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Feliz clase B

Kamikaze, de Sebastián Pérez Pérez, es una propuesta tan distinta como original en el cine nacional
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25 de septiembre de 2014 a las 18:45

Hay una regla económica que dice algo así como que hay que transformar tus debilidades en oportunidades o fortalezas. Y no se me ocurre mejor ejemplo que lo que hace la película Kamikaze, que aprovecha su perfil de bajo presupuesto, filmada con lo que sea –cámaras digitales, actores amateurs, casi cero locaciones– para desarrollar la historia del rodaje de una película. Kamikaze es, antes que nada, una película muy inteligente. Que entiende sus claras limitaciones y las aprovecha. Que abraza feliz su condición de cine de clase B, ya sea con su estupendo tráiler que desde hace un par de meses se encuentra en las redes sociales o con su maravilloso poster. Pero por encima de todas las cosas es además honesta: cumple y entrega exactamente aquello que promete. Aquello que el espectador informado ha ido a ver.

El ejercicio metanarrativo de una película que cuenta el rodaje de una película no es nuevo. Pero antes de entrar en innumerables ejemplos, es mejor remitirse a uno solo: The Pickle, la infravalorada película del recientemente fallecido Paul Mazursky, donde Danny Aiello daba vida a un desesperado director que con varios fracasos en su haber trataba de hacer un gran regreso, con cero producción, nada de material ni equipo y en una historia de monstruos clase B, pero donde además su monstruo era un pepino gigante que asolaba Nueva York.

El Marcos de Kamikaze, interpretado por el propio director y guionista Sebastián Pérez Pérez, es un personaje similar a aquel de Aiello. A primera vista es un chanta –se lo dice su asistente de dirección y él lo acepta sin más–, pero es dueño de una personalidad magnética y capaz de venderle hielo a los esquimales. Marcos llevará adelante con apenas US$ 2.000 el rodaje de una película de ciencia ficción que remite directamente al cine japonés de Kaijus o monstruos como Godzilla, peleando con robots gigantes. O sea, Pacific Rim filmada en Playa Hermosa, con mucho menos dinero que Guillermo del Toro. Una historia que involucra reactores nucleares, monstruos de 40 metros y batallas que destruyen ciudades. Filmada con nada.

Por supuesto, los problemas se van sucediendo uno tras otro. Un vecino cuasi psicópata que ve con malos ojos el rodaje, un actor con convulsiones, otro que piensa que vino a filmar una película porno, y más, mucho más.

En escasa hora y media, Kamikaze va para adelante y para atrás en su historia y sus personajes –que son varios y muy importantes, bien desarrollados todos– en un guion que es muy redondo y que se permite, más allá de grandes momentos de humor de todo tipo, como es una pequeña escena entre Marcos el director y Fefo, uno de los protagonistas de la película, fumando en el porche de la casa, o la relación que Marcos tiene con su primo-amigo El Gordo.

Dentro de un elenco prácticamente desconocido, con un par de excepciones como son Charly Álvarez o Pablo Pipolo, destaca el propio Pérez Pérez.

Con un registro de humor muy notable, una impasibilidad en el rostro ante todos los disparates que van ocurriendo frente a él y estallidos histriónicos cada tanto, es el alma y vida de la historia, de la película, que es su película, la que escribe y dirige en la realidad y en la ficción. Es un límite que se pierde y en este caso, se pierde para bien. La película es Marcos, es Sebastián Pérez Pérez.

El resto del elenco cumple con total corrección y en especial Mateo Tarabochia es particularmente efectivo, con un par de escenas memorables.

Quizá para no todos los públicos, prejuiciosos abstenerse, Kamikaze, es una muestra más, y van..., de la salud y el buen desarrollo del cine nacional. Un cine nacional que al fin abraza feliz los diversos géneros con panorama donde Mr. Kaplan aporta comedia, Zanahoria, thriller y próximamente Dios local ofrecerá terror.

Kamikaze dice presente para que la clase B también forme parte de todo esto. Y nada es más sano que eso.

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