Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Estilo de vida > Verano

Danza con lobos (marinos)

La Isla de Lobos es inaccesible para el público general y, si bien hay planes para cambiar esto, los turistas pueden actualmente realizar un paseo diferente, que incluye la interacción con los animales locales
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23 de enero de 2016 a las 05:00

Los niños se aferran a su madre. La madre los sostiene, pero ella está aún más mareada que los niños. El movimiento de la embarcación no es tan brusco, pero, para los que no están acostumbrados, las sacudidas que el Tatoo V da cada vez que pasa por encima de una ola en su camino hacia la Isla de Lobos, pueden ser excesivas.

Uno de los tripulantes explica que el movimiento es peor a la ida por la dirección de la marea, y que a la vuelta las cosas serán más tranquilas. Si bien varios pasajeros volverán abrazados a un balde o con la cabeza por encima de la borda, por ahora, mientras la península se aleja y el barco atraviesa el océano Atlántico, se tranquilizan y siguen tomando fotos y videos con sus cámaras, teléfonos y tabletas.

Tras unos 40 minutos de viaje, el barco llega a la Isla de Lobos, ubicada a ocho kilómetros de Punta del Este, desde cuyo puerto inició el recorrido. Durante el acercamiento al sitio se puede ver un bloque negro que emerge del agua, sobre el que se posan las aves marinas. Se trata del naufragio del Ciudad de Santander, un barco español que se hundió en la zona en 1885.

Ya desde una primera mirada, la isla hace honor a su nombre. Las dos especies residentes, los lobos finos, y los leones marinos, están por todas partes, y apenas son visibles algunos miles de los 300 mil animales que se estima viven en el sitio. Algunos descansan sobre las rocas, otros nadan en la orilla y varios grupos se desplazan por el océano, en busca de alimento, o simplemente saltando de un lado a otro.

Se apagan los motores, se arroja un salvavidas al mar y entonces llega el momento más divertido del viaje. Los pasajeros pueden saltar al agua y nadar junto a los lobos y leones, en una experiencia que no se repite en otro punto del país.

Los animales pasan junto a los humanos, saltan a su lado, e incluso se animan al contacto físico, siempre que uno demuestre no ser una amenaza.

Para eso es necesario no tratar de tocarlos directamente, sino extender la mano con la palma hacia ellos. Las criaturas, curiosas, se acercan a olfatear y estudiar a sus visitantes. Quienes sí tienen el equipamiento adecuado pueden tomarles fotos o filmarlos con tranquilidad.

Los animales residen allí todo el año y se alimentan con lo que encuentran en el lugar, donde hay pescado en abundancia. Los leones suelen alejarse un poco más de la isla, aunque no llegan hasta la costa continental. Los animales que aparecen de vez en cuando en el puerto de Punta del Este no proceden de allí, sino que llegaron siguiendo a un barco y decidieron quedarse, ya que allí tienen alimento (los desechos de los pescadores artesanales) y abrigo.
Más allá de este intercambio, el acercamiento a la Isla de Lobos está terminantemente prohibido, ya que se trata de una Reserva Natural, gestionada por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, lo mismo que sucede con Cabo Polonio, otro sitio de reunión para estas criaturas.

Además, los lobos ubicados sobre las rocas que rodean la isla son mucho más agresivos, ya que según el momento del año, los animales están custodiando a sus crías (que nacen entre noviembre y enero) o a los territorios que seleccionan antes de la temporada de reproducción para realizar su despliegue y atraer a las hembras. Sea por la razón que sea, intentar acercarse a tierra es una decisión peligrosa.

Los únicos humanos que tienen acceso a la isla son los responsables del cuidado del sitio, funcionarios de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), quienes residen allí en perí odos de dos semanas.

Por otra parte, allí también viven los encargados del faro de la isla –el más alto de Sudamérica en cuanto a su ubicación sobre el nivel del mar, no en cuanto a su altura edilicia–, quienes dependen de la Armada.

Además, pueden acceder investigadores, con un permiso especial de la Dinara, pero, al menos de momento, el público en general no puede poner pie en tierra, aunque esto puede cambiar en el futuro cercano.

De hecho, para los paseos, las embarcaciones no atracan en la isla, sino que se detienen a una distancia cercana, realizan un pasaje por la costa para mostrarla a los turistas y vuelven a detenerse para el baño con los lobos, antes de su regreso al puerto de Punta del Este.

Como fue prometido, el retorno es mucho más tranquilo, aunque se ve agitado por las náuseas de algunos de los pasajeros. Sin embargo, a medida que la isla se aleja y la ciudad vuelve a acercarse, es notorio el disfrute de los pasajeros por el trayecto y el nado con los lobos.
Menos conocida que la isla Gorriti y menos visible a simple vista dada su ubicación, –salvo por su faro que se yergue sobre las rocas como un largo dedo blanco y que destaca en la noche, con su alcance de 40 kilómetros–, la Isla de Lobos es un paseo único dentro de la oferta amplia de posibilidades que ofrece Punta del Este.

Isla de Lobos
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Dos décadas de viajes

Desde hace 25 años Dimar Tours es una de las empresas que realizan los paseos diarios a la Isla de Lobos. Horacio Altez, uno de los integrantes de la compañía, explica que los viajes se realizan cada mediodía, sin importar si es verano o invierno.

El trayecto lo recorren tres embarcaciones similares, que llevan unos 15 pasajeros por viaje, aunque solo parten de a una. Los pasajes tienen un costo de US$ 50, mientras que los niños menores de 9 años pagan US$ 30.

Cada embarcación tiene dos motores y doble comando, con una tripulación de cuatro integrantes. Dependiendo de la cantidad de clientes interesados puede partir un segundo viaje diario, cuyo horario de salida es a las 17 horas. También se realizan viajes de buceo a la Isla de Lobos, para lo cual es necesario tener conocimientos previos de esta actividad. Quienes no sepan bucear pueden igualmente hacer snorkeling.

Desde niños pequeños hasta personas mayores, el público muestra las edades más variadas, y cada uno lo disfruta a su manera, cuenta Altez.

Dimar también realiza viajes de pesca, una actividad que según Altez se ve afectada por los lobos, porque se comen el pescado, aunque aclara que "por ahora van conviviendo", y que tanto los pescadores ocasionales como los artesanales (los más afectados, ya que viven de eso) los toleran.

Ellos también se encargan del traslado de los funcionarios que custodian la isla, así como los visitantes puntuales que viajan a realizar estudios científicos o a filmar documentales.
Altez explica que si bien el descenso en la isla no está permitido por su condición de reserva natural, en la Intendencia de Maldonado se ha planteado la posibilidad de construir senderos en tierra para que los turistas puedan recorrer el sitio.

De todas formas, esto aún se encuentra en una etapa inicial, aunque los planes incluyen la reconstrucción del muelle de la isla y la construcción de caminos internos que no afecten a la fauna local.

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El futuro de la isla

Cuando Juan Díaz de Solís llegó a la costa uruguaya en 1516, bautizó a la isla como San Sebastián de Cádiz. Su tripulación mató algunos lobos y se llevó sus pieles de vuelta a España.

En 1792 comenzaron las faenas de animales, de los que se tomaban las pieles, grasa y carne. En primera instancia era realizada por privados, aunque luego pasó a manos estatales, hasta que se interrumpió en 1993, por cuestiones de protección ambiental.

Desde entonces, la interacción de los humanos con la isla ha sido mínima, aunque el actual intendente de Maldonado, Enrique Antía, planteó en setiembre del año pasado la posiblidad de acceder al sitio, para agregar una oferta más para los turistas.

Según Betty Molina, directora de Medio Ambiente de la Intendencia de Maldonado, el proyecto se encuentra aún en sus primeras etapas. El gobierno departamental elevó su propuesta al Ministerio de Ganadería, responsable de la isla, y por lo pronto "las condiciones iniciales para empezar a trabajar están dadas", dice Molina.

Si bien aún no están definidas las especificidades del proyecto, involucra la construcción de pasarelas de madera, por las que los turistas puedan recorrer el lugar guiados por expertos, a la vez que no afecten el espacio vital de los lobos.

También será necesaria la reconstrucción del antiguo muelle, para que las embarcaciones puedan atracar, a la vez que permitiría el aprovechamiento de los viejos edificios donde se faenaba a los animales, algo que Molina define como el "patrimonio cultural" del sitio. Por otra parte se prevén visitas al faro, aunque esto será necesario coordinarlo con las autoridades responsables.

Altez explica que, de momento, los viajes seguirán como hasta ahora dado que no hay propuestas concretas, aunque eventualmente podrán integrar el recorrido de la isla al tour.
Molina confirma el deseo de ampliar la oferta turística, ya que el paseo a la isla es diferente al turismo habitual, algo que Altez confirma. "La experiencia de ver lobos se puede cumplir en Cabo Polonio, o acá en el puerto. Pero ver tantos lobos, de bañarse con ellos, o de bucear con ellos es algo que acá es único". De todas maneras, el proyecto no se empezará a discutir hasta el final de la temporada actual.

Historia

La Isla de Lobos está ubicada a cuatro millas naúticas (unos siete kilómetros y medio) de Punta del Este, y se trata de la mayor reserva de lobos y leones marinos de Sudamérica. Allí residen unos 300 mil ejemplares de lobos finos (Arctophoca australis) y leones marinos (Otaria flavescens), de los cuales los primeros son la amplia mayoría. Los lobos residen allí todo el año, por lo que los turistas podrán verlos sin importar en que momento viajen. Allí también se aparean y tras una gestación de 11 meses, se reproducen, luego de lo que inician nuevamente su proceso de apareamiento. Geográficamente, es el punto más austral del territorio uruguayo, y se trata de una prolongación de la cuchilla de Maldonado. La isla fue descubierta por Juan Díaz de Solís en 1516, pero por allí también pasaron otros colonizadores como Gaboto y Magallanes, así como varias embarcaciones piratas, incluída la del capitán Francis Drake. A partir de 1792 se realizaron faenas de lobos, tarea que fue prohibida por el gobierno en 1993, y desde entonces es una Reserva Natural. En 1998 se produjo un derrame de petróleo que puso en riesgo la supervivencia de los lobos, aunque lograron superarlo.


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