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La imagen internacional de Uruguay

Logros significativos que se valoran desde el exterior, rara vez se mencionan en la interna
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03 de marzo de 2017 a las 05:00

Por Nicasio Del Castillo

En Uruguay, los principales medios formulan en forma recurrente duras críticas al gobierno con respecto a la seguridad, la educación, la economía, el manejo de empresas públicas y el clientelismo. Sin duda estos temas son importantes y es lógico y necesario que se publiciten, se evalúen y se discutan. Por otro lado, logros significativos que distinguen a nuestro país rara vez se mencionan o, cuando se mencionan, se trivializan y, en muchos casos, simplemente se ignoran. Afortunadamente la visión que se recibe de los medios en el exterior es más balanceada.

Las estadísticas del Fondo Monetario y del Banco Mundial muestran un país con el ingreso per cápita más alto de toda América Latina. A pesar de la contracción experimentada por las economías de Argentina y Brasil, la uruguaya, si bien a tasas más modestas, ha continuado creciendo 1% en 2015 y 1,2% estimado para 2016.

Los instrumentos de deuda pública uruguaya se colocan en el exterior sin problema gracias a que Uruguay hace ya varios años que mantiene el grado de inversión. A pesar de haber cambiado la perspectiva de la calificación de estable a negativa, tanto Moody’s como S&P reafirmaron en el 2016 la calificación crediticia uruguaya a un nivel por encima del grado de inversión. Seguramente las agencias calificadoras están siguiendo atentamente el manejo de nuestra economía durante el actual ciclo a la baja y, en particular, la magnitud del déficit fiscal y el aumento de la deuda pública. Aunque ambos problemas requieren medidas de ajuste importantes, la sólida trayectoria y la continuidad del equipo económico sin duda son factores positivos en el análisis del riesgo crediticio.

La transformación energética de los últimos años ha colocado a Uruguay entre los países más avanzados del mundo en el uso de fuentes de energías renovables. Este logro, que tendrá un impacto significativo y duradero para nuestro país, fue especialmente destacado por el Fondo Mundial para la Naturaleza que identificó a Uruguay en 2014 como uno de los líderes en energía renovable.

El índice de Transparencia Internacional, que evalúa niveles de corrupción, le otorga a Uruguay un ranking comparable al de países primer mundo y lo coloca a la cabeza dentro de América Latina. En el índice del 2016, Uruguay aparece en la posición 21, una por debajo de Japón y dos por encima de Francia. Brasil comparte la posición 79 con Belarús, India y China. Argentina comparte la 95 con Maldivas, Sri Lanka, Kosovo y El Salvador.

En la educación, la mediocre calificación de Uruguay en los rankings en el Program for International Student Assessment (PISA) de la OCDE es sin duda preocupante. Es de esperar, sin embargo, que, al igual que en los países de primer mundo, las mejoras lleguen principalmente a través de los adelantos tecnológicos. En este sentido, el Plan Ceibal, que en el exterior continuamente se destaca como un ejemplo a seguir, constituye una iniciativa que debería tener un impacto favorable importante.

En el ámbito internacional se resalta la posición de nuestro país en el Índice de Democracia desarrollado por el The Economist Inteligence Unit. Cuando los inversores, gobernantes y referentes en general analizan los rankings de sus respectivos países, seguramente notan que Uruguay es el único país de América Latina que, en el índice para el 2015, aparecía en la posición 19 como uno los 20 que calificaban como Democracias plenas. Estados Unidos, que ocupaba la posición 20, acaba de ser degradado a Democracia fallida. Seguramente la calificación de Uruguay es atribuible a la solidez y seriedad de todos los gobiernos que sucedieron a la dictadura militar y al alto respeto que consistentemente mostraron por nuestras instituciones y por los compromisos internacionales.

Sorprendentemente, este respecto parece ser reconocido por la ciudadanía a pesar de las frecuentes críticas al gobierno. De acuerdo a un reciente estudio del World Economic Forum sobre niveles de confianza (trust) que países emergentes sienten por sus gobiernos, Uruguay aparece en sexto lugar. Una vez más, el país de toda América Latina con el más alto ranking.

Ya desde principios del siglo pasado, Uruguay fue alcanzando una imagen de país a la vanguardia en áreas como ser la laboral, derechos civiles de la mujer, divorcio (incluyendo “por la sola voluntad de la mujer”) así como la separación entre el Estado y la iglesia. Esta imagen se ha incrementado recientemente con la legalización del aborto, de la marihuana y del matrimonio entre personas del mismo sexo. Estas medidas, así como la personalidad y austeridad de Mujica, fueron específicamente mencionadas entre las consideraciones que tuvo en cuenta The Economist cuando declaró a Uruguay el País del Año para el 2013.

Si bien estudios como los de Transparencia Internacional, The Economist Inteligence Unit y el World Economic Forum no deben tomarse como mediciones exactas de niveles de corrupción o de institucionalidad, es claro que presentan pautas válidas de comparación con otros países. De esta comparación surge un Uruguay con una excelente imagen internacional.

Es válido preguntarse entonces a qué se debe la dicotomía entre esa imagen internacional tan favorable y la visión mucho más negativa que se palpa dentro del país. Tres razones vienen a la mente. Una es simplemente la nostalgia. Gente de mi generación vivió las décadas de 1940 y 1950 en las que, gracias a los precios de la carne y la lana, el “boom de commodities” era una constante en la economía, y en las que mujeres, en lugar de seguir carreras universitarias, optaban por ser maestras ya que recibían compensaciones acordes con la importancia de la función.

Una segunda es que los medios nacionales, al estar en una gran medida en manos de la oposición, tienden a resaltar, y en muchos casos exagerar, los problemas que en el día a día se viven dentro del país.

Una tercera es que aproximadamente la mitad de la población responde a los partidos tradicionales y le frustra ver al Frente Amplio ya en su tercer período en el poder. Esta frustración probablemente se acentúa frente a la incapacidad de estos partidos de emular el exitoso modelo del Frente Amplio y de poder montar una coalición que los haga electoralmente viables.

Es una lástima que, por este tipo de razones, los que valoremos la excelente imagen internacional de Uruguay seamos principalmente los uruguayos radicados en el exterior.

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