Opinión > OPINIÓN/ ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

Katoen Natie y el catastrofismo

Asiste toda la razón al ministro Rossi: la salida de la empresa del país no es una catástrofe. Lo catastrófico es el gobierno que él integra, y aquí se queda
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13 de mayo de 2017 a las 05:00
Abrumado por el hecho de que Robert Mugabe, el presidente de Zimbabwe de 93 años, duerme a pata suelta cada vez que lo sientan en una silla y en público, su vocero ha informado esta semana que "no duerme: se protege los ojos".

Lo mismo le ocurre al ministro de Transporte Víctor Rossi.Al comentar el hecho de que la empresa belga Katoen Natie está huyendo en estampida de su inversión en Terminal Cuenca del Plata S.A. tras años de publicitados destratos por parte de su mala socia en el emprendimiento, la Administración Nacional de Puertos, y la desidia del ministerio que dos veces ocupara el mismo Sr. Rossi a lo largo del tramo de su inversión, el ministro se aferra al tenor literal del comunicado que invoca una vaga "decisión estratégica interna" de la empresa.

Y el ministro sigue protegiéndose los ojos: Katoen Natie no se va del país, porque cuenta con otras inversiones, como las de Zonamérica, el Polo Oeste y, le faltó agregar, la quinta de Amézaga.

Solo que omite un detalle: Katoen Natie es, en los otros emprendimientos logísticos, apenas un socio minoritario, no el controlador. Hágale Ud. una buena oferta por esas participaciones, y verá hasta qué punto los belgas han quedado hartos de ser molidos por la piedra frenteamplista.

No hay peor forma de adoptar una decisión que la de partir de un mal diagnóstico, y las palabras del ministro nos revelan que el gobierno encamina sus pasos en esa dirección.

Esta semana, el ex ministro Lucio Cáceres ha confirmado en un buen artículo esta interpretación, alertando en el sentido de que, tal como están hoy las cosas, el puerto de Montevideo corre el riesgo de "tener sentados en la mesa de la sociedad TCP, con o sin la ANP, al mundo de los financistas, de los armadores o de los competidores del país en la región".
En una palabra, y bien precisa: el régimen frenteamplista, esta tercera administración, este ministro y los que lo antecedieran, son política y personalmente responsables de que Montevideo haya perdido su indispensable sociedad con un jugador global del desarrollo de terminales portuarias, sumiendo al país en una incertidumbre tan notoria como las siestas públicas de Mugabe.
Y tal responsabilidad, por cierto, se hace extensiva a la oposición política, que ha dejado transcurrir toda una semana tras la publicación del comunicado de la empresa sin inquirir, a los cuatro vientos, cómo diablos fue que este gobierno permitiera tamaño divorcio con uno de sus inversores más fuertes y necesarios.

Observemos el cono de sombra que hoy se extiende sobre Uruguay. El gobierno de los EEUU, de la mano de otro tipo de hechiceros económicos, va a llevar adelante una amplia reducción de impuestos, manteniendo la ascendente curva de su gasto público.

Eso no puede sino significar que, en el futuro próximo, aumentará el endeudamiento y la emisión monetaria en ese país, empujando al alza las tasas de interés.

El frenteamplismo nos ha preparado, y muy bien, para semejante horno, maniatando a la economía con un pasmoso endeudamiento externo, un gasto público en incontenible ascenso, y una consistente caída de su productividad.

En este escenario es que el ministro Rossi se permite restar importancia a la huída de Katoen Natie del país.

No suelo responder a las cartas de los lectores que comentan esta columna, pero hoy haré una excepción.

Algunas de ellas llegaron, la pasada semana, del seno de autoridades sindicales de trabajadores de TCP y contienen, claro, discrepancias de estilo e interpretación que, por cierto, están en todo su derecho de sostener. Dos de los argumentos que esgrimieran, sin embargo, merecen analizarse aquí.

El primero tiene que ver con la insistencia, en la misma, ciega, línea del ministro Rossi, por apuntar que Katoen Natie no se retira del país, para lo cual se insiste en traer a colación el monto de sus actuales inversiones: no su rentabilidad, su prospección, o sus perspectivas, sino el mero hecho de que estén hoy radicadas aquí. No es, claramente, el comentario de un socio, sino el de un secuestrador.

El segundo se relaciona con la denuncia del convenio salarial a la que la empresa se viera empujada en 2013, considerada poco menos que un éxito ("somos un sindicato clasista que sabe muy bien dónde está parado", comenta una carta).
Está meridianamente claro que los que tan bien parados están no entienden, aún en 2017, que el interés de la empresa por asegurar la crucial ininterrupción convenida del trabajo de la terminal fue irreversiblemente desconocido el día en que, aún bajo convenio, las tareas fueran interrumpidas.
Y no menos sugerente es el intento por rebatir mi afirmación en el sentido de que un "gruísta" gana $ 100.000 en razón de ese convenio.

"Hace ya un tiempo largo que pertenezco a esta empresa (16 años aprox.) y mi sueldo en la mano no llega a 60 mil pesos como operador de grúas", advierte un corresponsal que se presenta como integrante de la dirección sindical y uno de los negociadores del acuerdo con la empresa (y omite mencionar que, con horas extras y doble pago de jornada dominical, con toda probabilidad excede esa suma largamente).

La conclusión no puede sino ser una: ni aún la dirección de los sindicatos en cuyas manos el frenteamplismo ha puesto la suerte política del país, alcanza a comprender los alcances y la racionalidad entre el costo nominal de la mano de obra ($100.000) y su reflejo en un salario líquido ($60.000).

¿Se podría, en este contexto, imaginar una negociación de acuerdos por productividad, de esos sobre los que se habla casi desde que se descubriera el concepto? Impensable.

El trabajo, pues, de esos verdaderos soviets (que, en un giro cómico, otro corresponsal equipara, tal vez acertadamente, a una "mafia rusa") que la organización sindical ha establecido en todos los ramos de actividad no consiste en identificar, en beneficio de sus afiliados, quién es el que verdaderamente vacía el sobre de todas sus quincenas: los US$ 377 millones del déficit que, en 2015, alcanzara el fallido Fondo Nacional de Salud (que sigue creciendo todos los años, de 3.4% en 2009 a 16.8% en 2015), los 24 millones de dólares que viene costando Pluna desde que, teóricamente, desapareciera en 2012, los 800 millones de dólares que ha perdido Ancap entre 2011 y 2015, sin contar los más de 350 que han perdido sus sociedades de derecho privado, y así podríamos seguir.

(¿O quién cree el operador de grúa que pagará el subsidio a los transexuales de más de 41 años? ¿O la extensión de la licencia paternal? ¿O las futuras licencias por aproximación? Que no le quepa duda: será él, y su familia.)
Y, si nada hacen por identificar ante sus afiliados al depredador, es que estas organizaciones tan "clasistas" y tan "bien plantadas" lo están en realidad apañando, sin importarles la sistemática destrucción de empresas, el exilio de los inversores, o la erradicación de empleos.
Baxter, un robot construido por la empresa Rethink Robotics, es un artefacto que puede programarse apenas tomándolo por los brazos y guiando sus movimientos; cuesta US$ 25.000 (unos US$ 4 la hora, a lo largo de su vida útil), y ya se emplea en la industria hotelera. Amelia, otro producto de IPSoft, ya es empleada por empresas en programas de capacitación y asistencia al consumidor.

Rio Tinto, en Australia, utiliza camiones automatizados en sus prospecciones mineras. Un estudio en EEUU sugiere que 47% de los empleos manufactureros estará "en riesgo" en los próximos veinte años.

¿Es tan descabellado pensar que un operador de grúas podría ser tan relevante en poco tiempo como hoy lo es un ascensorista? ¿Quién está pensando en el hijo de quien hoy ocupa ese puesto?

¿Qué habrán hecho, pues, para anticipar estas evoluciones los improvisados que, en el mundo político oficialista, el único talento que exhiben todos los días del año es el de hacer anuncios y prometer avances que nunca llegarán, o los sindicales, apenas abocados a repartirse la cuota que aún puedan exprimir de trabajadores a los que cada vez llegarán menos trabajos?

Asiste, por tanto, toda la razón al ministro Rossi: la salida de Katoen Natie del país no es una catástrofe.
Lo catastrófico es el gobierno que él integra, y aquí se queda.

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