En las superproducciones de contenido apocalíptico que Hollywood suele producir con regularidad y en las que la naturaleza, a la manera de titiritera, se ensaña con la vida humana, el signo previo al final son las dramáticas trasmisiones de televisión, que reportan hasta último momento sobre el desarrollo de los hechos y las posibilidades de supervivencia en caso de que se cumpla el peor de los escenarios posibles.
Cuando la televisión deja de trasmitir las noticias que representan la vida aun en actividad, la hora final resulta inminente. Si se interrumpe la trasmisión, la civilización corre peligro. Es cuando llega el momento del "sálvese quien pueda", aunque solo pocos alcanzan ese objetivo.
En las últimas semanas, el continente americano ha padecido en algunas partes lo que podría considerarse un preámbulo en miniatura del apocalipsis provocado por una serie de debacles naturales ocurriendo al mismo tiempo.
Huracanes, inundaciones y terremotos coparon el escenario continental. Antes de ayer, en horario nocturno, las principales cadenas noticiosas de
América Latina reportaron sobre el terremoto grado 7.1 en la escala de Richter que asoló parte del
centro de México y del huracán María que a esas horas iba camino a convertirse en el más letal desde 1928 en tocar algunas islas del Caribe, Puerto Rico, entre otras.
De pronto, ante el insólito y aterrante panorama, hasta los más incrédulos comenzaron a creer en la extrema vulnerabilidad de la vida en un planeta impredecible por aire,
agua y tierra. No en vano, el martes de noche circularon en redes sociales "noticias falsas" sobre la inminente llegada del fin del mundo, y más de uno, miles quiero suponer, seguramente tomaron la falsedad por verdad, creyendo que el terremoto y el huracán, además de los huracanes y terremotos previos, de apenas días atrás, son el signo ominoso de la conclusión de un ciclo en la historia del planeta.
Ninguno de los "mensajes apocalípticos" indicó la fecha precisa de la llegada del fin total, lo cual servirá para otorgarle mayor protagonismo a los próximos grandes desastres naturales que llegarán, y que no serán pocos, tal como casi toda la comunidad científica ha anunciado de manera coincidente.