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José Serebrier: vivir para la música

Con solo 16 años José Serebrier se fue becado a estudiar a Estados Unidos y nunca más volvió a vivir en la tierra que lo vio crecer. Este compositor, apasionado de la música, es uno de los grandes directores de orquesta del mundo
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28 de octubre de 2016 a las 05:15

Por Andrea Sallé Onetto

Carnegie Hall, Nueva York, 26 de abril de 1965, estreno de la cuarta sinfonía del compositor estadounidense Charles Ives. Silencio. Brazos extendidos, Leopold Stokowski levanta su mano derecha, baja el índice como acariciando el aire y comienza la coreografía. A su izquierda, un joven José Serebrier de 26 años sigue la orden, se dirige a su sector de la orquesta y comienza su propia danza: los dos se mueven bajo tempos diferentes, pero el diálogo entre ambos completa la pieza.

Si uno ve el video en silencio, los directores parecen estar dando un discurso serio, honesto y conciso a una multitud, si uno lo ve con sonido, la tensión de los primeros compases del Allegretto se diluyen en violines mientras la cámara se aleja de los conductores para mostrar a la gran orquesta: la Orquesta Sinfónica Americana. Así podemos describir parte del registro de uno de los acontecimientos más importantes de la carrera del compositor y director de orquesta uruguayo, José Serebrier. Nueve años más tarde, la grabación de la misma sinfonía —pero interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres y con él como director principal— se convertiría en su debut discográfico bajo el sello RCA, y a partir de allí su producción no pararía. Grabó más de 300 discos para los sellos, Sony, Decca, EMI, BIS, Warner Classics, Chandos y Naxos entre otros, dirigiendo a las orquestas y solistas más importantes del mundo.

Despertar musical

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"Mi padre era ingeniero, de familia rusa, pero vino a Uruguay desde Filadelfia para trabajar por seis meses y se quedó toda la vida. Mi mamá vino de Polonia. Se conocieron en el barco y a los seis días de conocerse se casaron", cuenta Serebrier, a quien es muy difícil dejar de tratar de usted en la conversación, no porque él marque distancia, sino porque irradia un halo de respeto que a veces intimida. De sus 77 años, José Serebrier solo vivió sus primeros 16 en Uruguay, tiempo suficiente para formarse con los mejores maestros e instrumentistas que se encontraban en el país. Cuando era niño quería ser abogado, pero esa idea no le duró mucho. A los 9 años comenzó a estudiar violín. "Muy tarde para ser violín; la mayoría de los músicos empiezan a los 4 o 5. Yo empecé a los 9 porque no había una tradición musical en mi familia", señala. Pero el talento nato le ganó a la falta de tradición y cuando entró al liceo decidió armar su primera orquesta: la Orquesta del Liceo nº 5, compuesta por alumnos de diferentes instituciones, ya que solo con los de su liceo no era suficiente. Esa primera orquesta llegó a dar un gran concierto en el Paraninfo de la Universidad de la República, en donde tocó nada más ni nada menos que para el presidente de ese entonces, Luis Batlle Berres.

Uno de sus grandes maestros de violín fue el ruso Ilya Fidlon (alumno del reconocido maestro húngaro Leopold Auer), quien, según cuenta Serebrier, vino a Uruguay en una gira con la orquesta rusa, se escapó y se quedó a vivir acá, donde formó una escuela de violinistas de nivel mundial. "Tanto es así que la segunda y tercera generación de sus alumnos ahora están en puestos importantísimos en el mundo —señala el compositor y agrega— fue una gran suerte tener a este hombre de maestro, además de otros músicos uruguayos, como Juan Fabbri y Miguel Pritsch. Aprendí mucho de ellos pero nunca fue mi intención ser violinista, siempre fue ser director de orquesta".

Estudió en la Escuela Municipal de Música, donde aprendió armonía con Vicente Ascone, y posteriormente, en 1953, ingresó al recién inaugurado Conservatorio Nacional de Música (actual Escuela Universitaria de Música), en donde tuvo como maestro al compositor y también director del conservatorio, Carlos Estrada. En paralelo, tomaba clases particulares con el violinista italiano Guido Santorsola. Sus conocimientos musicales también los volcaba a la composición, pasión que también se le despertó a temprana edad. Su primera composición data de cuando tenía 9 años: Sonata para violín solo, pieza que escribió más de forma intuitiva que académica. "Se ha editado varias veces, sigue siendo una de mis mejores obras —cuenta entre risas— porque la escribí con la inocencia de ese tiempo. No sabía mucha música, fue intuición, pura intuición y me asombra que pudiera escribirla. Está muy bien escrita".

A los 16 años, ya más perfeccionado y metido en el ámbito musical, varias de sus creaciones fueron a parar a manos del compositor y crítico norteamericano Virgil Thomson, quien estaba de gira por Sudamérica y de visita en Uruguay (de donde, por cierto, se fue ofendido porque no lo invitaron a tocar sus obras). Al ver el trabajo de Serebrier, quedó convencido de que tenía que estudiar con los grandes maestros. Fue así que intercedió con el Departamento de Estado de los Estados Unidos para que se le diera una beca para ir a estudiar allí, al estilo de las Fulbright que el país otorgaba a sus ciudadanos para estudiar en el exterior, lo que hasta ese momento no se hacía a la inversa. "Fue una invención de Aaron Copland y de otros compositores para hacerme llegar", y la invención se hizo real, ya que le consiguieron un lugar en la Curtis Institute of Music de Filadelfia. Serebrier casi no sabía inglés, por lo que se sometió a un mes intensivo de clases: "Después de un mes salí hablando diez palabras de inglés (risas) y las primeras lecciones que tuve no sabía ni qué decían. Me llevó un poco de tiempo aprenderlo, ahora es mi segundo idioma". Su español sigue siendo fluido a pesar de la distancia y los años vividos en el exterior, pero son inevitables las apariciones de términos y palabras sueltas en inglés, que delatan su buena pronunciación del idioma adoptado. Le pregunto si su intención era volver a Uruguay: "Siempre, siempre. Iba a ir a estudiar solamente y a los dos años seguía con esa idea, pero empezaron a darse cosas que me obligaron a quedarme. No solamente en Estados Unidos, sino también en Europa". Su vida familiar se desarrolla entre Nueva York y Londres, donde también reside, dado que él y su esposa, la soprano norteamericana Carole Farley, viajan constantemente.

Frutos del trabajo constante

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"La misma noche que se estrenó mí primera sinfonía con el gran Leopold Stokowski como director, salió al espacio el Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia que llegó al espacio, lanzado por la Unión Soviética. Eso creó una especie de escándalo y miedo en Estados Unidos, de que la URSS conquistara el espacio antes que ellos. Entonces, todas las noticias durante un mes fueron sobre la ciencia del espacio, y todo lo relacionado con teatro, música, arte, ballet, política se dejó de lado. A las dos semanas del concierto llamé muy inocentemente (yo tenía unos 18 años) al reportero de la revista Time preguntándole cuándo iba a salir mi entrevista y me dijo: 'Ah, no, eso ya fue hace dos semanas, ya no es noticia' y ahí aprendí una gran lección", relata Serebrier, quien tuvo que esperar nuevos acontecimientos en su carrera para alcanzar la fama internacional de la que ahora goza.

Asegura que parte de esa fama ganada se debe a que sus discos se tocan por las radios constantemente en todo el mundo. Cuando se refiere a sus discos, no necesariamente alude a sus composiciones (señala que las radios tocan poca música moderna), sino a las grabaciones de compositores clásicos en donde él oficia de director de las grandes orquestas del mundo. "No tengo ningún control sobre qué discos tocan, me gustaría que fueran los más nuevos y me entero por internet o por amigos que me escriben porque lo escucharon. Eso no representa ninguna ganancia financiera, lo que representa es reconocimiento de los esfuerzos".

La mayoría de su discografía fue grabada en Reino Unido y suele contar con solo dos días de grabación junto a la orquesta luego de meses de preparación. "Grabarlo es lo que lleva menos tiempo, pero la preparación... no solamente implica estudiar la obra, hay que ponerle arcadas a las cuerdas (si tocan con el arco para abajo o para arriba), marcar y reajustar un poco los balances para que suene todo con los sonidos que imaginaba el compositor y eso lleva tiempo. Cada disco es una labor de amor a la música".

Entre sus últimos trabajos se encuentra la obra completa del compositor checo Antonín Dvořák y José Serebrier Conducts Samuel Adler, recientemente nominado al Grammy Latino como Mejor álbum de música clásica. Este último álbum representa su nominación número 46 a los Grammy y fue realizado junto con el chelista Maximilian Hornung y la Royal Scottish National Orchestra. El 17 de noviembre veremos si suma otra estatuilla a las ocho que ya tiene de esta premiación.

Faceta creadora

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De andar apurado y hablar rápido, Serebrier posee una agenda tan ocupada que robarle más de media hora es toda una proeza. Su última visita a Uruguay fue en junio con motivo de dos acontecimientos muy importantes: su nombramiento de Ciudadano Ilustre y la dirección del espectáculo La edad de oro de Hollywood con la Orquesta Filarmónica de Montevideo, en la sala principal del Teatro Solís. A la hora de ser interrogado sobre sus gustos personales, sus respuestas son "políticamente correctas". No se casa con ningún compositor, obra u orquesta, y dice que su autor favorito es aquel con el que está trabajando en el momento. De ahí que en el concierto La edad de oro de Hollywood sus compositores favoritos fueran Nino Rota (El Padrino), Bernard Herrmann (Vértigo), Max Steiner (El motín del Caine), George Gershwin (Un americano en París) y Dmitri Shostakóvich (El Moscardón), todos grandes creadores de música para cine. "El 99% de los compositores de Hollywood tienen un batallón de orquestadores, ellos escriben una melodía, detalles y lo mandan a 50 orquestadores que son como mecánicos que arman un auto", comenta y explica que la razón por la que funciona así es por el escaso tiempo que se les da a los compositores para hacer la música. En su caso, no ha tenido mucho vínculo con la industria cinematográfica, salvo en la película The Star Wagon (1966), una de las primeras de Dustin Hoffman, en la que escribió y dirigió la música, y en Río 2 (2014), cuando fue invitado por el compositor John Powell para dirigir. "Al principio no acepté porque no tenía tiempo, pero él cambió la fecha de grabación de la música para que yo pudiera aceptar. Fue una gran experiencia, me acerqué a su música y el año pasado en Montevideo dirigí un preestreno de su obra, un oratorio que se llama A Prussian Requiem y en marzo hice en Londres el estreno oficial con la gran orquesta Philharmonia de Londres, en el Royal Festival Hall", estreno al cual Powell no pudo asistir porque su esposa estaba muy enferma y falleció horas después de terminado el concierto. "Parece un script de película, ¿no? Lo que a él le pareció casi del destino es que la obra que escribió era un réquiem. Se sentía responsable". Pero él tendría que sentirlo más como un homenaje, me atrevo a decirle conmovida por la historia. "Le voy a decir eso", asegura y me cuenta que su otro vínculo con el cine fue una experiencia fallida. Allá por el 2008 comenzó a escribir la música para una película india, pero la oferta se vio frustrada cuando los trabajadores de la industria bollywoodense frenaron sus actividades por unos meses en reclamo de mejores condiciones de trabajo. El proyecto se suspendió y su música quedó sin tocar. "Lo que ya había escrito lo nombré 'Música para un filme imaginario'", cuenta.

Del cine saltamos a hablar de Shostakóvich, de Shostakóvich a George Gershwin y de Gershwin a Leonard Bernstein, otro de los grandes compositores estadounidenses del siglo XX con quien no tuvo el gusto de tocar por una cuestión comercial. "Éramos bastante amigos, pero nunca trabajamos juntos, casi lo hacemos. Me llamó para ver si aceptaba dirigir con él la cuarta sinfonía de Charles Ives, que requiere dos directores (él era un gran promovedor de Ives). Me preguntó si estaría dispuesto a dirigirla con él, pero mis managers no me dejaron. Yo quería hacerla". Según relata, Bernstein no se animaba a hacerla sin su ayuda y cambió el programa. "Siempre quedé con la gran pena de no haberlo hecho, pero los empresarios tienen control sobre los artistas". Le pregunto acerca de cómo es ese vínculo y señala que los representantes pueden controlar al artista hasta cierto punto. "Los últimos tres años recibí ofertas como director principal de diez orquestas, no las acepté a pesar de que mis representantes decían que lo hiciera, porque quería pasar más tiempo con mi familia y poder hacer otras cosas, como componer, que si no, no me da el tiempo. Es una relación de ese tipo, dan consejos y a veces unos los acepta o no". Serebrier trabaja hace un año y medio con Columbia Artist Management, una de las empresas más importantes de Estados Unidos y para Sudamérica con Conciertos Grapa, quien trae a las grandes orquestas y solistas. Su rutina lo hace viajar constantemente, por lo que muchas veces el lugar que encuentra para componer son los aviones.

En cuanto a los procesos creativos, explica que hay dos estilos primordiales de composición: el estilo Mozart (que escribía muy rápido porque la música le aparecía constantemente en la cabeza) y el estilo Beethoven (que sufría sobre cada nota, cambiaba y borraba). "No quiere decir que uno sea superior al otro, son dos formas totalmente distintas. Hay compositores que solo pueden componer en un piano para escucharlo al mismo tiempo y hay otros que no lo necesitan. No me comparo con ninguno de ellos, escribo orquestando directamente en el papel, sin el piano y ya queda definitivo. Me cuesta cambiarlo una vez que está escrito", es decir, su proceso se parece más al de Mozart. "El compositor es un poco como un arquitecto. El arquitecto tiene que pensar en el todo antes de hacer los detalles: la cantidad de pisos, la forma, porque si empieza a improvisar, no va a resultar. Igual que el escritor de una novela de misterio, tiene que saber quién cometió el crimen aunque el lector no lo sepa, se debe planear mentalmente cuál va a ser el resultado final".

Su siguiente obra ya está en camino y a medio componer: un concierto para piano y orquesta, basado en el nombre BACH, (en el cifrado anglosajón cada letra corresponde a una nota: B es si bemol, A es la, C es do y H es si natural). "Varios compositores han hecho variaciones sobre este tema. En mi caso, el concierto se va a llamar Variaciones concertantes Bach para piano y orquesta. En inglés suena mejor (Symphonic Bach Variations), voy a tener que buscar un mejor nombre en español", señala. La obra es un encargo de la compañía de discos BIS de Suecia para el pianista ruso Sudbin y se estrenará y grabará en Europa; para luego, bajo la batuta de Serebrier, estrenarse en Nueva York. Para poder terminar de escribirla debe aceptar menos conciertos como director, pero las giras igual forman parte de su rutina y para los próximos meses ya tiene algunas programadas en México, Estados Unidos y China.

Dos preguntas me quedan pendientes para hacerme una idea de la vida de este músico itinerante y sus respuestas son bien concretas y contundentes. ¿Qué es el arte para usted? "Es la expresión del espíritu humano". ¿Qué es lo que más le gusta de su profesión? "Conmover a los escuchas. Dejarlos sonrientes. Tocarles el alma con la música".

Larga lista

Su currículum es inabarcable, tanto por los reconocimientos recibidos como por la cantidad de orquestas con las que ha trabajado. Entre sus galardones se destacan el premio de la Fundación Ford y el premio Alice M. Ditson otorgado por la Universidad de Columbia de Nueva York como director, y como compositor, los premios de la Fundación Guggenheim, la Fundación Rockefeller, la Asociación Musical de Harvard y la National Endowment for the Arts.

Participó como compositor residente de la Orquesta de Cleveland y ha realizado giras y conciertos con la Orquesta de Juilliard, la Philharmonia de Londres, la Orquesta de Cámara Escocesa, la Orquesta Nacional de Cámara de Toulouse, la Filarmónica Real de Londres, la Deutsche Symphonie-Orchester Berlin, la Sinfónica de Pittsburgh, la Orquesta Nacional Rusa, la Orquesta Juvenil de las Américas, la Filarmónica de Helsinki, las Sinfónicas de Sídney, Melbourne y Adelaide, la Sinfónica de Roma de la RAI y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Múnich, entre otras.

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