La banda coreana BTS en la alfombra roja de los American Music Awards en noviembre de este año.

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Yo, coreano

Ser padre de una adolescente uruguaya en esta época implica abrir el panorama a nuevas realidades culturales que han penetrado más allá de lo virtual
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16 de diciembre de 2017 a las 05:00
Pienso rápidamente en las primeras veces que escuché la palabra "Corea". De niño, siempre me vanaglorié de saber mucha geografía y aprenderme mapas enteros de memoria, con países, ciudades, ríos y demás detalles. Pero debió ser en torno a 1988, con los Juegos Olímpicos de Seúl, que Corea del Sur comenzó a mencionarse en mi vida. Dos años después, un solitario (y adelantado) cabezazo de Daniel Fonseca le daba la victoria de forma agónica a Uruguay en un partido del Mundial de Italia, ante la mirada estupefacta de los jugadores surcoreanos.

Después, por supuesto, estudié y entendí la importancia de Corea en el marco de posguerra mundial y de la guerra fría, y ese conflicto me llegó a través de las muchas y buenas películas basadas en él. Una de ellas es Cascos de acero, de Samuel Fuller. (También recuerdo ahora que Trevor, el simpático vecino de la familia Tanner en la serie Alf, era un veterano de Corea).

Con el correr de los años, mientras Corea del Norte desarrollaba una dictadura hereditaria y un programa bélico cada vez más agresivo, Corea del Sur se posicionaba como una referencia en cuanto a desarrollo tecnológico, empresarial y humano, así como altas calificaciones en las pruebas PISA, entre otros aspectos. Una de las repercusiones de estos fenómenos se dio en el cine, que desde mediados de la década de 1990 comenzó un viraje importante, destacándose cada vez más a nivel internacional.

Otra, mucho más tangible en la vida diaria, sucede cada vez que nos subíamos a un vehículo Kia o Hyundai, o usábamos un celular Samsung. Pero bueno, hasta ahí llegaba Corea. En todo caso, alguna mención al monumento del hombre que saluda desnudo frente a la playa del Buceo.
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Todo cambió en 2012: Park Jae-sang, un hombre regordete de 35 años, de seudónimo Psy, revolucionó el mundo musical con su canción Gangnam style, que se volvió un himno global a través de YouTube para pasar rápidamente a las emisoras de FM y demás plataformas, rebotar en todo el planeta y volver una tendencia mundial el llamado "baile del caballo". De pronto, como un bosque de hongos instantáneos, el pop coreano o K-Pop se volvió el ritmo del momento, bailado por todas las razas y los credos, desde Barack Obama a Vladímir Putin.

Todo cambió en 2012: Park Jae-sang, un hombre regordete de 35 años, de seudónimo Psy, revolucionó el mundo musical con su canción Gangnam style, que se volvió un himno global a través de YouTube

Cinco años después, Psy no mantiene una exposición tan fuerte pero la apertura de esa exclusa artística produjo un desborde de productos culturales coreanos que hoy se manifiestan con una fuerza contundente. Por ejemplo, una parte de los adolescentes del mundo hoy escuchan varias de las bandas del abanico de pop coreano que se abrió con Psy. Y ser padre de una adolescente uruguaya en esta segunda década del siglo implica abrir el panorama de nuevas realidades culturales que han penetrado más allá de lo virtual.

Con 15 años, mi hija Julieta es fanática absoluta de una banda de jóvenes veinteañeros coreanos llamada BTS. De aspecto andrógino, ritmo pegadizo y cualidades elásticas para las coreografías, el grupo de siete integrantes arrasa hoy en los escenarios de los cinco continentes. Lo que en un principio era solo un fenómeno regional, circunscripto básicamente al extremo oriente, pronto atravesó los océanos.

BTS es solo uno de los muchos grupos de K-Pop masculinos, a los que se suman los grupos de chicas, que afloraron luego de Psy. Y si bien las adolescentes, como sucedió con One Direction y Justin Bieber, son el combustible perfecto para la explosión masiva, es cierto que muchos varones también entran en el juego.

En muchos casos, la música es solo el primer escalón para penetrar en otros aspectos de la cultura coreana. Julieta ya maneja un montón de palabras en coreano (que me enseña), conoce costumbres y relatos históricos, tuitea al respecto y se hizo adicta a una serie llamada Hwarang, ambientada en la edad media coreana. Además, haría lo imposible para viajar a Seúl. Este no es un ejemplo aislado: miles de fanáticos del pop coreano alrededor del mundo arriban como turistas o como residentes a Corea del Sur, para acercarse más a la nueva Meca de la globalización. En todo caso, el tema invita a pensar en el destino cultual de los países periféricos.

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