Estilo de vida > Literatura

Escribir para los lectores más chicos

Cuatro narradores cuentan de su oficio y explican qué significa ser un escritor uruguayo
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26 de septiembre de 2016 a las 05:00
De todas las composiciones literarias que circulan, la narrativa infantil-juvenil se cuenta entre las más populares, visibles e incluso –de las pocas– económicamente rentables. El Observador conversó con cuatro narradores: Lía Schenk, Federico Ivanier, Magdalena Helguera y Sebastián Pedrozo al respecto de esta escritura y qué significa hacerlo desde nuestro país.

¿Dónde se origina el relato infantil-juvenil? ¿Cuáles son los disparadores que lo inician? Para Schenk el lugar de partida es una serie de territorios: "el de la infancia, el personal, el colectivo, el universal, se me presenta siempre como un territorio vital y único que puede descentrañarse a través de la escritura desde otros planos" cuenta. "Creo que hay una voz narrativa que, en el camino, se encuentra, y que está siempre presente a la hora de escribir. Yo escribo, luego la historia se descubre para un público" aporta sobre esto su colega Pedrozo.

"Siempre sos un escritor y eso es todo" opina por su parte Ivanier. "Yo hago eso: recorro ciertos temas, me interesan determinados enfoques, recurro a determinadas herramientas. Curioseo. Hago lo que puedo, siendo consciente de mis limitaciones, buscando aprender y romper esas limitaciones naturales que tengo. En mi caso, al final, escribo acerca de lo que me emociona, me gusta, me divierte o me genera curiosidad", agrega.

Helguera reconoce a su vez cierta fascinación por el mundo infantil y habla además de cierto espacio necesario por cubrir: "Cuando empecé a compartir mis primeras obras literarias, en nuestro país se hacía más necesario que surgieran nuevos autores de literatura para niños que para adultos. La mayoría de los buenos libros uruguayos para niños tenían treinta, cincuenta, setenta años".

Escribir literatura infantil es una cosa y pararlo desde coordenadas nacionales, otra. ¿Cuánto pesa Uruguay en su obra? Pedrozo matiza este concepto: "Soy uruguayo, eso seguro. Aunque no sé qué podría significar eso en lo que escribo. Ahora, si buscáramos marcas de 'lo uruguayo' en mis textos, creo que habría pocas, o nada".

Muy parecida es la postura de Ivanier: "¿Qué es lo uruguayo? ¿El mate? No tomo mate. ¿El carnaval? No me copa el carnaval. ¿El fútbol? Sí, me encanta. Pero el fútbol es mundial. Yo soy uruguayo, me leen uruguayos, algo uruguayo tiene que haber en mi obra".

Schenk no se posiciona demasiado lejos de esta idea: "Pienso que en muchas de mis historias hay siempre algo del color local, del entorno local, tanto urbano como suburbano o rural. Pero siempre están abiertas a lo que está más allá, a lo que trasciende fronteras".

La más convencida en este aspecto es Helguera: "Sí, la siento uruguaya, lo cual no se opone a sentir que puede leerla e interesarse en ella lectores de cualquier lado. La siento tan uruguaya que no me nace la necesidad de demostrarlo cada tres líneas mencionando una calle o plaza de Montevideo, un deporte nacional o una comida típica".

Y escribir desde Uruguay también plantea la cuestión económica: ¿se puede vivir de ello? "Creo que sí se puede pero a costa de sacrificar algunas cosas, de hacer concesiones a los editores, a los lectores, a los padres, a los docentes" se explica Helguera.

Más pesimista es Schenk: "Si bien es casi utópico hasta el momento plantearme vivir de escribir, a lo que no renuncio es a considerar el derecho de autor como un derecho humano".

Pedrozo, directamente, ni lo piensa: "En mi caso no me lo planteo como algo a corto plazo. Trabajo como maestro de escuela, que es mi pasión y no creo que lo deje por mucho tiempo, además, esta actividad dialoga perfectamente con el oficio de escribir, que es mi otra pasión".

Y es Ivanier quien más reflexiona sobre este punto: "Es difícil. Muy difícil.Nosotros acá tenemos un Estado totalmente omiso en lo que tiene que ver con políticas en torno al libro. Hay que empezar a pensar en políticas que permitan el acceso verdaderamente democrático a libros favorecería a toda la industria (y a los que nos gustaría vivir de ella, ya que pagamos impuestos también por cada libro vendido). Para esto, hay que ser claro: el Estado debe comprar libros. Punto".

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