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Conociendo a Mr. Trump

Reforzar las fronteras migratorias de los EEUU en una era de creciente movilidad es una medida de sentido común
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13 de febrero de 2017 a las 05:00

Por Pablo Aragón.

Donald Trump llegó a la Casa Blanca de la mano de muy buenas ideas en relación a la política exterior de los EEUU.

Recordémoslas. Fue el único precandidato republicano que tuviera el coraje de reconocer que la guerra en Irak había sido una gran estupidez. Trajo a la mesa la necesidad, hasta ahora nunca discutida, de que los aliados europeos y asiáticos de EEUU comiencen a contribuir con la red de defensa y seguridad internacional creada al fin de la Segunda Guerra Mundial. Denunció, sin pelos en la lengua, el peligroso proyecto impulsado por los think-tanks y funcionarios neo-conservadores, con financiamiento de la élite financiera de villanos como George Soros, a fin de desatar una serie de conflictos armados internacionales en diferentes escenarios. Acaudilló, en suma, el pequeño lobby de partidarios del realismo político y la mesura, asediado por internacionalistas liberales, embarcados en planificar las guerras del futuro: Ucrania, Siria, Irak, el mar del sur de China.

Los adversarios del presidente han denunciado que EEUU se encaminaba, de esta forma, a un peligroso aislacionismo, representado por su lema: America First. Pero era solo una especulación.

Poner fin al Tratado de la Alianza del Pacífico no revelaba, necesariamente, una opción por el proteccionismo: pocos en el mundo daban ya una moneda por ese acuerdo, apenas cosméticamente liberal. Normalizar las relaciones con Rusia no significaba, automáticamente, la coincidencia de pareceres en Europa o Medio Oriente. Exigir mayor compromiso de los aliados en su propia seguridad no suponía resignar a la garantía implícita de una Pax Americana global.

A poco andar, sin embargo, han comenzado a aparecer las grietas del edificio. Pocos anotaron que la saludable promesa de Trump de mantener a EEUU alejado del tembladeral de Medio Oriente se daba de bruces con su promesa de bombardear, hasta su aniquilación, al Ejército Islámico: Washington nunca ha dado señal de estar analizando un programa de acción militar conjunta con Rusia en ese sentido, que le hubiera permitido atacar el problema, sin atraparlo en él.

Menos aún reclamaron cuando Trump sugiriera la conformación de “zonas seguras” en Siria a fin de alojar refugiados, evitando su migración a Europa: la idea supondría, forzosamente, desplegar tropas en el terreno a fin de, precisamente, volverlas “seguras”.

Lo que, en cambio, sí despierta señales de alarma es la clara intención expresada tanto por el asesor en Seguridad Nacional designado, Michael Flynn, como por el propio presidente, en el sentido de extender el programa de sanciones contra Irán, en la ruta de afectar el acuerdo 5+1, firmado por la administración Obama en referencia al programa de desarrollo nuclear en ese país.

Si esta conocida obsesión de Flynn se convierte en política activista de la administración Trump, no solamente se habrá esfumado su compromiso de sacar las manos del avispero de Medio Oriente, sino que estaríamos ingresando en un peligroso terreno en el que Washington tomaría postura en la larvada guerra entre chiítas y sunitas islámicos, en directo conflicto con la política rusa para la región. El escenario, en suma, del que creíamos habernos salvado con la derrota de Hillary Clinton.

La mala ejecución de buenas políticas, pronto aprenderá la administración Trump, equivale a malas políticas.

Reforzar las fronteras migratorias de los EEUU en una era de creciente movilidad es una medida de sentido común. Hacerlo de forma de alienar a los países que, como Mexico, deben por fuerza cooperar en la nueva política, solo contribuye a agravar el problema.

Contener cualquier aspiración expansionista de China en el Pacífico Sur está en la naturaleza del equilibrio de la zona: desde la caída de Japón en 1945, EEUU es la potencia dominante en la región. Hacerlo al tiempo que se acusa a Japón y Corea del Sur de robar empleos estadounidenses, o hacer trampas en sus compromisos militares no está, ni lejos, en la misma línea.

Exponer las fallas del proyecto integracionista europeo es una política de buen sentido: se ha convertido en una carcaza estatizante, reglamentarista, flácida, que ahoga el crecimiento económico en Europa y abisma su cultura en la banalidad de lo políticamente correcto. Solo que hacerlo sin presentar la real alternativa de acuerdos comerciales que comprometan a los dos lados del Atlántico a una sincera apertura del comercio y la inversión, solo puede surtir el efecto contrario de afirmar a la esclerótica dirigencia política europea en sus mañas.

Los fracasos de Trump en todas estas áreas pueden atribuirse a su inexperiencia y voluntarismo, y aún a la falta de asesores bien alineados tras un proyecto. Ese es un problema de Trump. De todos los demás, en tanto, es el problema de dejar que esos fracasos arrinconen a Trump allí donde sus enemigos dicen que está: entre los cantos de sirena de la autarquía económica y el mercantilismo.

Si lo que el presidente realmente busca es que su país esté por encima de todos y de todas las prioridades, debe entender que el mundo en que actúa ha distribuído los poderes, los talentos y las tecnologías en forma tan dinámica, que los EEUU precisan de todos ellos a fin de mantener su preeminencia. Los empleos en “astilleros y siderurgias” que quiere recuperar para EEUU el asesor de Trump, Steve Bannon, no volverán, y no les servirían de mucho si lo hicieran: los que realmente quieren son aquellos que el resto del mundo les hará posibles, desde su posición de preeminencia.

Hasta un presidente de los EEUU aprende sobre la marcha. Pero si Donald Trump no aprende rápido que debe encajonar la retórica, y concentrar sus baterías en uno o dos objetivos puntuales, que representen la concreción de su buena agenda electoral, corre el riesgo de que el resto del mundo aguarde a por su derrota electoral en las legislativas de 2018, para cuando ya habrá pasado la fuerza de su trueno, y comenzará la del movimiento que intente bloquear su reelección.

Lleva poco en la Casa Blanca, es cierto. Pero haría bien en entender que lleva prisa.

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