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La gira de Vázquez y la nave de los locos

No es saliendo a golpear puertas que lograremos hallar mercados y trabajos, sino derribando, primero, los muros interiores que se han construido para sepultar bajo ellos nuestro porvenir
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11 de febrero de 2017 a las 05:00
Las más recientes de las declaraciones formuladas por el innecesario vicepresidente Raúl Sendic en relación al deficit fiscal me hicieron recordar al economista estadounidense Murray N. Rothbard.
En 1971, Rothbard escribió que "no es delito ser ignorante en economía, la que, por cierto, es una disciplina especializada a la que la mayor parte de la gente considera una "ciencia lúgubre": pero es totalmente irresponsable tener una opinión sonora en temas económicos, en tanto se esté en ese estado de ignorancia".

Hace tiempo ya que nadie repara en las opiniones del vicepresidente, y creo que es un error: muy especialmente, después de haber oído al mismo presidente Tabaré Vázquez asegurar en Alemania que el nuestro es un país que "tiene un proyecto estratégico de sí mismo en el largo plazo", presumiblemente diseñado por valiosos aportes como los que podría hacer Sendic.

Esta administración, y las dos anteriores, han hecho lo imposible por degradar el valor de las giras presidenciales, y lo han hecho con empeño, tornándolas apenas en patéticas excursiones sin norte, con más puntos de coincidencia con la Nave de los Locos (Stultifera Navis) de Sebastian Brant que con una misión diplomática.

Han apostado, en primer término, a la viveza criolla como procedimiento. Así, cada gira es un manotazo improvisado, al que llegan los visitantes sin acuerdo alguno de significación que suscribir, ni más agenda que la de vencer, a fuerza de la simpatía y la gracia de las que notoriamente carecen, alguna imaginada resistencia política o comercial. Y que, naturalmente, termina en fracaso.

Han banalizado, en segundo lugar, el ya exiguo margen de la profesionalidad diplomática del país, limitada hoy a desempeñar funciones de maletero. De ahí que se piense en ella como en una especie de viajante de comercio en esteroides: ese "turco" que golpeaba puertas en La Teja del presidente, a quien recuerda con admiración cuando apronta las valijas.

Y han terminado, a fuerza de mamporros, por desautorizarla a los ojos de la opinión pública interesada, ya cansada de recibir coloridos anuncios que invariablemente se esfuman en el mismo humo del que salieran. Una opinión a la que, al tiempo, se le dice, con dramatismo: "si no salimos por el mundo a vender, estamos liquidados (sic)".

¿Y qué ha hecho el régimen frenteamplista esta semana por evitar este inquietante desenlace?
Visitar oficialmente, en primer lugar, Alemania a fin de criticar, desde allí, la política migratoria del gobierno de los EEUU. Si, eso.

Calificar de "triste" y "terrible" la iniciativa del presidente de ese país, y aleccionarle en cuanto a que lo que está haciendo representa "un retroceso que busca borrar de un plumazo la historia" de los EEUU, cuyo exhaustivo conocimiento nunca hubiera imaginado ser parte de las aficiones del presidente. Atribuírle a su colega estadounidense la intención de implantar una discriminación "étnica ... religiosa ... sexual".

Recordar, aprovechando la simpatía del ambiente, que Uruguay es uno de los pocos países del mundo que sostienen que el gobierno venezolano es democrático, y fundamentarlo así: en ese país hay tres poderes. Ejecutivo. Legislativo. Judicial. Los mismos tres, vaya coincidencia, que funcionaban en Uruguay entre 1973 y 1985, cuando en nuestro país existía una democracia similar a la venezolana de hoy.

Tal el "vendedor", pues, que se presentara a hacer uso de la palabra ante los miembros de la Conferencia Latinoamericana organizada por la Cámara de Comercio e Industrias de Berlín, ante la cual exhibiera el "proyecto estratégico de sí mismo" con el que el país cuenta.

Y, si Ud. se muere por saber en qué consiste tal proyecto, ahórrese la angustia: al igual que la inspiración de cualquier "resort" turístico, consiste en alardear de un rostro "seguro (sic), tranquilo, pacífico y (...) muy buena calidad de vida". Un lugar, en suma, donde se puede estar a gusto, y tal vez pedir unas miniaturas de pescado.

¿Qué faltaría, pues, en este idílico cuadro para que los "agentes económicos alemanes" finalmente decidan correr en tropel a invertir sus capitales entre nosotros?

El presidente no lo adelantó, y aquí es donde su vicepresidente puede ayudarlo: el nuestro es, bajo el frenteamplismo, el país en el que la gente no vive en las calles y los "viejitos" no están tirados ... ¡merced a la expansión del gasto público! Y, claro, su consiguiente y saludable impacto sobre las cuentas fiscales.

El país en el que el déficit ... es una inversión. Ay, Rothbard.

No son, siquiera, meras transferencias que así sacarían a los "viejitos" de sus pesares, sino multimillonarias inversiones en prosperidad colectiva como, por ejemplo, la que representa la construcción de una regasificadora que, en realidad, nunca se construyera ni construirá; o la producción de bienes que nadie consume, o si lo hace, es a un costo superior a su precio; o la aprobación de leyes que por chambonada (¿in Deutsch, bitte?) ligan remuneraciones de los funcionarios a las de los cargos de dirección; o el financiamiento de aerolíneas, fábricas de vidrio, neumáticos, cerámicos, que nadie ha visto ni consumido. O Ancap.

Son, en suma, saludables inversiones que ya han hecho ingresar un funcionario a la plantilla desde que Ud. comenzara a leer esta nota.

El impulso multiplicador de tan innovadores proyectos debe, por cierto, financiarse con el concurso de contribuyentes nacionales y, de conmoverse los alemanes y finlandeses con nuestras postales, también extranjeros, para quienes todos los factores de producción tendrán que verse encarecidos, a golpes de precios y tarifas que son tributos en expansión, o tributos ya colgados, como espada de Damocles, sobre la cabeza de los ingenuos que cayeran en esta trampa: exoneraciones fiscales que serán derogadas, imposición creciente al patrimonio empresarial, a las herencias, exacerbación del ya sideral costo laboral.

Lo que los asistentes al foro berlinés deberían, por fin, imaginar es que el privilegio de no tener que hacer sus inversiones usando chalecos anti-balas o rodeados de guardaespaldas, los asociará a un país indeclinablemente comprometido con la apertura comercial, y el derribo de todo tipo de barrera.

Atados, como Ulises, al mástil de una unión aduanera reconocidamente abierta a todos los vientos del tráfico internacional de bienes y servicios, celosos en aprobar siempre útiles reglamentaciones a cualquier actividad, los representantes del gobierno frenteamplista recorren Europa juramentando una fe ciega en el libre comercio: cualquier lector bien informado de periódicos sabe ya de la avidez con la que parlamentarios, sindicatos, industriales, partidos políticos y la opinión pública en general se abalanzarán sobre el primero de los acuerdos de libre comercio que se cierre de entre los muchos que el canciller Rodolfo Nin ha ofrecido desde Beijing hasta la Antártida, y apenas le ha aceptado Chikunguña.

Todos conocemos, empero, el desenlace de esta historia: ni los buenos berlineses se tragarán el cuento de nuestro amor al libre comercio, ni la Canciller Federal el de nuestra condición de ganzúa para la firma de un acuerdo comercial con Argentina y Brasil.

El presidente de la República sabe, y sabe bien, la cruz de los caminos en la que el país se encuentra: si no salimos al mundo, él mismo nos lo ha dicho, "estamos liquidados".

Lo que la mendacidad de su gobierno no nos dice, sin embargo, es que salir al mundo será, de ahora en más, crecientemente difícil, a la sombra del ominoso aislacionismo estadounidense. O que la estéril década frenteamplista nos dejó hundidos en la ciénaga de sus costos y reglamentaciones, irremisiblemente inermes ante el mundo que disputará empleos y mercados.

Porque, contrariamente a lo que indica su inaplicable ejemplo del turco de La Teja, no es saliendo a golpear puertas que lograremos hallar esos mercados y trabajos, sino derribando, primero, los muros interiores que él, su predecesor, su vice y sus adláteres han construido para sepultar bajo ellos nuestras esperanzas, nuestro porvenir.

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