La dispersión de las fuerzas opositoras es la mejor ayuda a un partido gobernante en riesgo de perder el poder por declinación de respaldo popular. Dibujan este panorama los prematuros escarceos electorales en todo el sistema político. Pese a que faltan más de tres años para las elecciones, largo período en que mucho puede cambiar si mejoran la economía y la seguridad pública, la oposición se aferra a encuestas que coinciden en que el Frente Amplio viene perdiendo fuerza. Las razones son varias. Hasta 2013 la década de relativa prosperidad por bonanza internacional ayudó al FA a disimular claudicaciones gubernamentales, especialmente en el período presidencial de José Mujica. Incluyeron el fracaso en modernizar la
educación pública, el pésimo manejo del cierre de Pluna, los despilfarros del Fondes, el fiasco de los refugiados sirios y de Guantánamo, las fragilidades del grupo
ANCAP y otro largo collar de errores e inacción.
Pero apremiado por el invierno financiero, producto en gran parte del desmedido gasto público por las dos primeras administraciones de la alianza de izquierda, el gobierno dispuso una sucesión de impopulares ajustes fiscales, aún al costo político de violar su promesa de no aumentar impuestos. Agravan la posición de la fuerza gobernante los déficit de ANCAP, el escándalo de Alur y las conexas salpicaduras sobre el sector del vicepresidente Raúl Sendic por sus años al frente del ente petrolero. Una reciente encuesta de Equipos Consultores mostró al Frente Amplio caído al 32% de la intención de voto, muy por debajo del porcentaje conjunto de blancos y colorados. Extrañamente, sin embargo, Mujica apareció en esa encuesta con amplia ventaja como el político más popular. El expresidente asegura que no piensa volver a ser candidato. Pero con su reiterada historia de "como te digo una cosa, te digo la otra", el respaldo de votantes a Mujica es un factor que la oposición mal puede ignorar.
Los partidos Nacional, Colorado e Independiente y Edgardo Novick coinciden en la necesidad de forjar alguna forma de unir los votos opositores, pero disienten en cómo hacerlo. El senador Pablo Mieres favorece una alianza de tendencia socialdemócrata que concurra a las elecciones bajo un mismo lema, iniciativa de concreción improbable, ya que blancos y colorados quieren mantener su identidad partidaria y juntar votos recién en un eventual balotaje. Y Novick, sin partido nacional propio pero con considerable fuerza electoral, ha propuesto una alianza parecida a la de los 28 grupos que integran el Frente Amplio aunque sin definir vías factibles para lograrlo.
Las dificultades de la oposición radican no solo en la renuencia de los partidos tradicionales a diluir su centenaria identidad. Incide también el personalismo de los varios dirigentes del espectro que quieren ser candidatos a la presidencia. Tal vez necesiten recordar el caso de Venezuela. La división opositora en múltiples partidos le dejó cancha libre a Hugo Chávez para apoderarse del país.
La situación cambió drásticamente cuando todos los partidos opuestos al
chavismo se unieron en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que finalmente ganó el control del Parlamento y tiene en la cuerda floja a Nicolás Maduro. El MUD no es reproducible en Uruguay. Pero las chances de que haya alternancia política en Uruguay depende de que la oposición encuentre alguna forma de unir sus votos