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Después de la caída del imperio K
El drástico giro en Argentina impone una realineación política de la que dependerá el futuro del país. Para sacar adelante sus planes de recuperación económica e institucional, el presidente electo Mauricio Macri tendrá que concretar dos necesidades. Una es cohesionar como fuerza permanente la alianza electoral con otros partidos que lo llevó al triunfo. La otra es fortalecerla en el Congreso, donde no cuenta con mayoría, y entre los gobernadores peronistas. En el peculiar espectro partidario argentino, donde las lealtades van y vienen, Macri tiene algún campo para obtener respaldo entre legisladores de otras tiendas. Y como las finanzas de las provincias dependen en gran parte de recursos fiscales provistos por el gobierno central, sus gobernadores son propensos a tender puentes armónicos con la Casa Rosada.
Más complejo es el panorama en el peronismo. Sigue siendo la mayor fuerza política desde su fundación por Juan Domingo Perón hace más de 70 años, pero está dividido desde hace años y lo estuvo en la votación del domingo por el rechazo al efímero y funesto imperio dinástico instaurado hace 12 años por el matrimonio Kirchner. Importante caudal de votos peronistas de los disidentes Sergio Masa, José Luis de la Sota y otros dirigentes contribuyeron decisivamente a asegurarle el triunfo a Macri. En la muerte anunciada de la era kirchnerista, la gran derrotada ha sido Cristina Fernández de Kirchner. La segunda víctima es Daniel Scioli, que probablemente se esfume del primer plano político después del apoyo retaceado y el cerco con que lo maniató el absolutismo arrogante de la presidenta.
Massa y otras figuras respetadas en la dirigencia peronista competirán ahora por liderar a esa fuerza y reintegrarla al poderío con que ha dictado durante décadas, desde el gobierno o desde fuera, los avatares de la vida argentina. Existe expectativa por ver el rumbo que tome la presidenta vencida, cuando le transfiera el poder a Macri el 10 de diciembre. Como todo derrotado, perderá el apoyo de algunos o muchos de sus legisladores y gobernadores provinciales. Le quedará la base de La Cámpora, la organización militante que la Sra. Kirchner enquistó en cargos de poder en la estructura del Estado y que cuenta con una pequeña representación parlamentaria propia. Pero no le bastará para evitar la bienvenida declinación del absolutismo con que llevó a Argentina al borde del colapso en los últimos años. La esperanza de muchos argentinos es que se dedique a cuidar a sus nietos en el retiro acaudalado de su sureño feudo provincial de Santa Cruz. Pero dado su apetito de protagonismo egocéntrico, es presumible que se resista a abandonar mansamente el primer plano, aunque sería el curso dictado por el sentido común.
Es factible que el peronismo, liberado del lastre de la Sra. Kirchner, logre recomponerse desde la oposición. Pero bajo un nuevo liderazgo más sensato, Argentina necesita que sea una oposición constructiva, sin las obstrucciones y antagonismos que han caracterizado tantas veces a la actividad política. Macri ha anunciado su disposición a gobernar con todos, como única forma de sacar al país del pantano en que lo hundió el kirchnerismo. Esa meta requerirá el esfuerzo aunado que reclama el presidente electo, incluyendo el de un peronismo que anteponga la recuperación del país a los intereses de los personalismos mezquinos que representó el kirchnerismo.
