificultan el relacionamiento con los pares y adultos. No saben lo que es aburrirse para pensar un juego y menos invitar a un amigo a jugar a los doctores o armar casitas”.

Lo que el mundo ve

En junio de 2013, el Sunday Telegraph de Inglaterra hizo referencia en una nota a un concepto acuñado por especialistas surcoreanos: demencia digital. Este término describe a las personas, en su mayoría jóvenes, que pierden capacidades mentales por abusar de dispositivos electrónicos. Personas cuya memoria ha sido sustituida por motores de búsqueda o por el famoso “recorto y pego” que permiten los dispositivos electrónicos. Según el informe de 2013, el porcentaje de jóvenes de entre 10 y 19 años que utilizan smartphones más de siete horas al día es del 18,4%, el 7% más que durante 2012. El término demencia digital fue tomado por el profesor Manfred Sptizer, neurólogo y psiquiatra alemán y profesor invitado de la Universidad de Harvard para escribir un libro homónimo en el cual describe una situación que podría tomar a muchos por sorpresa. En su obra de 2013, llama la atención sobre cómo los niños que están expuestos a contenidos de tipo tecnológicos como tabletas o notebooks terminan obteniendo menores resultados académicos que aquellos que se criaron “a la antigua”.

La Academia Americana de Pediatría y la Sociedad Canadiense de Pediatría llevaron adelante un decálogo que pretende advertir a los padres sobre los peligros de una exposición temprana de los niños a la tecnología. En su primer punto se indica que la exposición es capaz de acelerar el crecimiento del cerebro de los bebés entre 0 y 2 años, y eso puede desencadenar déficit de atención, retrasos cognitivos, problemas de aprendizaje, aumento de la impulsividad y de la falta de autocontrol (rabietas). Otro de los números manejados es que uno de cada 11 niños de 8 a 18 años es adicto a las nuevas tecnologías. En este sentido, Spitzer subraya que el cerebro humano no nace listo para la vida sino que necesita desarrollarse y para eso las computadoras no son buenas. Uno de los ejemplos que proporciona es que cuando el cerebro sabe que las respuestas se encuentran en Google, tiende a olvidar fácilmente porque sabe dónde encontrar los datos nuevamente. En su opinión, se debe trabajar “a la antigua” y la edad de poner una computadora en clase de manera que sea un elemento positivo en el desarrollo cerebral está entre los 15 y los 18 años. Para Spitzer, todo lo demás, significa publicidad o relaciones públicas originadas en la industria informática. A modo de ejemplo, dice que algunas de las escuelas más populares de Silicon Valley hacen gala de no poseer computadoras personales como parte de su estructura educativa. Spitzer enfatiza que algunos de los empresarios más prestigiosos de la informática global envían a sus hijos a esas escuelas.

Un estudio profundo hecho acá

Mauro D. Ríos y Carlos A. Petrella son dos técnicos, consultores e investigadores uruguayos autores del libro La quimera de las redes sociales. En sus 520 páginas, los investigadores estudian a fondo el fenómeno que está marcando el día a día de centenas de millones de personas en el mundo. Sin embargo, la comunicación en redes no es cosa nueva, incluso la idea misma de un “muro” en donde se expresa y se intercambian opiniones lleva más tiempo entre nosotros del que usualmente le concedemos. Entrevistados por Seisgrados, los investigadores revelaron que “hay evidencia clara, por ejemplo en la antigua Pompeya, donde existían redes sociales, por lo general políticas y también triviales donde se intercambiaban simples salutaciones. Los ciudadanos compartían mensajes literalmente con escrituras en los muros de la ciudad”.

Las redes sociales son capaces de multiplicar la pobreza. “El mundo de relaciones virtuales replica el mundo físico”, afirman Mauro D. Ríos y Carlos A. Petrella, autores del libro La Quimera de las Redes Sociales

Así que mucho no inventamos. Sin embargo, los autores resaltan que actualmente y a consecuencia de las redes sociales, “los seres humanos hemos pasado de un escenario de vínculos presenciales a uno virtual y esto ha replanteado la construcción misma de los lazos personales, ha cambiado los paradigmas y conceptos de conocer a la persona, ser amigo de ella y hasta de amarla. Nos iconizamos y estandarizamos en una mimetización a veces perversa para expresar con uniformidad lo que en realidad no todos entendemos igual. Así es que por ejemplo en los intercambios en una red social virtual el amor es un frío corazón rojo”.

Dale compartir al botón de la pobreza

En el transcurso de La quimera de las redes sociales, los autores se encontraron con un hecho que no podían eludir; las redes sociales son capaces de multiplicar la pobreza. Subrayan que “estamos equivocadamente convencidos de que la conectividad –por sí misma, casi mágicamente– abre el mundo a los sectores desfavorecidos, incluso los gobiernos suelen verlo así. En cierta forma les asiste la razón, pero la marginación social o cultural no se mitiga o elimina con el acceso a las redes o con un mayor ancho de banda. Una investigación chilena, que recogemos en el libro, reveló que el mapa de relaciones virtuales en estas redes, suele construir vínculos y lazos con pares independientes de geografías, cercanías o familiaridad, pero para los individuos en estos contextos desfavorecidos, ese mapa de relaciones se reduce a la distancia de una caminata moderada”. Por lo tanto, los autores afirman que para los miembros de estos sectores, “el mundo de relaciones virtuales replica el mundo físico”. En buen romance, un muchacho de un barrio de contexto crítico como Casabó, difícilmente rompa en la red el círculo cultural e informativo en el que vive día tras día.

El futuro del futuro

¿Qué ocurrirá con las redes sociales en un futuro? Es complicado predecirlo. De saberlo, probablemente estaría trabajando para crear ese futuro y no escribiendo sobre él. Para Ríos y Petrella está claro que las redes sociales virtuales también deben mutar a perfiles más acompasados con las necesidades y realidades. Hoy se encuentran centradas en el entretenimiento. “Hemos confirmado, en función de los estudios citados en el libro, así como por las propias vivencias y experiencias específicas, que la conectividad a las redes de comunicación global no constituyen un camino directo de superación de la pobreza, aunque creíamos que sí lo era. Esto impone una relectura y un futuro que se tiñe de nuevas investigaciones y revelaciones”.

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