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El niño de Cincinnati que cambió nuestras vidas

Steven Spielberg, el cineasta que parecía no envejecer nunca y que mantiene, detrás de las arrugas y las canas, su cara de niño, cumplió 70 años
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01 de enero de 2017 a las 05:00
Shanghai, 1935. Cabaret refinado, con chicas de coreografía y dragones que lanzan fuego de tela por las narices. Indiana Jones aparece en un traje blanco marfil con un clavel rojo. Hará un pacto con un mafioso chino, Lao Che, que lo engañará y lo envenenará. Necesita un antídoto que cae al piso mientras decenas de personas corren en todas las direcciones, en pleno caos, con disparos, corchos de champaña que vuelan, piñazos y coristas chinas en lentejuelas.

Indiana huye con la bobona cantante rubia, luego de caer desde un cuarto piso atravesando varios toldos a un auto conducido por un niño. La fuga incluye una alocada persecución por la calles de Shanghai y la llegada al aeropuerto, donde los perseguidos se suben a un avión de... Lao Che.

Un rato después los pilotos de avión saltan en paracaídas e Indy debe enfrentar una enorme montaña sin saber manejar la aeronave. Se las arreglan para inflar un bote y planear hasta un río lleno de rápidos. Se salvan por los pelos hasta que en aguas calmas quedan rodeados por soldados indios.

Pasaron veinte minutos de Indiana Jones y el templo de la perdición y el poder narrativo detrás de una película (supuestamente) de "matiné" es tan poderoso y sugestivo que los ojos no se pueden despegar de la pantalla. El mundo artístico de Steven Spielberg se compone de mil escenas como esta, electrizantes y a la vez sutiles, visualmente impregnadas de inteligencia y sentido plástico.

Basta recorrer la memoria emotiva de cualquier cinéfilo que ronde los 40 años. ¿Qué se encontrará en ese reservorio? Extraterrestres simpáticos con dedos anaranjados, mundos de sueños con piratas malvados, guerras atroces, campos de concentración, dinosaurios desbocados, tiburones cebados, bestias robóticas, Francois Truffaut hablando con una nave espacial, una niña negra que aprende a entrar en el mundo adulto, un niño inglés que se adapta a vivir con la destrucción frente a sus ojos. Los contextos podrán cambiar, pero son los personajes con sus acciones los que afrontan peligros comunes, entre toques de comedia y atroces tragedias, para que la historia avance ante nuestra mirada atónita.

Spielberg construyó nuestras fantasías, alentó la imaginación y nos hizo debutar las lágrimas en una sala de cine.

También tuvo sus gaffes y patinadas, sus proyectos fallidos, pero a lo largo de su filmografía quedan muy rezagados frente a las maravillas que realizó. Nuestra vida sería distinta sin su cine.

Todo partió de unos cuantos planos con encuadres de árboles de Josué, en el desierto californiano, al inicio de su primer cortometraje, Amblin', una tierna historia de amor entre dos jóvenes que hacen dedo al costado de la ruta. A partir de esa simpleza, su obra creció y se volvió más compleja.

Como el cine es cuestión de equipos, supo intuir talentos y rodearse de genios. El rubro técnico siempre fue su fuerte: soberbios directores de fotografía como Allen Daviau, Vilmos Zsigmond, Douglas Slocombe o Janus Kaminski, o las partituras del maestro John Williams.

Los elencos y la elección de los protagonistas también son una marca de la casa, porque se asocia inmediatamente a tal o cual actor con la película en que trabajó... con Spielberg. Harrison Ford es Indiana. Pero sobrepasando nombres y roles, sus filmes están unidos por una inteligencia visual que conecta con el espectador en un código particular, llamado estilo.

Cincinnati, diciembre de 1946. En el seno de una familia judía ortodoxa nace un varón, al que sus padres bautizan como Steven. Setenta años después, el viejo director, de eterna mirada juvenil tras las arrugas y el pelo canoso, no detiene sus proyectos.

En febrero filmará en Italia una película de época, ambientada a mediados del siglo XIX, y para los años que vienen tiene más planes en su mesa de trabajo.

¿Podrá volver a filmar una obra maestra? Los últimos intentos no lo han demostrado. ¿El niño viejo se quedó sin pólvora? Sería un acto de ingratitud. Spielberg siempre tiene una ficha bajo la manga.

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