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Argentina en campaña

Cristina Fernández exhibe su sorprendente 30% de imagen positiva, lo que prueba el masoquismo argentino
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07 de marzo de 2017 a las 05:00

Resulta evidente que ha empezado la campaña electoral, pese a que todos los políticos se encargaron de explicar hasta la semana pasada que era demasiado temprano para ello y que los problemas del país no admitían distraerse en esos temas. Eso significa que simultáneamente ha comenzado la campaña para la interna de las dos coaliciones principales: Cambiemos y el peronismo.

Esta columna considera el peronismo una coalición porque funciona como una especie de marabunta u hormiguero, donde sus distintas facciones (kirchnerismo, La Cámpora, Frente Renovador, peronismo tradicional, gobernadores, intendentes, punteros, caciques, barones, piqueteros, sindicatos, organizaciones sociales y otros) actúan con aparente independencia, pero en algún lugar confluyen en una sola franquicia, sea esto planificado o no, como un mandato de la naturaleza. La afirmación implica que la disputa es entre Cambiemos y el peronismo en sus distintos sellos y estilos, cada uno actuando en lo que mejor sabe hacer.

La gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, expresó claramente en su discurso inaugural el 1° de marzo que necesitaba el respaldo del voto para continuar la tarea que emprendiera hace un año. Nada de eufemismos. Como es archisabido, su distrito es el que más cantidad de legisladores tiene en el Congreso, de modo que el accionar de Vidal será fundamental en los resultados.

María Eugenia está en el centro de la discusión de la interna de Cambiemos. Hace tiempo que vienen agregando a sus equipos a figuras transversales del peronismo, no todas de la mejor ética, para lograr gobernabilidad. Ahora está enredada en la discusión por la candidatura clave a senador. Verticalizada con su mentor, Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, apoya como candidato al intendente de Vicente López, Jorge Macri, primo de Mauricio. Ni Rodríguez Larreta ni Jorge gozan de gran prestigio por su ética. Para colmo, en esta instancia Vidal choca con Elisa Carrió, su amiga hasta la semana pasada, que ha dicho textualmente: “No me opondré a las políticas de la gobernadora, pero no voy a apoyar una lista de delincuentes”. Un Lilita auténtico.

Mauricio tratará de convencer a Carrió de que es mejor que se candidatee en la ciudad de Buenos Aires, para frenar el accionar del ambicioso y peligroso embajador argentino ante Estados Unidos, Martín Lousteau, que casi derrota a Rodríguez Larreta en la segunda vuelta de las últimas elecciones. Será interesante ver lo que ocurre si finalmente la Catón de la República se empecina en competir en la provincia de Buenos Aires. Las encuestas favorecen a Jorge Macri por sobre todos. Y Cambiemos cree en las encuestas más que en la fuerza de gravedad.

Vidal está empeñada en otra batalla con los sindicatos de docentes (no con los docentes) por sus reclamos salariales. Se plantó decididamente y está dispuesta a enfrentar la suspensión del comienzo de clases. Confía en que los padres la apoyarán en esta lucha. Originalmente, Marcos Peña y sus cotriunviros la presionaron para que cediera, porque el estilo del gobierno no es el desgaste de la confrontación. La pelea con los gremios no está terminada, pero sí la pelea interna: Macri parece haber entendido que ganará más ante la opinión pública enfrentándose a los reclamos sindicales –que en muchos puntos son de intencionalidad política–, que cediendo. Acaba de enfilar a su equipo hacia la dureza en las negociaciones en todos los casos, no solo en el tema educativo.

La decisión macrista luce acertada. Los 10 puntos que ha perdido en las encuestas en aprobación de gestión podrán atribuirse en parte al tropezón del correo, inaceptable para quien predica la ética como una bandera, pero también a que muchos que votaron el Pro están disgustado con las concesiones a veces escandalosas otorgadas al peronismo combativo en sus distintos formatos. Esas concesiones crearon millonarios entre los dirigentes, pero no llegaron a la población, una vieja historia. Gasto electoral sin rédito popular. Aún en la lógica populista suena incoherente. Ahora el gobierno apuesta a la dureza contra el gasto. Difícil en año de elecciones. Tal vez debió empezar hace un año. En una última encuesta, solo 35% aprueba la gestión de Macri. El 56% la desaprueba.

Heidi –como llaman entre risueña y socarronamente a la gobernadora– tiene que dar un paso, solo un paso, para llegar a ser la sucesora de Mauricio Macri: ganar su independencia política de Rodríguez Larreta, un lastre ante la opinión pública, que no lo quiere. El problema es que el famoso dream team del presidente es un enemigo interno formidable e intrigante, tras su apariencia correcta, técnica y atildada. Pero Heidi, históricamente, se especializa en luchar contra la adversidad.

El otro hecho que presiona a Cambiemos es que la economía no está comportándose como se esperaba. Por lo menos en los efectos que impactan en las decisiones electorales. El análisis técnico de las causas es motivo de otra nota, pero está claro que ese punto repercutirá en las internas de agosto y en las generales de octubre.

Por el mismo precio se está librando otra batalla intestina. Los aliados del Pro en Cambiemos también disputan su cuota de participación. No quieren ser transversales ni perder su identidad. Ni que entren peronistas. Quieren estar en el Ejecutivo. Cuiden a Carrió sería un mensaje apropiado. La diputada de la Coalición Cívica es clave para mantener el hilván que une a la alianza gobernante.

Del lado del hormiguero –perdón, del peronismo–, Cristina exhibe su sorprendente 30% de imagen positiva, lo que prueba el masoquismo argentino, pero también la muestra como la figura más importante. Se especula con que solo se presentará si sus chances de ganar son muy altas. Reaparece la figura de Florencio Randazzo, su ofendido y enconado exministro, que puede complicarla. Para esta columna, hay que vigilar el accionar del senador Miguel Ángel Pichetto, que espera su momento, con un enorme peso legislativo y político dentro y fuera del peronismo.

Cristina oscila entre ir presa y ser la jefa del partido y ganar la senaduría, pero debe jugar sus fichas con gran habilidad, porque su propio movimiento puede sepultarla. Y no hay que olvidar que el odiado Jaime Durán Barba apuesta a la polarización con ella para asegurar el triunfo de Cambiemos. Otras figuras aspiran a conducir al peronismo, aunque tal vez prefieran no arriesgar en esta instancia electoral, como el caso del gobernador Urtubey, de Salta. Dentro de la interna peronista hay que considerar el cambiante rol del sindicalismo, el mismo que en su momento impidió la candidatura a vicepresidenta de Eva Perón. Ya ha ganado mucho dinero y privilegios acercándose al gobierno. Como un especulador bursátil, suele apostar por el ganador.

Y por sobre este escenario, la inversión privada está expectante. No hay manera de que arribe si sospecha que el futuro es peronista.

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