Espectáculos y Cultura > CRÓNICA

Arjona y su ejército de fanáticas señoras

El cantante dio el miércoles el primero de sus shows en el Estadio Charrúa; deslumbró con sus éxitos y una impresionante producción.
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11 de mayo de 2012 a las 10:17

Ya no son solo señoras de las cuatro décadas la mayoría de las mujeres que fue a ver a Ricardo Arjona. Son grupos de chiquilinas de 16, 20 años, madres con sus hijas y grupos de amigas que –estas sí– ya rozan la cuarentena. Pero todas podrían igualarse en un lugar común: todas, más allá de franjas etarias, se identifican con esa mítica señora.

Un grupo de chicas de Castillos, ataviadas con merchandising de todo tipo y color, esperaban entrar al estadio, al igual que otras, montevideanas de unos 16 años pero sin vinchas ni fotos del cantante. Llamaba la atención que fueran tan jóvenes. Ninguna de ellas podía explicar sus sensaciones para con el cantante. Con un apresurado “no sé”, una de estas muchachas respondió a El Observador y salió corriendo al encuentro de sus amigas.

Madre e hija: Mariana, de 47 años, y Belén de 22, llegaron temprano y sentadas en la zona VIP aguardaron casi en solitario el comienzo del show. Mariana ya fue a verlo varias veces, pero era la primera vez para Belén. Ella quería escuchar Fuiste tú, pero ambas coincidieron en que sus viejos clásicos no podían faltar.

Las mujeres serían amplia mayoría, pero una buena cantidad de hombres también formaron parte del público. Novios cruzados de brazos. Novios que abrazaban a sus novias. Maridos que luego cantarían a la par de sus mujeres.

Con el estadio lleno, la impaciencia reinaba y la exaltación era norma común. Sentado, un joven esperaba inquieto. Una vez llegado su amigo, no demoró en contarle que “dos veteranas” lo “ficharon” para luego sacarle una foto de espaldas.

Cada silencio de la música de fondo indicaba un posible comienzo. El verdadero inicio fue con un saxo a contraluz, con su silueta dibujada en el telón que cubría todo el escenario. Cuando cayó, dejó ver una escenografía ambientada como un apartamento de soltero. Un dormitorio y una biblioteca en el piso superior. Debajo, un living con bar incluido.

La primera canción comienza. La vida suena mientras imágenes de Arjona de niño se suceden en la pantalla. Los músicos y la corista se mueven en el escenario devenido en hogar. Pero el cantante todavía no aparece.

Es recién en la segunda canción, Lo que está bien o está mal, que el cantante sale al escenario. El público no demora un segundo en pararse y agolparse sobre las vallas.

Y allí comenzaron los problemas: los que aún permanecían sentados discutían con los parados. Algunas señoras rebeldes desistieron de volver a sus lugares, provocando peleas con el público y la seguridad. A los gritos e insultos, dos parejas de mujeres debatían su derecho a permanecer paradas, adoptando poses de “qué me importa”, dignas de adolescentes. Que les tiraran una lata que llegó a rozar la cabeza a una de ellas no hizo que cambiaran su postura.

Las peleas tampoco eludieron a los maridos. Haciendo esta causa como propia, uno de ellos, igual de fanático que cualquiera de las asistentes, se peleó con todos los que se cruzaran frente a su asiento, incluso hasta con el personal de seguridad.

Cantante y gurú
Con los diferentes cambios de escenografía, Arjona hizo del escenario su casa, un bar de luces tenues, un teatro solitario y un circo venido a menos. Incluso, con la canción Fuiste tú, la plataforma circular sobre la que rotaba el decorado quedó a la mitad, haciendo de la canción una narración en dos espacios diferentes.

El cantante conoce a la perfección el papel de showman. Cada intervención es medida y memorizada, uniendo con una suerte de narración cada una de las canciones. De esta forma deviene en una mezcla de galán y gurú, que sufre en carne propia los pesares del amor y sabe a la perfección lo que las mujeres quieren escuchar. En cada intervalo ofrece consejos y cuenta anécdotas de corazones rotos y amores perdidos.

“Mucha gente se dedica una eternidad de tiempo para lucir mejor”, dijo antes de cantar los primeros versos de El amor. “Antes de buscarse el amor de su vida, quiérase un poco usted”, concluyó en medio de aplausos. También comentó sobre los problemas de pareja, ofreciendo solo dos salidas posibles: “O se acepta al otro como es o arma las valijas y se larga de allí”. Miles de gritos se escucharon en señal de acuerdo.

La único salida de libreto fue la búsqueda de La Señora. Entre las fanáticas que llamaron la atención con paraguas y exhibieron carteles con frases como “quiero ser tu señora de las cuatro décadas” u “hoy cumplo las cuatro décadas”, Arjona eligió para subir al escenario a una mujer de “paraguas celeste y campera blanca”.

Con la emoción flotando en el aire comenzó a sonar la canción. Cientos de cámaras –incluida la de la conductora de televisión Sara Perrone– retrataron el momento en que La Señora subió corriendo al escenario y llenó de besos al cantante, mientras el público concluyó el tema reclamando a coro: “¡Piquito, piquito!”.

Las canciones se fueron sucediendo durante las dos horas del show, revelando rápidamente un juego de contradicciones y opuestos. “La muerte me enseñó que hay que vivir”, dice en Hay amores. En Desnuda –que enaltece al cuerpo femenino tal cual es, con lo que cosecha un enorme éxito entre el público femenino– afirma “deja llenarme de tu desnudez para vestirme por dentro”, mientras que Reconciliación dice “me odias con todo el amor de tu vida”. Y en resumen, toda la canción de El problema maneja esos recursos.

Las contradicciones también se dieron en el público. Las veinteañeras sentían Señora de las cuatro décadas coréandola a todo pulmón y las mismas señoras se emocionaban –y se comportaban también– como jovencitas.

Con sus himnos Minutos y Mujeres finalizó el show, con todos los espectadores subidos en sus sillas y haciendo evidente su fanatismo en cada grito.

“Qué hubiera escrito Neruda, qué habría pintado Picasso, si no existieran musas como ustedes, mujeres”, concluyó el cantante, cuya inspiración y éxito hay que agradecer sin dudas al género femenino.

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