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Crueldad onettiana en Medellín

El colombiano Jorge Franco, ganador del premio Alfaguara por su novela El mundo de afuera, conversó con El Observador
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13 de agosto de 2014 a las 19:41

Jorge Franco ganó el premio Alfaguara de novela, –el de más prestigio del habla hispana en esa categoría– con una historia fascinante, que juega con la dialéctica entre dos mundos: el de una princesa de cuento y el de una Medellín que empieza a conocer la violencia que la hizo rodar al abismo pocos años después.

El mundo de afuera está escrita con elegancia y sobre todo con precisión narrativa, para construir esos universos y sus cruces dramáticos. En el marco de la gira de promoción del libro el autor está en Montevideo y hoy a la hora 18 lo presentará en el Centro Cultural de España.

El Observador conversó con el autor colombiano sobre El mundo de afuera y también acerca de la literatura, del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, de su colega colombiano Gabriel García Márquez y de su querida Medellín, a la que intentó dejar en su literatura “solo como ejercicio literario” pero no pudo.

“Este es uno de los escritores colombianos a quienes me gustaría pasarle la antorcha”, dijo García Márquez de Franco y a partir de eso, del uso editorial legítimo que se le dio a semejante elogio, Jorge Franco decidió “disfrutarlo y olvidarlo”.

“Siempre he tenido la imagen como de un trofeo ganado de niño. Pasas y lo miras, y te da cierta satisfacción verlo, pero sabes que eso es parte de otra historia”, dice el autor de El mundo de afuera.

Más allá de esa situación personal, ¿es un peso o un incentivo, esa antorcha, para los escritores colombianos? Franco cree que para los actuales es un incentivo: “Creo que para mi generación y las posteriores es más un incentivo que un obstáculo. Tal vez a autores de su misma generación pudo llegar a perjudicarlos esa sombra tan fuerte que proyectaba García Márquez y su literatura, pero muchos de nosotros, y me incluyo, ni siquiera pensábamos en escribir cuando leímos a García Márquez. Yo lo leí como se leía a un autor novedoso para mí. Lo leí con total desprendimiento”.

Onetti y los personajes

La importancia de Onetti para Franco es clara: “Hay algo que me fascina de Onetti y es el control y el manejo de los personajes, que están siempre en el borde de algo y que de pronto parece que van a lograrlo, a conseguirlo, y aparece esa mano de Onetti, como diciendo “tú no, no te lo tengo permitido”.

De hecho, en El mundo de afuera da la impresión de que el autor no se dio la oportunidad de ejercer la piedad: “No hay piedad, es cierto. Creo que esa puede ser la herencia de ese gusto por Onetti. Porque, leyéndolo, era donde yo más atención le ponía”.

Esa crueldad, por decirlo de alguna manera, con sus personajes, es lo que más lo asemeja con el escritor uruguayo: “Es ese dominio sobre el personaje, donde siento yo que recuerdo a Onetti cada vez que escribo. A mí me gusta llevar a los personajes a condiciones muy extremas. Porque también hay algo que se parece no solo a Onetti sino también a la vida misma y es que una persona en una situación extrema se abre: muestra sus miedos, su flaquezas. Entonces trato de acorralarlos. Para ver qué pueden ofrecer”.

Hay toda una gama de personajes acorralados en El mundo de afuera y todos tienen algo en común: se sienten reales. Y también otra cosa, no hay ninguno que se salve, desde el punto de vista moral. No hay un puro, alguien que represente al “bien”.

Incluso esa princesa, que vivía aislada dentro de los muros del castillo, y que muere a los 15 años de una enfermedad rara, ya daba síntomas de ceder a la corrupción del mundo de afuera: “En algún momento lo dice su padre, se salva porque muere a tiempo. Porque ya ese mundo de afuera iba seduciéndola, inquietándola, amenazándola. Ya ella quería parecerse al mundo de afuera y esa burbuja empezaba a ceder”, dice el autor.

Algo que tienen en común esos personajes es que pertenecen a Medellín y que parecen salidos de una película. Lo primero es inevitable, para Franco, que no ha podido escapar a su ciudad natal en su literatura, a pesar de vivir desde hace años en Bogotá.

Lo cinematográfico no es deliberado, sino que “es inconsciente, se cuela” en las novelas de Franco.

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