El corazón de las tinieblas

En Los héroes, un libro hermoso derivado de una conferencia, Thomas Carlyle sostenía la idea de que la civilización avanza siempre gracias al impulso individual de grandes hombres y no por el comportamiento del pueblo, de las masas. La hipótesis del escocés es muy discutible pero siguiendo su línea de pensamiento y dándole una vuelta de tuerca, se podría afirmar también que muchas veces el mundo retrocede a causa de grandes monstruos disfrazados de hombres.

En Ecuatoria Patrick Deville presenta una tercera variante aún más inquietante que las anteriores, entre otras cosas, porque es absolutamente verificable. Sus héroes son David Livingstone, Henry Stanley, Albert Schweitzer y Pierre Savorgnan de Brazza, los hombres que, arriesgándolo todo, se internaron en el continente africano para revelárselo al resto del mundo. Pero como bien reconoce el autor, esos héroes que realizaron verdaderas proezas, también abrieron el camino para la barbarie, para la colonización más salvaje y despiadada que el mundo vio alguna vez.

El libro es un viaje al corazón de esas tinieblas, que mezcla la reseña histórica con el comentario actual, ya que Deville escribe a medida que realiza un recorrido por distintos lugares claves como el Congo, Angola, Gabón y Zanzíbar, entre otros.

El problema es que esta técnica narrativa que, en teoría debería enriquecer el texto al comparar pasado y presente, termina confundiendo al lector. De tanto salto temporal, este termina mareado, cuando no irritado, pues a un pasaje interesantísimo muchas veces le sigue otro menos atractivo, lo que genera un anticlímax constante que a la larga resulta bastante agotador.

El otro gran inconveniente del libro es que da por sentado que el lector conoce lo suficiente del tema, lo que ciertamente es una apuesta arriesgada que termina restringiendo el público que puede disfrutar a pleno de Ecuatoria sin recurrir a Wikipedia constantemente.

A favor hay que señalar la propuesta coral llena de testimonios y anécdotas jugosas que se reparten aleatoriamente a lo largo de todo el texto. También el incluir un comentario sobre el pasaje por esas tierras salvajes de personajes de la talla de Louis Ferdinand Celine, Joseph Conrad, Lawrence de Arabia y hasta el Che Guevara. Y por sobre todo, la prosa estupenda del autor, que se maneja como pez en el agua ya sea en el reportaje, la crónica o el fresco histórico.

El libro se divide en un sinfín de capítulos breves, muchos de los cuales están encabezados por un epígrafe. Si se juntarán todos saldrían un par de páginas fantásticas. Como muestra, una frase de Julio Verne: "En cuanto a la ciudad, él ni siquiera pensaba en ella, siendo como era de esa clase de ingleses que hacen que sean sus empleados domésticos quienes visiten el país que atraviesan".

También resultan muy buenas las páginas donde Deville muestra las huellas de la guerra fría en el continente africano, porque logra transmitir con realismo el fanatismo a dos bandas de la época. Los testimonios que recoge de exsoldados, misioneros, políticos y gente común que vivió en carne propia la violencia de aquella época resultan impactantes.

Deville no es un escritor sentimental, sino un entusiasta que puede referir con igual maestría el horror del Congo Belga o el emocionante encuentro de Stanley con Livingstone en el corazón de África. Pero sabe conmover cuando quiere, al elegir frases de sus héroes como una de Brazza que lo dice todo: "Y cuando yo les decía que los blancos tienen un país donde nada les falta, ellos no podían comprender por qué nosotros lo habíamos abandonado".

Un libro valioso, pero solo para los iniciados en el tema.