Hay Blanes para rato

En 2013, Bausero descubrió que el cuadro ya no brillaba con todo su esplendor: “Estaba amarillento y había pequeños desprendimientos de color”. Un año más tarde, se aprobó el proyecto para su restauración, para lo cual se destinó un presupuesto de US$ 60.000 y se contrató a dos restauradoras con “un vasto currículum”. Matilde Endhardt y Claudia Barra comenzaron a trabajar el 23 de setiembre de 2014, una fecha fijada por la intendenta Ana Olivera por ser aniversario de la muerte de Artigas.

Mover de su lugar el cuadro, un lienzo de más de tres metros de alto por cinco de largo, era una tarea difícil y riesgosa. Entonces, se planteó la idea de restaurar la emblemática obra a la vista del público. Algo novedoso en Uruguay, pero común en otras partes del mundo.

Un promedio de 1.500 personas visitan el museo por semana, según la directora. En época de clases, hasta siete grupos diarios de escolares y liceales se paran detrás del vidrio a mirar el proceso de restauración.

Endhardt afirma que le gusta la experiencia de trabajar con gente a sus espaldas, aunque a veces el nivel de ruido la distrae un poco, comenta la alemana radicada en Uruguay hace casi tres décadas, que integra la tercera generación de una familia de pintores y restauradores.

En etapas

Se estima que el trabajo de restauración culminará en abril. La primera etapa del proceso, que consistió en la consolidación de los desprendimientos y la limpieza del cuadro, ya se completó. “La obra ya recuperó parte de su colorido original. Antes estaba un poco apagado por el barniz envejecido”, explica Endhardt. Los barnices naturales tienen la propiedad de oxidarse, cambiando la tonalidad de los colores.

El rojo, blanco y azul predominan a lo largo del cuadro y dan forma a la bandera de los Treinta y Tres. Bausero señala un pequeño velero que se ve en la esquina superior derecha de la obra y explica: “Ese tipo de detalles no se distinguían con el barniz envejecido”.

Tras la limpieza, se colocó una capa de barniz que separa la obra original de lo que se pintará a continuación. Si un día se quiere retirar la restauración, es posible volver al cuadro en su estado original. “Es la reversibilidad de la intervención en el patrimonio, un concepto muy importante”, opina Bausero.

Actualmente el cuadro de Blanes se ve plagado de pequeñas manchas blancas. Es una preparación de yeso y cola animal que se colocó en las zonas que se van a ajustar. “Ahora ya empezamos a hacer la reconstrucción de la capa pictórica”, explica Endhardt. En otras palabras, están pintando sobre las zonas que estaban saltadas o que decidieron remover de las dos restauraciones anteriores, realizadas en 1964 y 1972.

Detrás del vidrio, quienes observan comentan “lo mucho que falta” para terminar. Pero la verdad es que ya se superó la mitad del proceso.

A diferencia de lo que se usó en restauraciones previas, Endhardt y Barra trabajan con colores de resina que son estables. “Antes se utilizaba óleo porque se creía que era mejor trabajar con la misma pintura que la obra original”, explica. “Pero el óleo se oxida y varía el color y, un retoque que en un primer momento se ve perfecto, a los 20 años tiene el tono completamente cambiado”.

La restauración es un trabajo que requiere de mucha paciencia y concentración. Endhardt y Barra le dedican entre cuatro y cinco horas diarias a la tarea. Pero lo más complicado es conseguir los colores, adhesivos, líquidos y otros materiales necesarios para el trabajo. “Acá todo hay que importarlo”, lamenta Endhardt. Traen cola de pez de Rusia, pigmentos de Italia y yeso de Alemania.

Endhardt afirma que prefiere trabajar con una lupa. Un aumento que ayuda a “controlar mejor la integración correcta de los bordes”, y así evitar pintar zonas ya existentes.

Constantemente deben cotejar su trabajo con las imágenes que guardan en sus computadoras, separadas en 40 cuadrantes y en las que basan la restauración de la capa pictórica. “Por suerte los faltantes son pequeños y están en zonas no tan decisivas como caras o manos”, dice.

Un fragmento de la historia

El juramento de los treinta y tres orientales representa el desembarco en abril de 1825 en la playa de La Agraciada de un grupo de revolucionarios que llegó de Argentina para luchar contra el gobierno invasor brasileño. Ficción o realidad, la obra está impresa en los libros de historia y el autor “documentó muchísimo” su proceso de realización.

Blanes fue a la playa de la Agraciada (el paisaje en el cuadro es similar al del lugar) y se llevó arena para cotejar el color que le daría al óleo. También creó muchos bocetos de los personajes y las armas que sirvieron a las restauradoras para investigar y que en breve se expondrán junto con la obra.

Según Bausero, la restauración actual durará un siglo. “Gran parte de la obra de este museo tiene mucho más de cien años y estamos hablando de muy buenos artistas nacionales”, afirma la directora. Se trata de un caso de restauración aislado, pero en su opinión “sería genial” que hubiera presupuesto para reparar otros cuadros.