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Hartos del turismo

A lo largo del sur de Europa, los residentes reclaman cada vez más que un alza del turismo está volviendo sus vidas intolerables
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26 de agosto de 2017 a las 05:00
Las multitudes que inundan los más famosos destinos turísticos de Europa están desatando violentas reacciones de vecinos y activistas, que van desde protestas y mensajes de "go home" hasta intimidación física.

"Ningún verano más como este". Hartos de la invasión de sus espacios los vecinos del barrio de la Barceloneta decidieron reconquistar la principal playa de Barcelona, uno de los tantos destinos europeos que empiezan a ver con hostilidad su éxito turístico.

Desde los románticos canales de Venecia hasta la ciudad amurallada de Dubrovnik, pasando por la salvaje isla escocesa de Skye, el antes bendecido turismo se convierte para algunos en una pesadilla.

"No queremos turistas en nuestros edificios", "No sois bienvenidos", rezaban las pancartas de la protesta del sábado 12 en el barrio costero de la Barceloneta donde los vecinos llevan años protestando.

Protestas similares se esparcen por este país e incluso un grupo de extrema izquierda elevó el tono de las protestas a principios del mes, asaltando un autobús turístico en Barcelona para pintarle el parabrisas o irrumpiendo en el puerto de Palma de Mallorca, en las islas Baleares, con bengalas de humo rojo y lanzando confeti a los comensales de un restaurante.

Este popular archipiélago acaba de limitar a 623 mil sus plazas turísticas y busca reducirlas en alrededor de 120 mil .

"No es el enemigo"


Internacionalmente, uno de cada 10 empleos están vinculados a este sector que supone un 10% del Producto Interior Bruto mundial, según la Organización Mundial del Turismo (OMT). "El turismo no es el enemigo", asegura su secretario general Taleb Rifai.

Entre 1995 a 2016 el número de viajeros internacionales pasó de 525 a 1.235 millones y algunos destinos alcanzaron su límite.

En Dubrovnik (Croacia), parada de muchos cruceros y escenario de la exitosa serie Juego de Tronos, las callejuelas de su ciudad amurallada son un hormiguero a evitar para los locales.

Sus autoridades instalaron cámaras en los accesos de la ciudad amurallada para controlar el flujo de visitantes y quieren reducir la llegada de cruceristas.

Medidas similares se implantaron en la otra orilla del mar Adriático, en la italiana Venecia, de apenas 265 mil habitantes y con 24 millones de turistas anuales.

En primavera aprobaron implantar un sistema de reservas para acceder a la popular plaza San Marcos en horas punta o multas de € 500 por hacer picnic o bañarse en los canales.

En Florencia, las autoridades optaron por regar con mangueras de agua los alrededores de sus principales monumentos, donde suelen sentarse multitudes de turistas para comer o descansar.

En Lisboa, la explosión turística de los últimos años pone en aprietos a los humildes habitantes de su barrio más antiguo, Alfama, plagado de apartamentos turísticos que encarecen el mercado inmobiliario.

Incluso en la remota isla de Skye, en Escocia, cuyo salvaje paisaje atrae cada vez a más turistas, las autoridades se muestran preocupados por los colapsos en las carreteras, el daño ambiental y la falta de alojamiento que conlleva este éxito.

"La solución fácil es decir no más turismo pero es muy peligroso", advierte Rifai.

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