Entre el oso ruso y el lobo alemán

Uno de los problemas derivados de la globalización es que al borrar las fronteras también arrasó en parte con las diferencias. Diluyó las idiosincrasias de los países, sobre todo de los que conforman occidente. En materia artística, este efecto es evidente y se aprecia con absoluta claridad en la homogeneidad que reina entre las producciones, sean de donde sean.

Hoy ya no importa la procedencia del producto, porque ningún país es sinónimo de calidad. Da lo mismo un libro francés que uno inglés, que no se diferencia en nada de uno estadounidense ni de uno holandés. En este sentido, La comadrona es un libro distinto, con identidad propia, hecho en base a colores invernales de Finlandia, a olores que salen del bosque húmedo, a leyendas mágicas y palabras rudas que resuenan desde una tierra lejana y misteriosa, donde la vida sobrevive a duras penas en condiciones límite.

Que además sea una novela histórica situada en 1944 y 1945, durante la segunda guerra mundial, le aporta al relato un telón de fondo sangriento y conmovedor, que se refleja en la pálida nieve que cae durante todo el relato sobre los protagonistas, dos seres desgraciados que se encuentran por casualidad.

No se trata de un amor cualquiera. La comadrona es una mujer de campo que se dedica a ayudar a dar a luz a las mujeres de la zona, tuerta y despreciada por todo el mundo porque su padre fue un traidor a la patria. Johannes, en cambio, es un respetado oficial alemán destinado como fotógrafo a las tierras heladas del norte. El libro es la transcripción de los pensamientos de dos enamorados muy diferentes, que dudan, se aman, se abandonan y se reencuentran, bajo las más diversas situaciones que se desarrollan durante la ocupación nazi del país.

Todo esto contribuye a generar en el lector la sensación de que gracias al libro se está viajando a un lugar exótico, suspendido en el tiempo, de la mano de una lugareña que conoce al detalle cada piedra del camino y cada gesto de los habitantes de Laponia.

La prosa de Kattu, que se limita a narrar sin moralizar nunca, le da al lector la posibilidad de ser él quien va compartiendo o no las acciones de los protagonistas, lo que le da al libro una apariencia de realidad absoluta que excede al plano ficcional. Cuando la autora escribe que a lo lejos resuenan los cañones de Stalin, que avanza para expulsar a los alemanes de su tierra, casi se pueden escuchar. Cuando describe como los nazis en su huida, primero de la Unión Soviética y luego de Finlandia, intentan borrar las huellas de sus horrores quemándolo todo en su retirada, se siente el lamento de mil almas en pena.

La novela también destaca por su sinceridad a la hora de narrar la sexualidad de la pareja y de los personajes secundarios que los rodean. A veces algún término impresiona por su crudeza al describir una situación, pero resulta necesario para entender la violencia del vínculo afectivo que une a la pareja. La autora es igual de explícita a la hora de narrar las reiteradas violaciones a mujeres y niñas que se producen en el campo de concentración alemán, donde la protagonista termina trabajando.

Este mostrar las dos caras de una misma moneda es una constante a lo largo de toda la novela, que adquiere así una dimensión superior. En el libro nadie es del todo bueno y nadie es del todo malo, como sucede en la vida real. La comadrona es pura solidaridad, se desvive por los demás, pero también puede ser egoísta, como cuando abandona a su suerte a una niña desamparada. Johannes puede apiadarse hoy de los lapones pero mañana castigarlos sin piedad alguna.

Y todo sucede en una tierra aparentemente estéril, en un país que queda atrapado en medio de dos potencias militares en guerra. Entre el oso ruso y el lobo alemán, Finlandia no tiene escapatoria. El libro es también la crónica de esa situación imposible y como es un trabajo honesto, no se oculta la colaboración de los finlandeses con los alemanes, aunque se deja traslucir que no había otra alternativa ante la indiferencia de los aliados y la voracidad territorial de los rusos.

La autora, de visita en Montevideo por estos días, comentó que después de la guerra las mujeres laponas fueron especialmente despreciadas por sus compatriotas por haberse relacionado con los alemanes, por haber colaborado con el enemigo. La novela es un intento por reivindicar a esas víctimas no reconocidas por la historia oficial.

La comadrona no es una maravilla, no pasará a la historia, pero tiene un tono original y un sabor tan único, que es imposible renegar de ella. Es de verdad.