Evitar que el conflicto coreano estalle en una devastadora guerra nuclear depende de que Donald Trump y el gobierno chino lleguen a un acuerdo que reprima a un déspota impredecible, como Kim Jong-un. Pero en la balanza está no solo la paz sino también la puja entre las dos potencias por esferas de influencia en Asia. Trump ha pedido la mediación de China para desactivar su decisión de atacar a Corea del Norte si esta hereditaria monarquía comunista mantiene su programa de armamentismo nuclear, que puede llegar a amenazar el territorio continental de Estados Unidos. Kim promete a su vez lanzar sus cohetes nucleares contra sus viejos enemigos Japón, Corea del Sur y las bases estadounidenses en el Pacífico.
El gobierno chino es el único en condiciones de frenar a Kim, que depende de su gigantesco vecino y patrocinador desde la división de la península. China representa el 85% del comercio exterior norcoreano y el suministro de petróleo y otros productos con los que sobrevive ese empobrecido país. Pero aunque los líderes chinos desaprueban al régimen norcoreano, son sus aliados y no quieren su derrumbe. Esto podría conducir a la reunificación de Corea, debilitando la política de Pekín de expandir su influencia en el sureste asiático a expensas de la incidencia de Estados Unidos. En este juego geopolítico, el escenario de mayor sensatez exige de Trump contener sus arrestos impulsivos y negociar con China términos que aseguren su presión pacificadora sobre Kim.
Ya dio una indicación alentadora en este sentido cuando informó hace pocos días que le había dicho al presidente chino Xi Jinping: “Los términos de un acuerdo comercial (entre las dos potencias) serán mucho más favorables para China si soluciona el problema norcoreano”. Esta posición contrasta con sus previos anuncios de barreras para las exportaciones chinas y parece mostrarlo dispuesto a concesiones a cambio de que se frene a Corea del Norte. Pero aun si Trump actúa con prudencia y logra persuadir a China de que se beneficiará si aplaca a Kim, sigue siendo una incógnita la reacción del líder norcoreano. Este tercer dictador de la dinastía familiar es conocido por encarcelar niños por los pecados de sus padres y ejecutar a sus familiares y a altos funcionarios por atreverse a disentir. Si China lo presiona, puede aceptarlo o rebelarse, aunque sea al costo de un holocausto nuclear.
La guerra de Corea estalló en el siglo pasado por un error de cálculo de Kim Il-sung, abuelo del actual presidente vitalicio, cuando invadió el sur en 1950 en la equivocada presunción de que Estados Unidos no lo defendería. Un conflicto bélico ahora, con la perspectiva aterradora de una primera conflagración nuclear entre países, haría realidad una tragedia que ronda al mundo desde el fin de la segunda guerra mundial. Evitarla exige que Estados Unidos y China se entiendan sobre la necesidad de desmantelar esa amenaza. Se requiere habilidad diplomática de Trump y sus principales asesores para ofrecerle a China concesiones que induzcan a Pekín a influir en forma efectiva sobre Kim. Y para China existiría la doble ventaja de beneficios comerciales con Estados Unidos y de mantener sus planes de mayor influencia en Asia, para lo que necesita que siga existiendo el régimen norcoreano en la dividida península, aunque más controlado, en vez de ser borrado del mapa en una guerra impensable que costaría muchos millones de vidas.
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