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Invitación garrafal

La mano derecha de Peña Nieto lo lleva a cometer un error histórico con Trump
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03 de septiembre de 2016 a las 05:00
Cuando Donald Trump lanzó su campaña presidencial en junio del año pasado, no simplemente agravió a los mexicanos afirmando que los emigrantes de ese país eran en su gran mayoría criminales y violadores y que "alguno bueno habrá". También los provocó. Dijo que construiría un gran muro a lo largo de la frontera; y ya irrumpiendo en el colmo de la patanería y la bravata, aseguró que quien pagaría la cuenta sería México.

Difícilmente pueda uno imaginar una actitud más desafiante y virulenta de un candidato presidencial estadounidense hacia su país vecino y principal socio comercial.

Durante todo este año y poco, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, había preferido no entrar en polémicas.

A menudo interrogado acerca de Trump y sus provocaciones, Peña se limitaba a reponer comedidamente que no iba a interferir en la campaña de Estados Unidos y que era muy respetuoso del proceso electoral en el país del norte.

Pero nadie –ni la cabeza más imaginativa– podía pensar que se le ocurriría extender una invitación a ambos candidatos para que lo visitaran en México, y con ello tener que recibir en la residencia oficial de Los Pinos al agraviador en jefe de los mexicanos.

Eso fue lo que pasó el martes. Trump, con la velocidad de reflejos del hombre de negocios, decidió aceptar la invitación y hacerla buena ipso facto. Así Peña Nieto le sirvió al magnate en bandeja de plata la posibilidad de redimirse y de mostrarse presidencial y ejecutivo en su peor momento de la campaña.

La imagen de Trump parado al lado del presidente de México en Los Pinos y diciendo allí mismo "hablamos (con Peña Nieto) del muro, pero no de quién lo iba a pagar", fue una inyección de energía para su entonces vapuleada base más radical, que lo recibió horas después en Arizona como quien recibe a uno que acaba de lograr una victoria en el exterior, o de ganar varias medallas de oro en los Juegos Olímpicos.

El corolario ha sido un repunte no menor de Trump en las encuestas, que se ha puesto otra vez a tiro de su rival demócrata Hillary Clinton, asediada hoy por el escándalo de los correos electrónicos y notoriamente a la baja en las preferencias.

Pero la nota más contrastante con el éxito de la visita de Trump a México la dio su anfitrión. Los mexicanos destrozaron a Peña Nieto en las redes sociales y en los espacios de opinión de los medios.

No hubo una sola voz en México que saliera a defender lo que todo el mundo percibió, cuando menos, como un grave error.

De ahí hasta los epítetos más gruesos, la tónica era la de un pueblo indignado por la invitación presidencial cursada a quien hubieran preferido se le declarase persona non grata.

La primera reacción entre los periodistas y entre la gente en general ante la visita de Trump fue de desconcierto. Luego, de enfado y exasperación con su presidente, que ya de por sí vivía horas bajas con su imagen en el entorno del 20%.

Nadie entendió nada. Y es que realmente no tiene explicación. Muchos se preguntaban a quién en el equipo de Peña Nieto se le habría ocurrido semejante disparate.

El viernes llegó la respuesta en las páginas del diario El Universal.

Según el periodista Carlos Loret de Mola, la idea de invitar a Trump a Los Pinos fue del secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Nadie más en el gabinete estaba al tanto, ni siquiera la canciller, Claudia Ruiz Massieu, que estaba de viaje por Estados Unidos. Y a todos tomó por sorpresa el inopinado convite.

Conozco personalmente a Luis Videgaray, amigo cercano de Peña Nieto, su mano derecha y quien al decir del genial periodista mexicano Raymundo Riva Palacio, "introdujo al joven Peña Nieto al mundo de las ideas y lo hizo adicto a su inteligencia".

Entrevisté a Videgaray dos veces, la última en Toluca en 2010, cuando era secretario de Finanzas del Estado de México del entonces gobernador Peña Nieto; y ambos eran las estrellas ascendentes de la política mexicana.

Me impactó la lucidez con que hablaba de temas fiscales, energéticos, financieros y de la economía política en general. Era un libro abierto. Sus credenciales avalaban con creces aquellas ideas. Tenía un doctorado en Economía y Finanzas Públicas nada menos que del MIT (Massachusetts Institute of Technology).

En 2014, las revelaciones de que Videgaray había adquirido una casa de más de US$ 600 mil en una oscura –y aparentemente torpe– operación financiera con una empresa contratista del gobierno me llevaron a pensar que tal vez no era tan brillante como parecía.

Pero de ser cierta la versión de Loret de Mola de que la idea de invitar a Trump a México fue de él, solo podría concluir que Videgaray sabrá mucho de economía y finanzas, pero de política, de diplomacia, de relaciones bilaterales México-Estados Unidos, incluso de los propios mexicanos, sabe muy poco.

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