No son pocos los escritores que deciden construir una novela cuya acción se desarrolla en un solo día. Algunos ejemplos ilustres serían Un día en la vida de Iván Denísovich, de Alexandr Solzhenitsyn, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig o el más que famoso Ulises, de James Joyce.
Esa ambición de condensar el sentido de una experiencia vital en pocas horas está presente también en La introducción, novela póstuma de Fogwill que relata las aventuras psicológicas de un hombre en un spa termal en las afueras de Buenos Aires y su posterior regreso a casa para encontrarse con su amante.
Al igual que en los ejemplos citados la novela se expande exponencialmente no solo mediante la suma de acontecimientos, sino también (y en este caso fundamentalmente) a través de los pensamientos del protagonista, que curvan y dilatan el espacio tiempo para romper los límites de la jornada.
La novela, hay que decirlo de entrada, no es para cualquiera. Exige un esfuerzo intelectual para seguir los razonamientos intrincados y a veces aleatorios del protagonista, y paciencia a la hora de sortear varios pasajes escabrosos donde la insistencia del autor al tratar un tema puede llegar a colmar la paciencia del lector.
La introducción va de menos a más y se puede dividir en tres tercios claramente diferenciados. En el primero se cuenta el viaje del protagonista para llegar al complejo Las Termas de Flores, en el segundo se relata su experiencia física y psicológica en el spa, y en el último su vida amorosa al regresar al hogar.
El viaje inicial, en ómnibus primero y en taxi después, le permite a Fogwill establecer ya el eje central de la novela que no es otro que indagar en los misterios del pensamiento, cualidad personal e intransferible que sufre cuando es puesta en contraste con el colectivo, con los demás.
En el silencio compartido del ómnibus el protagonista se refugia y protege del exterior mediante su pensamiento, pero en el taxi la insistencia de un chofer parlanchín fuerza un diálogo que pone en conflicto ese adentro apacible con el afuera amenazador.
Ya en el complejo termal la dicotomía es entre el cuerpo y la mente. Los mil ejercicios físicos son descritos con una rigurosidad que por momentos resulta extenuante. Esto podría leerse como una genialidad (agotar al lector como se cansa el protagonista) pero en los hechos resulta la parte menos lograda de la novela, sobre todo por la repetición.
No obstante, hay destellos de calidad también allí, como la descripción de sus pitucos compañeros de ejercicios, los exóticos instructores, o sus idas y vueltas en la piscina donde es posible hallar párrafos sobresalientes sobre el carácter artificial de la vida moderna o la imposibilidad de establecer una comunicación plena con los otros.
Esa conexión, sostiene aunque duda el autor, solo es posible a través del amor, sentimiento o idea a la que está dedicada la última parte de una novela que en esos capítulos vuela a gran altura.
Cerca del final hay un sueño donde los europeos regresan a África en una suerte de involución premeditada o vuelta a las raíces, que solo puede calificarse de notable. En él se revela, además, esa esencia poética que subyace a lo largo de toda la obra de Fogwill, que lo hace un escritor único, distinto. Capaz de la reflexión más profunda y ascética, pero también del comentario sensible y cálido.
La introducción resume con habilidad y talento una vida en 125 páginas. Pero también una obra literaria que por derecho propio se ha ganado el rótulo de irrepetible.
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